Acaba el año y es época de listas anuales: discos, libros, películas, etc. Ya he dicho en más de una ocasión en este espacio que me encantan. Se equivocan los quejicosos que interpretan en ellas agudas y precisas descripciones de la realidad. Las listas no son objetivas, y las buenas ni pretenden serlo. A lo más reflejan gustos y sesgos conscientes cuando quien las realiza no se concibe a sí mismo como poseedor de una perspectiva divina, de una perspectiva sin perspectiva. Así que, para evitar la queja fácil y el comentario listillo, prefiero en este caso llamarles “recomendaciones”, en particular de lo que he leído este año y más me ha gustado. El lector honesto verá en estas recomendaciones sólo mis gustos, y si le suele agradar lo que recomiendo puede encontrar en ellas algo que le apetezca (así es como yo leo las listas, y así creo que deberían leerse). Me concentraré sobre todo en novedades, o en libros más o menos recientes. Mis lecturas de clásicos este año merecen un espacio independiente.
Sin mayor preámbulo, dos libros encabezan estas recomendaciones. En primer lugar, Vengo de ese miedo de Miguel Ángel Oeste, publicada por Tusquets. Oeste ya me había sorprendido con su novela Arena, también publicada por Tusquets, pero en este caso hurga con una imperiosa necesidad en el pasado de su padre y en el pasado con su padre, para exhibir la emoción que determinó su infancia: el miedo. No es una lectura amena, en el sentido de dejarle al lector una moraleja y una sensación de bienestar. Como artefacto causa más bien angustia y desazón. Es una lectura necesaria, sin embargo. Pocas autoficciones han descrito de manera tan descarnada el daño que los padres pueden infligir en sus hijos. En segundo lugar, y a la que ya dediqué una columna en este espacio, Los chicos de Toni Sala, en una traducción excepcional del catalán publicada por Trotalibros al inicio del año. Sala construye una historia alrededor de la muerte de dos hermanos en la carretera de un pequeño pueblo catalán. A partir de la perspectiva de cuatro personajes, Sala ahonda en la crisis económica, en el injusto mundo que los viejos han legado a las nuevas generaciones, en la atmósfera cruel y densa de los pueblos pequeños, en lo que desordena la muerte de los más jóvenes en los viejos, entre otros temas.
Este año de manera curiosa abundan las buenas autoficciones, por lo que va bien con los tiempos haberle dado el Nobel a una de las mejores en el género, Annie Ernaux. Con sorpresa, celeridad y adicción leí casi una decena de sus libros en poco menos de un mes. De ellos, recomiendo ampliamente El lugar, La vergüenza, Pura pasión y Los años; los tres primeros publicados por Tusquets, y el último por Cabaret Voltaire. Sus temas centrales, en ese orden, son la raza y el género, como apuntó en su extraordinario y honesto discurso de recepción del premio. También saldé este año la deuda que tenía con la obra de Sara Mesa. Hace un par de años Babelia consideró que Un amor era el mejor libro de ese año. Así que este año leí casi todas sus novelas (me queda pendiente La familia, la última y más reciente). Si algo caracteriza su narrativa es la consistencia. Mesa es una magnífica constructora de personajes y atmósferas, muchas de ellas extrañas y opresivas. Las que más me gustaron fueron Un amor y Cara de pan, ambas publicadas por Anagrama.
En el plano de la no ficción recomiendo dos ensayos. Hipocondría moral de Natalia Carrillo y Pau Luque, al que ya también dediqué en su momento una columna en este espacio. Su ensayo es una necesaria reflexión sobre el clima moral de ciertas sociedades occidentales en las que prima el narcisismo y la culpa. Publicado por Anagrama, este breve ensayo va bien para combatir algunas de las nuevas tendencias puritanas de unos tiempos hiperpolitizados. Y de Juan Soto Ivars, considerado el enfant terrible del periodismo y las letras españolas (un mote exagerado cuando menos para un ensayista tan equilibrado e inteligente), Nadie se va a reír, publicado por Debate, en el que Soto narra un episodio que exhibe la falta de inteligencia de nuestras sociedades para interpretar algo que vaya más allá de la ruinosa literalidad.
¡Felices fiestas y lecturas a todas y todos!
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