Si el debate del momento fuera un partido de fútbol, la reforma electoral sería el balón con que se juegan las posturas a favor y contra el Presidente, Andrés Manuel López Obrador. Con justas excepciones, la polémica se ha centrado en quien promueve los cambios legislativos y no en el impacto de estos al sistema político-electoral mexicano. Ambos equipos presumen de una afición robusta. Aunque todo parezca indicar que la iniciativa presidencial no convencerá a las fuerzas políticas de reunir los votos necesarios para modificar la Constitución, la cancha sigue caliente.
Convertir al Instituto Nacional Electoral (INE) en Instituto Nacional de Elecciones y Consultas, bajar de once a siete sus consejerías, desaparecer a las instituciones electorales de los estados, disminuir el número de espacios en el Congreso de la Unión y eliminar el financiamiento a partidos políticos para actividades ordinarias, son aspectos de los que se discute menos que de la figura que encabeza el Ejecutivo. Y no es para extrañar: la opinión personalísima sobre López Obrador ha fundado identidades y, con ellas, pasiones y confrontaciones. La misma polarización que en otros estadios despiertan escuadras rivales.
Los días 13 y 27 de este mes hubo tiros a gol. La defensa del INE y la democracia convocó a personajes de oposición, funcionarias y funcionarios electorales, organizaciones civiles y ciudadanía en general en el Monumento a la Revolución, el segundo domingo de noviembre. Bajo la consigna de que “el INE no se toca”, miles protestaron contra una de las reformas clave del sexenio lopezobradorista que, para gran parte de quienes participaron, sólo añadió una razón más a su descontento hacia el gobierno de la cuarta transformación. El evento finalizó con un discurso de José Woldenberg, quien fuera presidente del Instituto Federal Electoral de 1996 a 2003. Durante la mañanera del 16 de noviembre, el Presidente anunció una contramarcha en apoyo a los proyectos de su administración. En el último domingo del mes, arropado por una multitud de simpatizantes y entre acusaciones de acarreo y uso de recursos públicos, Andrés Manuel se desplazó del Ángel de la Independencia al Zócalo donde, cinco horas después, rindió el informe de sus cuatro años de mandato en un mitin masivo que ratifica su histórica capacidad de movilización.
En un país polarizado, la Copa del Mundo 2022 incursionó en la agenda pública como un elemento aglutinador para instaurar una tregua momentánea en la conversación ciudadana. Por momentos, la discusión se traslada al desempeño de los jugadores, la táctica de los equipos y la calidad del arbitraje, prevaleciendo la expectativa en torno a la selección nacional pues soñamos con llegar a cuartos y apostamos por el Tri, aunque en la quiniela nos haya tocado otro país (gracias a Henry Martín y Luis Chávez por alimentar esa esperanza).
En las ciencias naturales se conoce como polarización al proceso por el que surgen dos o más regiones opuestas. En política se emplea el mismo término, no sin cierto aire de descalificación, para designar al fenómeno por el que la sociedad se divide en extremos respecto a temas de interés público. Me gustaría cuestionar la carga negativa en torno al desacuerdo, el cual es percibido como un rasgo poco deseable por obstaculizar la gobernanza y la toma de decisiones. Me parece que ello resulta una condición inherente a las democracias que permite tomar el pulso al autoritarismo ejercido desde los gobiernos. Catar, por ejemplo, ha sido señalado por ser un país que penaliza las disidencias. El anfitrión del Mundial de Fútbol es regido por la sharia, marco jurídico compuesto por la palabra de Dios -según el islam- así como las enseñanzas del profeta Mahoma: narración (Hadiz), esfuerzo (Ijtihad) y consenso (Ijma), y en una sociedad donde esto último es fuente de derecho, las diferencias pueden tornarse ilegales. Comparto estos datos con la menor dosis posible de juicios de valor, consciente de que no es adecuado medir la situación política y social de una nación a la luz de los valores occidentales, pues las circunstancias históricas, económicas y culturales no son, ni han sido las mismas.
El pluralismo constituye uno de los pilares de la democracia mexicana. La ciudadanía y los derechos asociados a esta cobijan a todas las personas mayores de edad sin importar género, orientación sexual, origen étnico, creencias religiosas o condición social. En consecuencia, la polarización es una respuesta natural de la diversidad de ideas, creencias y opiniones cobijadas por este sistema de organización. Por ende, considero que este fenómeno no debe ser demonizado, pues entraña el derecho a no estar de acuerdo, incluso con el poder. La imposición de consensos es algo que nuestras sociedades repudian desde las épocas del priismo hegemónico, a donde no existe aspiración de retorno. Son, en todo caso, los factores adyacentes a la polarización hacia los que deberíamos de trasladar todo análisis posible: injusticia, desigualdades sociales, política identitaria, ideas fundamentalistas.
Mientras los bandos pelean por saber quién reunió el mayor número de simpatizantes por convicción, en la Cámara de Diputados se retrasó una semana la discusión de la reforma electoral, originalmente programada para el pasado miércoles. El dictamen, que prácticamente deja intactos los planteamientos del Presidente de la República, fue aprobado en comisiones unidas -con mayoría morenista-. Hasta este minuto, el tablero marca empate. Bienvenido sea el disenso.
@HildaHermosillo