Hace unos días, el pasado martes para ser exacto, me entretuve leyendo una publicación que hizo mi buen amigo Pablo del Valle en el chat de whatsapp que compartimos del programa Dimensión Ótica de Radio Universidad, programa especializado en rock progresivo y que es producido y conducido por Fernando López (Fer Wakeman) y justamente Pablo del Valle y en el que frecuentemente hemos estado varios amigos de invitados. La publicación de Pablo es sobre una entrevista realizada el músico británico Steven Wilson de Procupine Tree y con una carrera solista muy convincente, en lo personal me gusta en extremo su disco The Raven that Refuse to Sing (and other stories) que el próximo febrero llegará a los 10 años de su publicación.
Steven Wilson, fundador, letrista y cantante de Procupine Tree, sin pasar por alto su participación en otras agrupaciones como Blackfield o Storm Corrosion y su convincente carrera solista con seis impresionantes discos, habla en una entrevista que le hizo el productor y youtuber Rick Beato sobre la forma de que las nuevas generaciones escuchan la música. Steven Wilson nos dice lo siguiente: “La idea de seguir a una banda, por ejemplo, ser fanático de Frank Zappa, Elton John, Pink Floyd, sabiéndose los nombres de los integrantes, o entendiendo la trayectoria y los cambios de sonido que tuvieron en sus carreras y sus puntos altos o bajos es algo que ya no es relevante hoy en día, es una era que se acabó”, y continúa: “ Quiero decir que la gente joven solo está interesada en la canción que escucharán en el playlist de Soptify o el éxito de tik tok. Y no mucho más allá. Es una evolución en la manera de relacionarnos con la música. Cosas como qué hará mi artista favorito, ¿me sorprenderá?, ¡lo espero con ansias!, es algo que se está extinguiendo. Si un artista no lanza cosas nuevas, simplemente no hay tiempo para dirigir su atención hacia él, y vendrá otro éxito de tik tok que lo sepultará. En los últimos 20 años hemos visto cómo el rock y sus variantes han sido marginados. En ese sentido el rock está aún anclado en el pasado. La idea de sacar uno o dos singles seis meses antes de un nuevo disco solo hace que se comience a perder progresivamente el interés por tu nuevo trabajo, hasta el día del lanzamiento del disco. Simplemente lanzan música en las plataformas y ya está”.
Pues bien, los testimonios de Steven Wilson continúan, la entrevista es un poco más extensa, pero esto breves renglones fueron suficientes para dejarme pensando en la forma en la que asumimos la música, y en realidad no es más que otro síntoma de la forma en la que vivimos actualmente, todo es ligero, hay una tendencia por el facilismo, un terrible hedonismo de procurarnos el mínimo de dolor buscando el máximo de placer sin importar las consecuencias.
La música no está exenta de esta visión “light” de la vida, impera la ley de la fácil digestión, esto aplica para todas las nuevas formas de expresión musical buscando hacer un producto, porque a eso se ha reducido la creación artística, a un producto que no represente el menor esfuerzo para su “sana digestión” (¿?), lógicamente desechable, úselo y tírelo, en total menosprecio por la música como un lenguaje artístico. El disco, es decir, el larga duración, ha pasado a ser un objeto de museo que las nuevas generaciones ubican en una lejana época de atraso tecnológico, siendo que las nuevas generaciones se han esclavizado por voluntad propia, es decir, se han sometido dócilmente, sin ofrecer la menor resistencia a la diosa tecnología sacrificando como una apestosa y terrorífica ofrenda, toda la riqueza que ofrece el arte.
No obstante este engaño en que todo mundo parece estar fascinado con las descargas musicales de las diferentes plataformas digitales, la música como una expresión artística sigue vigente, viva y con voz poderosa e imposible de silenciar, la música, como una de las ramas de las bellas artes, no está supeditada a los avances –o retrocesos, no sé-, que ofrece la tecnología. El disco con sus doce o trece canciones nunca será sustituido, yo sostengo con una convicción absoluta, que pocas cosas ofrecen tanto placer como sentarte en tu sillón favorito con una buena compañía, colocar sobre el disco la aguja, o colocar el disco en el reproductor de CD’s, descorchar una botella de generoso vino tinto, o quizás whisky, y dejar que surja la magia. Tomar la portada del disco en tus manos, sí, del disco, al diablo con las descargas de las plataformas digitales, y darle vueltas, ver los créditos, buscar las letras de las canciones y sumergirte plácidamente en los incalculables placeres que te brinda una digna audición musical.
Hay cosas insustituibles en este mundo, cosas que la tecnología, a pesar de sus devastadores tentáculos, no podrá sustituir jamás, por ejemplo, el libro, tomar el libro en nuestra manos y manipularlo como un verdadero objeto de culto, leerlo pasando las páginas y no digitando la pantalla de la tablet; el disco, también como verdadero objeto de culto y claro, una audición musical, la música en vivo, quizás con el evidente riesgo del error humano pero también dispuesta a dejar que surja la mágica embriaguez de la improvisación sujeta al virtuosismo del intérprete, nada mejor que un instrumento real en las manos del artista y no un tipo disparando secuencias grabadas en una memoria USB.
Claro, yo uso la tecnología, pero solo como un recurso para hacer más fácil algunas cosas, pero nunca como una forma de vida, y sí, estoy convencido, nada sustituirá jamás al arte como vehículo para conservar, y en algunos casos recuperar, la dignidad humana. Que así sea.