“Nuestramérica”, como querrían Bolívar o Martí, parece virar a la izquierda en tiempos por demás inciertos, porque además de Boric en Chile o Petro en Colombia, el viejo obrero metalúrgico –no es dato menor que un obrero sindicalista sea por tercera vez Jefe de Estado en un país como Brasil- de 77 años, es el nuevo presidente electo de Brasil, y lo será por tercera vez, ya que así lo quiso la mayoría de las y los brasileños con todo y las trampas y artimañas desde el poder y la intervención abierta de los militares a favor del presidente en funciones en la jornada del domingo pasado. ¿Quién podrá entonces discutir ahora el carisma político de Lula después de su “resurrección política”, habida cuenta de su previa defenestración y encarcelamiento de casi dos años en una burda operación de lawfare? Lula venció el domingo pasado en segunda vuelta con una ventaja estimada de unos dos millones de votos, ante un padrón de casi 160 millones de brasileños. Así es que por un margen de menos del 2% Lula y la izquierda moderada pudieron arrebatar a una derecha extrema la presidencia de Brasil. Sin duda su victoria fortalece a todas las fuerzas progresistas del mundo y en especial de Iberoamérica, México incluido, y contrasta con las tendencias que dominan en Europa, que va escorando, al parecer sin margen, hacia la derecha y la extrema derecha. Ante la falta de proyecto de la derecha en Brasil, representada por el peor émulo sudamericano del gringo anaranjado, Lula será otra vez presidente y la deriva antidemocrática se verá obligada a replegarse, al menos momentáneamente.
Pese a su debacle democrática de los pasados años, es indudable que Brasil sigue siendo en el contexto latinoamericano “la potencia”, dado el tamaño de su economía y su población, y una influencia política importante para el resto de Iberoamérica. Pero los retos de Lula no son cualquier cosa, porque van desde reconstruir el estado de bienestar desmantelado desde la destitución de Dilma Rouseff, hasta hacer que las y los brasileños vuelvan a creer en la democracia, así como desmontar la llamada “teología de la prosperidad” (la que sostiene que si eres rico estás bendecido por dios), resolver el problema del hambre en un país inmensamente rico en recursos naturales y atender el tema no solo brasileño, sino global de la preservación de la Amazonia como pulmón del mundo, son algunas de las altas prioridades para Lula en las que no se puede dar el lujo de fallar.
Indudablemente que el resultado en Brasil da un respiro a las democracias de todo el mundo, pero no todo son buenas noticias puesto que Bolsonaro volvió a ser subestimado, Lula no ganó en primera vuelta, así haya sido por poco y, como ocurrió en la primera vuelta del 2 de octubre pasado, Bolsonaro obtuvo muchos más votos de los que preveían todas las encuestas. Al cierre de los centros de votación, apareció arriba en los primeros resultados que dio a conocer el Tribunal Superior Electoral de Brasil. Permaneció así hasta que se llegó a contabilizar el 67 por ciento de los votos; momento en el que se dio el cruce de tendencias que finalmente se consolidó en favor de Lula, quien legítimamente viene a salvar la democracia brasileña del despropósito populista, militarista y evangélico con la que Bolsonaro “gobierna” desde 2018. Finalmente, la diferencia con la que ganó Lula fue de menos de 2 puntos porcentuales (59.9 por ciento contra 49.10 por ciento), y el balotaje enseña claramente un país muy dividido, en el que 58.2 millones de personas siguen creyendo en Bolsonaro y su visión excluyente y mesiánica de Brasil.
Lula representa genuinamente a una izquierda latinoamericana que más allá de reivindicaciones ideológicas o poses discursivas, enfrenta sus propias diferencias y rasgos característicos y propios, sus crisis internas, sus problemas estructurales y los diferentes modos de gobernar por parte de sus líderes.
No es menor la posibilidad de aprendizaje para la incipiente democracia mexicana y su caro y malo sistema electoral: las y los ciudadanos brasileños pueden votar en cualquier lugar del mundo y desde los 16 años; los resultados precisos en Brasil ante una elección cerradísima se conocieron un par de horas después de los comicios, debido a innegables avances como el voto electrónico. Resultado: amplia e incuestionable participación ciudadana, con un padrón de más de 160 millones de votantes. No por nada se conoce a Brasil como el país-continente.
P.S. Desde donde esté, Marielle Franco sonreirá.
@efpasillas