“El ser humano es tan endeble como la nieve, basta un poco de luz para que pierda su forma”.
Tiempos de calma y de familia, en la efímera convocatoria que las personas tienen para mostrar el sentimiento de paz y de amor fraterno. La navidad se presenta en un ciclo astronómico de estética óptica para figurar un sentido de reminiscencia que ancle al humano a la perspectiva real, fuera de lo real, es decir, un momento que lo saque de la rutina mecanizada para poner la mirada en la familia y en el instante en donde se alzan las copas de cristal endeble.
La navidad es tradición, es compartir una moral establecida en el mejor de los ánimos, aunado a la pretensión material y a las dádivas supletorias de atenciones temporales, se logra encontrar un sentimiento construido de lo más enaltecido que pueden tener los seres humanos, la compasión. La compasión no solo en el sentido afectivo, sino que es acompañada con sabiduría, pues es la que sensibiliza y abre las alas de la esperanza y de los deseos.
Abrir los brazos para engrandecer a la familia y socavar a la rutina, la navidad es el tiempo en el que los nobles se alegran y los conscientes recuerdan; es el tiempo en el que los poderosos se obligan a dar, y en donde los desfavorecidos dan gracias por lo que para un humano resultaría éticamente un devenir, el dar algo a su próximo.
La navidad es un momento en el que se detiene el mundo, las personas viajan miles de kilómetros para llegar a la cena esperada, es menester llegar al punto de conciencia que vierte sobre el aspecto individual de desbaste y de congruencia, pues no se debe ser una persona apolónica en navidad y ser un dionisiaco los demás días de año. Ciertamente el dualismo es el camino existencial del ser humano, la estructura es el lenguaje. La simbología que envuelve a la navidad permite generar una temperatura baja a lo exterior, para poder recrear una esencia de manera interna. No se puede terminar un ciclo solar sin detener el tiempo y ser amable, sin tener reflexión y un suspiro por los aires que vienen.
El color blanco inunda la semiótica, pues son tiempos de paz, es la construcción del deber ser, pues todos llevan una sonrisa y la consideración del bien común, no sin antes poner un aditamento shakesperiano similar a una máscara. Los pensamientos y sentimientos prometen un mejor mañana, pues en gran medida la navidad se centra en algo más real que lo anteriormente citado, se centra en la ilusión de los niños, y en el candor de la infancia, ya que es donde se puede encontrar el sentido más loable que cualquier humano puede tener en cualquier momento, la esperanza.
La ilusión se centra en un personaje mágico, que representa sabiduría y amor a la humanidad, pues viaja por el mundo cumpliendo las peticiones escritas en las cartas, algunas cartas se postran ante lo material, otras claman salud, unidad, alegría y nuevamente esperanza. El deseo radica en poner la atención en lo que no se tiene, pero sin duda alguna el fulgor de un niño sobrepasa las leyes científicas que hemos construido, aún tienen el manto noble de un creador, de un demiurgo, de aquel que sueña con estrellas y escribe en las paredes con crayolas entonando un himno de alegría por la sorpresa que les va a dar a sus padres o hermanos, en la misma ironía de jugar con una caja y sonreír de modo sincero con un perro, en esa ironía que los adultos jamás debimos perder.
La navidad nos lleva a ese momento donde todo era perfecto, nos destierra de la insulsa preocupación impuesta por el capital, nos adentra en el recuerdo de aquella sonrisa que no volverá, salvo con la afable posibilidad de hacer sonreír a un niño, o de darle lo mejor a nuestros descendientes, entonces la cadena de favores hace eco en la bóveda celeste, entonces nuevamente somos un poco más humanos, nos vertimos sobre la especie y sobre un mundo que impone ideales ficticios muy ajenos a lo verdadero.
La brisa del viento de navidad nos recuerda, que alguien ahí afuera tiene frío, pero aún tiene esperanza, nos recuerda que ahí afuera hay niños que no piden juguetes, pero si piden salud, no la tienen. La navidad nos recuerda que ahí afuera aún vale la pena luchar por algo, porque ese algo es el único modo congruente de seguir existiendo.
“Si morimos, moriremos como soles dando luz de nuestro interior” feliz navidad, feliz vida hoy y todos los días que estemos aquí.
In silentio mei verba, la palabra es poder.