Entrevista a Oscar Martínez sobre Los muertos y el periodista
Oscar Martínez es un periodista salvadoreño experto en violencia y en migración. Sólo con esta presentación ya podríamos imaginarnos muchos de los temas que el jefe de redacción del periódico digital El Faro abordó a lo largo de sus últimos quince años de trabajo. Pero sin duda, no podemos entender el compromiso de su trabajo sino después de leer su más reciente libro titulado Los muertos y el periodista, publicado por Anagrama. Un libro que podríamos decir que le echa “sal a la herida del periodismo”. Un libro que explora los errores, los aciertos, los momentos más oscuros del trabajo periodístico. Un libro que re explora el trabajo que Oscar Martínez (El Salvador, 1983) realizó en los últimos años. Un libro que es una toma de posición frente al oficio del periodismo. Un libro que es una toma de conciencia frente al periodismo realizado en uno de los puntos más calientes, más violentos del mundo: El triángulo norte de Centroamérica. Región que, junto a México, representa una de las regiones más violentas del mudo. Narcotráfico, corrupción, migración, pobreza, impunidad e instituciones de justicia opacas, poco transparentes en muchas ocasiones. Y en otras, francamente coludidas con los poderes fácticos que dominan amplias regiones de nuestros países.
Los muertos de este libro son tres: Rudy, Herber, Wito. El periodista es el mismo Oscar Martínez que ha documentado desde hace quince años la violencia interna en El Salvador. Una violencia heredada de la guerra civil que se desarrolló entre el Estado y la guerrilla del Frente Farabundo Martí. Una guerra que expulsó a miles de personas, que serían desplazados de manera forzada hacia los Estados Unidos. Jóvenes que serían repatriados a una patria que no los reconocía como suyos. De ahí surgiría la violencia de las llamadas pandillas: las maras. Una violencia a la cual el Estado respondería con más violencia. Un círculo de nunca acabar. Los muertos de este libro son tres, pero representan a miles. Los muertos del libro de Martínez están todos documentados en sus reportajes. Pero este libro, que no es un manual de periodismo, es un cuestionamiento personal del periodista hacia su labor. Este libro es un recuento personal, y una búsqueda para encontrar respuestas sobre la labor del periodista en este continente que como nos dice Martínez en entrevista; “no conoce la paz.” Oscar Martínez se ha desempeñado como jefe de redacción del periódico digital El Faro y es autor de libros como Los migrantes que no importan, Una historia de violencia y es coautor del libro de crónica Jonathan no tiene tatuajes, Crónicas desde una región que no cuenta, Los Malos y El niño de Hollywood, entre varios más.
Javier Moro Hernández (JMH): Es un libro doloroso y muy sincero, me imagino que cuesta mucho trabajo escribir un libro así.
Óscar Martínez (OM): Siempre he dicho que en un libro antagónico en varios sentidos. Claro que fue doloroso y difícil darse cuenta de cómo algunas de las historias más dolorosas que cubriste terminaron en nada, terminaron en ocho policías que masacraron a una persona, abrazándose en una sala de juicio y una madre llorando a su hijo asesinado. No es agradable acordarse de eso, no es agradable acordarse de cómo asesinaron a los tres personajes principales del libro, a los hermanos de Rojas, Rudy y a su hermano. Pero, por otro lado, y aunque esto suene terrible que satisfactorio porque las carreras periodísticas se construyen de eso. Vos no podés aspirar a cubrir violencia en la región más homicida del planeta, que fue el norte de Centroamérica por mucho tiempo, no podés aspirar a cubrir violencia en un país tan violento como El Salvador, y no aspirar a que te ocurran esas cosas, a que eso debacle pasen, a que esos pequeños cataclismos ocurren alguna y otra vez con las historias. Parte de la razón por la que escribí este libro es por eso, porque pensé que haberlas escrito una vez no valía la pena, que son historias que todavía se podían exprimir para sacarles esencias diferentes. Agarré las historias que cubrí las más trascendentales en estos años de cubrir violencia, historias que ya había plasmado en publicaciones y las estrujé para sacarles la esencia más poderosa en términos de su mensaje, no sólo como historia, sino como lección a la hora de cubrir. Fue un proceso doloroso, fue un proceso interesante, pero también fue un proceso muy satisfactorio.
JMH: En tu libro encontramos un cuestionamiento al trabajo periodístico, en un momento histórico donde hay un ataque a la prensa, tú das un paso al costado y te preguntas te cuestionas el trabajo periodístico desde esta perspectiva dolorosa, que me parece muy importante hacerlo.
