El poeta Vicente Leñero - LJA Aguascalientes
21/11/2024

En el volumen Luis Leñero: la sociología como instrumento de cambio, del poeta Eduardo Suárez del Real, el hermano menor de Vicente Leñero da a conocer unos poemas del narrador y fundador de Proceso, de quien este 3 de diciembre se cumplieron ocho años de fallecido. Hasta donde se sabe, jamás publicó poema alguno. Los diez poemas dedicados a su hermano en la juventud (agosto de 1957), previa autorización de la familia del escritor, se completan con una breve entrevista al sociólogo en el capítulo “Fuerte vínculo de admiración fraterna”, a continuación.

Vicente (1933–2014), hermano inmediato mayor que Luis, dada su actividad como periodista, dramaturgo, ensayista, cuentista, novelista y guionista, públicamente es el personaje más reconocido de esta saga de los Leñero. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, fue autor de obras emblemáticas de la literatura nacional, como Los albañiles, Pueblo rechazado, El juicio, La mudanza, Jesucristo Gómez y de memorables guiones cinematográficos como Los de abajo, El crimen del padre Amaro, La ley de Herodes, El callejón de los milagros y numerosos más. Es recordado por su ingente labor periodística en el periódico Excélsior y, luego, como subdirector de la revista Proceso; también por los galardones recibidos a lo largo de su vida: Premio Nacional de Literatura, Premio de Literatura Xavier Villaurrutia, Premio de Periodismo Cultural Fernando Benítez, Premio de Teatro Juan Ruiz de Alarcón, Ariel, Nacional de Ciencias y Artes de México, entre muchos otros. Respecto a él, Luis recuerda:

“Vicente era el más cercano a mí, fui dos años menor que él; fue mi compañero de cuarto y de juegos divertidos como el de ‘Capas y espadas’, en el que una vez casi le saco un ojo. Como él era demasiado introvertido, de chicos yo me hacía más amigo de sus amigos: él era el serio y yo el travieso. Era muy aplicado en todo, y como le gustaban mucho las matemáticas se fue al grupo de los que querían ser ingenieros, al Área 1, luego se inscribió en Ingeniería, la carrera que le propuso papá, aunque no le interesó nunca: a él le gustaba escribir. Yo recibí una gran influencia de él, me compartía todo tipo de autores y todos los cuentos del mundo. De alguna manera viví una situación similar a la suya eligiendo la carrera de Contador y metiéndome en la Escuela Bancaria y Comercial que estaba adscrita al Politécnico Nacional; así entré a la Vocacional, donde empecé una carrera a la vez que hacía el equivalente a la preparatoria; ahí lo que más me interesó fue la literatura, que también era la que sentía como mi vocación. De hecho en el examen final de esa materia recibí una mención honorífica.

“Me leí a muchos clásicos, aprendí de memoria el inicio de varias obras, incluso La Divina Comedia en italiano y La Ilíada de Alfonso Reyes en verso, nada que ver con la Contabilidad (ríe a carcajadas). Antes de entrar a la Bancaria estuve un año sin empezar en la Universidad, fue el año de mi vida en que más leí. A Vicente, en cambio, no le interesaba la literatura como tal, como lector; él escribía, escribía y no paraba de escribir. En la casa hizo un periódico en el que hablaba de los Leñero en tono de burla y juego; se llamaba ‘El Riacatán’ (estamos hablando de mediados de los años 40). Aún existen tres tomos empastados de todos los ‘Riacatanes’ reunidos; ahí ya estaba presente su buen hacer literario y su vocación periodística.

“Entre nosotros -prosigue Luis- hubo grandes puntos de confluencia, pero siempre fue delante de mí: era dos años mayor y obtenía solo dieces. Hablaba poco, no le gustaba recitar en público, pues no se sentía cómodo en el acto social de la representación; era más parco, más serio, pero todas las poesías que yo me aprendía, él ya se las sabía antes que yo. En 1957 se fue a estudiar periodismo a España, tuvo una beca del gobierno español, era nuestra primera separación; la segunda fue cuando luego yo me fui al Seminario: Vicente entonces me armó un álbum de fotos titulado ‘Mi hermano Luis’, yo lo sentí como un premio a mi ‘aventura’ como seminarista.

