Hay altas traiciones en la historia del mundo: la de Judas a Cristo; la Malinche a los suyos; Marco Bruto a Julio César; Guy Fawkes en Inglaterra (lo veíamos en la última temporada de The Crown). Dante Alighieri, en su Divina Comedia deja un lugar especial para esos, los traidores, pues considera que es el mayor pecado, por eso los manda al último, el noveno círculo del infierno: el Cocito “lago helado donde son atormentados los traidores enterrados desde el cuello hasta los pies… suplicio y enumeración de los traidores a la patria, que penan en el hielo”. La traición la odiamos, pues se trata de un fraude a la confianza; justo estas últimas semanas me sentí traicionado por varios hechos que expongo en esta columna.
El congreso del estado. He leído con extrañeza que se quiere reformar la constitución del estado para que tanto magistrados como fiscal no necesiten el título de licenciado en derecho, sino uno afín. Esto, me parece que es traición a los principios del derecho, pues es evidente que ambos cargos deben de ser exclusivamente para aquellos que han estudiado jurisprudencia, y no para quienes tengan nociones afines, pues ambos espacios se concentran en desentrañar el sentido de la ley, por lo que no, ningún afín podría suplir ese conocimiento.
FIL. Otras traiciones, las sentí en este evento que tuvo como invitado de honor a Sharjah: desde 2002 he ido a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, sólo interrumpidos en 2020 por la pandemia, y este 2022, caí en la cuenta de que muchas cosas han cambiado, y las he descubierto como grandes traiciones a esta tradición. Primero, dejé de beber mientras compro libros, tradicionalmente me equipaba con una botella de agua rellena de vodka que iba vaciando lentamente, el envalentonamiento del alcohol me llevaba a comprar más y más, sin reparar en el sobre endeudamiento de mi tarjeta, aquello terminaba en una juerga de libros. Esta vez ni una gota, claro que compré mucho menos, esto me lleva a una segunda traición: muchos de los libros ahora los tengo son en Kindle, durante años me resistí a emigrar al digital hasta que descubrí esta maravillosa creación de Amazon, y ahí tuve que traicionar al libro objeto, esa hermosa cosa de papel que tanto se disfruta tener en las manos, deberían enterrarme en ese lago helado boca abajo, cada que decido leer uno en pantalla y no en físico.
FIL y antros. Una última traición experimenté en la FIL, alejado de los antros por cuestiones obvias de edad, el único día al año que me desbalagaba en un antro era justamente saliendo de los libros, continuaba la juerga en cualquier antro de Guadalajara que es un must en eso de la vida nocturna; esto, de la mano de mi amigo el Dr. Leandro Eduardo Astraín Bañuelos quien, este año, renunció a cualquier post-fiesta librera pues se concentró en los eventos académicos y me dejó abandonado. Súmele usted, amable lector, que mi compañero de FIL de este año Roberto Ahumada, el escritor de La Columna J en esta nuestra casa LJA.MX, se duerme a las 10:00 pm, y ya verá el escenario de esta feria: acostados a temprana hora. Todo es muy raro, caracho, como dijera Gil Gamés. Supongo que la edad nos vuelve a alcanzar y nos da sobriedad.
Coda: apenas hace unas semanas habría experimentado una gran decepción cuando fui al tradicional bar de Chuy Bombas y descubrí que nos cambió la receta de las bombas, eliminando el Blanco Madero, y lo sentí como alta traición, desconozco si es algo permanente o sólo en esa ocasión por la falta del licor de Parras, Chuy ¿De verdad has cambiado tu tradicional fórmula? Espero que no, como buen clásico, no me gustan los cambios.