OM: Vivimos un momento terrible de ataques a la prensa, no solo eso, vivimos un momento donde como si fueran un sarpullido que este cuerpo ya ha sufrido en otros momentos, Latinoamérica se llena de caudillos otra vez, se llena de Mesías con soluciones mágicas y con todo el poder. Algo que Latinoamérica ya había experimentado antes, y ahora lo vuelve a padecer. Latinoamérica a veces es una región del mundo con muy poca memoria y creo que es porque se combinan situaciones muy opresivas, que te dan poco tiempo de sentarte y reflexionar y tenés que ganarte la cena. Entonces ¿Cuál es el antídoto a este tipo de momento que vivimos desde nuestra trinchera? Más y mejor periodismo. Mentira que lo que tenemos a precarizar más es el periodismo. Es mentira que tenemos que empezar a ser menos contundentes. Hay que ser más periodistas. Eso es lo que hay que hacer y a mí me alegra que un libro como este llegue en un momento como el actual, porque creo que una de las críticas más sanas que puede haber en el periodismo es la crítica mordaz, directa, sin eufemismo que venga de nosotros mismos hacia nosotros mismos. El periodismo es un gremio que vive muy oprimido en Latinoamérica, con salarios miserables, condiciones terribles, empresas que no entienden que esto es un trabajo intelectual y piensan que somos una especie de repartidores de grabadoras y nos mandan allí a correr a cinco lugares en un día. Yo creo que este libro, aunque se titule Los muertos y el periodista, es de alguna manera un remanso, un remanso muy violento, pero es un remanso, para sentarte y pensar, para sentarte y reflexionar, sobre todo a quienes cubran violencia. Siempre lo he dicho, no es un libro para periodistas, pero es un libro que le puede ser útil a algunos periodistas.
JMH: El acercamiento que tienes con estas personas, cómo cubrir esas personalidades, cómo cubrir estas historias, nos da cuenta de una experiencia, pero también de una reflexión sobre cómo abordar estos temas.
OM: Hay algunos rasgos que para mí son esenciales a la hora de cubrir sobre todo violencia. ¿Y por qué digo de cubrir sobre todo violencia? Porque hay ciertos elementos de la cobertura periodística que a la hora de cubrir violencias conlleva unas consecuencias mayores. Hay cierta fuente de la cobertura de violencia con las que, si te equivocas, posiblemente pierden el empleo, pero aquí, si te equivocas, posiblemente los maten. Si lo haces mal y la gente atina quién es posiblemente me desaparezcan. Lo primero es si un periodista o si un medio va a enviar a un periodista a cubrir violencia, hay dos cosas que preguntarse: El periodista, debe de preguntarse ¿conozco el método periodístico?, porque me da la impresión de que el producto de una mezcla precariedad universitaria por un lado y aplastamiento de la intelectualidad por parte de algunas empresas periodísticas, hay ahora mismo muchos colegas que no conocen el método y ejercen el periodismo, que no conocen, con rasgos esenciales del periodismo que desconocen, pero ejercen el periodismo. Me parece muy triste, una situación de la que no son culpables, sino más bien son víctimas. Lo segundo es otorgarles a las personas que van a hacer esta cobertura tiempo para que la hagan. Tiempo, recursos. La cobertura de violencia no se hace como quien cubre un partido. La cobertura necesita comprender los espacios, hacer trabajo previo, entender dónde vas a entrar, poder comprender los códigos, tanto los códigos de diferentes tipos, los códigos de comportamiento, pero también de lenguaje. No se puede llegar a entrevistar un pandillero si no conocían mínimamente los códigos de un pandillero. Sin códigos no van a lograr una empatía de ningún tipo. Creo que los grandes valores para entrometerte en esta realidad para cubrirla son dos esencialmente: Si vas a cubrir violencia, es tener un interés y un conocimiento decente. Nadie le cuenta nada a un ingenuo ni a un payaso. Si vos llegas a una zona de la violencia, a intentar entrevistar un coyote en México y no sabes que el tren va para Medias Aguas y de ahí para Coatzacoalcos y que de Coatza se va a Lechería y que hay que pagar una cuota para pasar en el sur y otra para pasar en el norte, posiblemente si no sabes lo básico que ya está escrito, un coyote te vea y te diga no me interesa hablar. Si vos le decía en cambio creo que va a haber secuestro posiblemente el tipo se siente en un tronco y te hable durante una hora. Lo otro es tener una honestidad, pero no una honestidad de papel, no una honestidad chiquita, sino la honestidad dolorosa y necesaria de poder decirle a la madre de un desaparecido cuando te preguntas si le vas a ayudar a hacer justicia, de que no, que no sabes cómo hacer justicia, que sabes cómo contar una historia y que si tu historia ayuda que sea justicia, qué bien que te va a alegrar y que te va a levantar brincando, pero que no le puedes prometer eso, que no hay manera de decirle señora; “le voy a salvar la vida”. Dan ganas de decirlo, quien no quiere salvarle la vida a alguien, pero yo no sé cómo salvar vidas. Yo sé cómo escribir.
