Ya se acabó el mundial y ganó la FIFA. Habrá quien diga que ganó la afición y está bien, quien tenga verdades absolutas peca de autoritarismo, pues nos guste o no, en medio de la polarización que vive el país sólo nos queda escuchar al otro y tratar de entender por qué su opinión es distinta a la nuestra. Estoy segura que todos conocemos a esa clase de personas que piensan que el resto del mundo, a excepción de ella, claro está, es estúpida, por lo que más vale dejarla en su creencia, sola, y juntarnos los estúpidos a disfrutar de la vida y reinos un rato.
Esa especie de dictadura ilustrada es la que busca imponer lo que sea, una idea, un acto, un decreto que obligue a ver el mundo a su manera y conveniencia. Así que quien crea que ganó Argentina, y que sólo vimos futbol, está en todo su derecho.
Ya lo he dicho antes, no me gusta el fut, pero mi desprecio tiene que ver más con mi historia amorosa que con el deporte mismo. Me sé las reglas, disfruto un buen partido, como la final de la Copa del Mundo, pero es poco probable o imposible que siga la temporada regular. Hubo una vez uno que compartió su vida conmigo y comía, cenaba, hablaba, bebía futbol de lunes a domingo, y yo junto a él consumí lo necesario para saber que no sería hincha de ningún equipo y menos de ningún país. Ni patria ni bandera.
También he de decir que no me gusta mi país, y mi desprecio tiene que ver más con mi historia de vida que con el país mismo, ya saben, esos versos multicitados y choteados de Pacheco: No amo mi patria. Su fulgor abstracto es inasible. Pero (aunque suene mal) daría la vida…
Mientras, estaba yo enredada en una cobijita en el disfrute de la final, que ganó Argentina. Aunque la mera neta, perdimos todos. Excepto la FIFA. Para mí el mundial en Qatar fue el ejemplo perfecto de la hipocresía. Entre las violaciones a los derechos humanos, los migrantes muertos [prácticamente asesinados] en condiciones de esclavitud, la discriminación contra la comunidad LGBT+ y la desigualdad que viven las mujeres, sigo sin entender el silencio ante esas atrocidades. Quizá es que omitir lo que pasa en el mundo y separar los temas es lo que garantiza la popularidad, decir lo que los otros quieren que digas es más redituable a confrontar lo que piensas.
Con lo que no puedo es contra el discurso de odio. Aunque el término lo hemos banalizado, discurso de odio no es disentir, no es que uno le vaya al América y otro a las Chivas, no es que unos estén a favor de AMLO y otros en contra, es cuando utilizamos palabras para discriminar y provocar hostilidad y violencia contra alguna persona o grupo en específico.
En el caso del Mundial, hipócritas resultaron las empresas y selecciones, sus “protestas” equivalen a una nada en medio de los millones que recibieron por la comercialización y promoción y participación de sus equipos. ¿O a poco Maluma es malo y perverso por haber cantado la canción oficial? ¿Neta esperan que un artista cualquiera salve al planeta?
Nadie boicoteó el Mundial, nadie protestó severamente, nadie se retiró. Las condiciones serán las mismas después del espectáculo.
Incluso con nuestra ignorancia, por decirlo de alguna forma, como disculpa estúpida, cuando en el desconocimiento del mundo árabe, salió a relucir la islamofobia, porque una cosa es señalar que no existen garantías para las mujeres en Medio Oriente tras ejecutar las leyes que sus gobiernos dictan y otra muy diferente es volcarse contra la cultura y las personas islámicas.
O como a lo largo de la competencia, escuché a los hombres de mi alrededor con atención, y mientras unos no van a cuestionarse jamás las condiciones de las mujeres en Qatar, Irán, México o China, otros tantos tomaron partido para hablar entre ellos, los hombres, dentro de la burbuja de privilegios que no están dispuestos a romper. Yo sé, yo sé, escucharlos me da esperanza, pero es o no significa que exista garantía alguna en su vida lo apliquen. Más bien les da beneficios, asumirse como aliados les abre las puertas y las piernas con las mujeres. Sólo que el futbol es el pretexto perfecto para mandar mensajes claros a los hombres, sus principales espectadores, aquellos que tienen la oportunidad de diversificar y elegir su entretenimiento y estilo de vida. Ya habrá otros que no.
También pensaba en esta cita de Carlos Monsiváis que ya no me gusta: “Imágenes del tiempo libre: un país consagrado al futbol. El tiempo libre se vuelve sagrado. Los medios masivos de comunicación lograron el milagro: al darle al futbol los beneficios de la atención de millones, lo volvieron el tema comunal, el lazo de unión. La afirmación no es hiperbólica: el honor nacional se deposita en los pies de once jugadores. Como nunca, la madurez cívica del mexicano abdica de sus derechos y se los cede a esa hora y media sobre el césped”. Monsi decidió enfocar su atención y criticar al mexicano antes que al poder. Tal vez es demasiado exigirle que señale las causas de semejante enajenación, que no es meramente la descripción del panorama del mexicano promedio, cuando un sistema capital y proletariado es manejado por hilos sociales muy estructurados, con una violencia sistemática que en lo individual nadie aligera. Es como no pedir una bolsita de plástico en la tiendita, mientras Coca-Cola extrae y contamina toda el agua del país.
Por eso todo esto me resultó hipócrita. No hay condiciones para salvar al mundo, en mi calidad de Señorita Barranca 2022, exigir la paz mundial sin hacer nada para lograrlo es lo más fácil e hipócrita que existe. Eso y enredarme en una cobijita para ver ganar a la FIFA.
Mejor me quedó hoy con esto que escribió Monsiváis en Apocalipstick: “El chacal es la sensualidad proletaria, el gesto que los expertos en complacencias no descifran, el cuerpo que proviene del gimnasio de la vida, del trabajo duro, de las polvaredas del fútbol amateur”. Ya sé por qué me gusta tanto Maluma.
@negramagallanes