Después de que regresé del Seminario de Cuernavaca, Vicente escribió una obra que se titulaba ‘Timidez’, y al personaje principal lo interpreté yo: era el extrovertido que aconsejaba al amigo tímido que no sabía cómo tratar a las muchachas; parecía paradójico después de haber sido seminarista.

“Antes, durante nuestra niñez y juventud, habíamos viajado mucho juntos y de cada viaje él conservaba en la mente detalles que yo no recordaba: realmente era un observador atento a todo; en este sentido, puedo decir que también era un buen ‘sociólogo’, un buen analista de la realidad social, de los que pertenecen a tu grupo y de los que están más allá. A lo largo de su obra describía los movimientos de las personas, los gestos, las manías, y todo eso es lo que ya aparecía en ‘El Riacatán’ de nuestra infancia, donde se reía de todos, aunque a todos les gustaba que se riera, pues lo hacía con mucho humor. Sin duda él tuvo una gran influencia sobre mí: él escribía y yo trataba de escribir mis diarios íntimos.

Compartimos por años la misma recámara y en nuestras separaciones, primero cuando se fue a su servicio social para poner instalaciones hidráulicas en Salvatierra (Guanajuato) y luego, cuando se fue a España, me escribía cartas contándome sus experiencias: siento que nos extrañábamos sinceramente.

“Su obra teatral que más me gustó –comenta Luis– fue Jesucristo Gómez: una concepción a la mexicana de los Evangelios, una obra muy lúcida. Su teatro es una representación de las realidades sociales, eso queda reflejado en las obras que escribía y que se presentaban con éxito en varios escenarios; él estaba reproduciendo con espíritu cristiano una sociedad viva. Vicente me recomendó a Graham Greene, quien hacía crítica de la Iglesia y la presentación de un cristianismo atrevido; en ese sentido y en muchos otros fuimos en paralelo: yo quería estudiar a los grupos sociales para ver cuáles eran sus problemas y qué solución tenían a través de la promoción de las organizaciones sociales, que en aquel entonces estaban controladas o por la Iglesia o por el PRI, y de alguna manera él hacía lo mismo creando un mundo escénico en el que hacía hablar a Cristo con las palabras de los mexicanos; su teatro era una reproducción social: él nunca quiso meterse en sociología, pero estuvo haciendo un trabajo que tuvo mucho que ver con un enfoque sociológico. En algún momento, en cierto modo, para mí su brillantez fue un ‘handicap’. En realidad, a lo largo de los años nuestras vidas no fueron muy encontradas: sin embargo, para el IMES escribió un folleto sobre la cultura mexicana, quizá asistió a alguna reunión mía, pero no mucho más. Yo me enteraba por diversas fuentes de su vida como escritor, periodista, dramaturgo… mas perdimos mucho contacto después de casarse; era un distanciamiento, pero sin ningún enfado”.


En una carta de Luis a Vicente, fechada en México, D.F. el 9 de febrero de 1952, pueden leerse los siguientes párrafos que ejemplifican la textura del amor fraterno que existió entre ellos: “…En cuanto a mí sólo te diré que estoy muy contento con la escuela, sin embargo, no me sentiré del todo a gusto hasta que tú estés aquí en la escuela también (no es que te desee mal, sino que quiero estar otra vez como antes)”.

“Es noche ya y me despido de ti, no sin antes decirte que ahora que estés en trabajo de gabinete (hasta entonces) si es que tuvieras tiempo, me escribas cuando menos otra cartita. Y te voy a decir la razón por la que quiero esto: Mi Diario necesita en estos días algo con qué llenarlo y si tú me escribes contándome de cómo la pasas allá y de algunos incidentes y detalles, éstos quedarán archivados (uso esta palabra ahora que estoy estudiando archivología) en las páginas de mi Diario y serán más tarde un recuerdo agradable. Ahora sí se despide de ti tu hermano que te quiere y extraña, Luis”.


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