JMH: Llega un momento en el que el periodismo puede develar historias, puedes llevar las historias ante la justicia, pero no va a ser justicia, y las víctimas, las familias de las víctimas se aferran al contador de la historia como un salvador, y las historias son otra cosa. Porque es un salto al vacío llegar ante la justicia, ante las instituciones.
OM: Es normal que la gente se aferre a alguien, a un marciano que llegue a su mundo, y cuando digo marciano, es porque son personas que han crecido sabiendo que su voz no cuenta, no se escucha. Entonces es normal que cuando llega alguien que les dice que publica en un medio, piense que por fin alguien los va a escuchar y poner sus palabras en un sitio en donde sean escuchadas. La confusión de las víctimas no puede, no tiene por qué ser la de un periodista. A veces es un recordatorio incómodo, pero constante que tenés que hacerle de decir, “mira te recuerdo que yo voy a contar mi historia, pero yo no le he prometido que voy a solucionar el caso.” No puedo prometerle eso, sin embargo, voy a dejar todo lo que tengo que dejar en la historia. Un periodista, sí es comprometido, está comprometido con lo que se tenga que hacer para contar la historia, si me tengo que subir tres veces al tren, me voy a subir tres o cuatro. Si tengo que entrevistar las cinco veces para reconstruir a detalle lo que escuchó y después lo voy a ir a verificar, le voy a entrevistar cinco veces. Es decir, voy a hacer todo lo posible porque la historia sea lo más potente que se pueda. Ahora un periodista tiene que buscar que su historia haga mella en la sociedad, cambie cosas. Sí, podes buscar hacerlo. ¿Qué herramientas tienes para buscarlo? La difusión ¿Cómo difundir una historia? ¿Cómo empezar un texto para hacer aquello que decía Tomás Eloy Martínez, que lo importante sea interesante? Uno hace todo lo que puede, sin embargo, uno no puede prometer justicia. Ahora cuando digo que no se pueden cambiar esas cosas, no estoy diciendo que no se puede hacer nada. Lo que se puede hacer es intentarlo, puedes hablar del tema, mover el tema, llevarlo a otros foros, otros espacios. Lo importante es intentarlo. Pero no puedo prometer justicia a nadie.
JMH: El periodismo en América Latina se enfrenta a instituciones de justicia que nunca han funcionado. Creo que es un tema que compartimos en nuestros países de manera general, pero en tu libro nos hablas además de crímenes cometidos por instituciones de seguridad.
OM: Eso está en todo lado, así como lo vi en El Salvador, aquí en México cuando cubrí violencia, fui a cubrir migración, el año pasado lo hice, las autoridades policiales son mafias completamente. A los ojos de los migrantes son una mafia igual que Los Zetas. Hay historias trágicas de corporaciones municipales que han devuelto a migrantes que han escapado de casas de secuestro. Yo creo que dos de las características que hacen de América latina, sobre todo la región del norte de Centroamérica y de México, es la impunidad convertida en un mensaje constante que le dice alguna gente, esto se puede hacer y a otra gente, esto no se puede hacer. A algunas personas les dice que aquí se puede matar a 72 personas y no va a pasar nada o va a pasar poco. A otras personas les decís usted no puede hacer ciertas cosas, no puede ganar un juicio, usted no puede denunciar, a usted no le cuidamos. La impunidad en un recordatorio constante y un recordatorio constante modifica vidas, porque se integra la cotidianidad de una vida. Creo que la otra característica que acompaña la impunidad a la hora de marcar una región muy violenta es que en esta región no conocemos la paz, no sabemos cómo se ejecuta eso, hemos tenido estados corruptos y sociedades violentas desde hace tanto tiempo que honestamente no conocemos la paz. No sabemos cómo hacer un proceso de reconciliación, de organización social, sin que haya violencia de parte del Estado muchas veces. No sabemos cómo hacer un proceso de saneamiento psicológico, no sabemos cómo recoger y tratar a las víctimas en esta sociedad, no sabemos un montón de cosas que deberíamos de saber, pero que sobre todo ha habido estados muy negligentes para descubrirlo. Es muy difícil ejercer la paz si no sabes cómo, es muy difícil ejecutar otra forma de hacer las cosas y no sabes cómo. Creo que eso es obligación de los Estados, de abrir la brecha para que haya conocimiento en paz ¿Por qué apoyamos a tanto papanatas, mercachifle, vendedores de alternativas mágicas? Porque en estos países no conocemos de Estado derecho y si vos vas en países que tienen el 40, 50, 60 por ciento de una población que trabaja en el sector informal, es decir que si trabaja come y si no pues no cena esa noche, para hablarles de la importancia de una Sala de lo Constitucional no saben qué eso. No tienen tiempo, no saben porque no tienen por qué saberlo, no es su culpa. Eso es muy complicado, porque al no conocer cuál es el andamiaje de la democracia, que no es meter un bote en una caja en un día cada cinco años. Es bien difícil que alguien defienda algo que no entienda y entonces es bien fácil que llegue alguien con palabras mágicas.