¿Podría el país funcionar sin la Virgen de Guadalupe; salir adelante cada día con el esfuerzo de todos, el estudio de los niños y jóvenes, el trabajo de jóvenes y mayores, todo el mundo levantarse con la aurora; prepararse para su jornada y cumplir con ella? Ir y venir, estudiar y trabajar, generar el pan nuestro de cada día, enfrentar la inseguridad y la incertidumbre, mitigar en algo la pobreza o aprender a vivir con ella; superar el miedo, o cuando menos controlarlo. ¿Podrá? Sobrevivir a las catástrofes y desgracias, las naturales y las provocadas.
No pretendo llegar a una respuesta concluyente, que quizá sea imposible formalizar. Por el contrario, tomo semejante pregunta como pretexto para reflexionar en torno a la presencia de la Señora del Tepeyac en nuestro día a día, y desde luego su poderosa influencia; la creencia de muchos en que su acción en nuestras vidas es real y palpable, así como para desenredar lo enredado, clarificar lo oscuro, propiciar el avance de cosas que estaban detenidas, alterar el curso de la naturaleza para nuestro beneficio, etc.
Dicho de otra manera: ¿de cuantas camas; de cuantas cabeceras, cuelga una imagen de la guadalupana, en cuantas naves industriales, comercios, escuelas, transportes públicos y privados, salas y comedores, edificios? ¿Cuántas iniciativas han tomado cuerpo bajo su amparo? ¿Cuántas personas, hombres y mujeres, llevan su nombre?
La Virgen de Guadalupe está presente en nuestras vidas todos los días; todo el año, pero se agudiza en los últimos meses, con el inicio del rezo de los rosarios, y hasta el día de la fiesta, en la que el fervor se desborda y adquiere un sinfín de expresiones.
La imagen muestra la preciosa escultura que remata la unión entre los muros norte y poniente del anexo de catedral, o sea, donde hacen esquina las calles Moctezuma y Galeana. Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].