En el ambientalismo académico son ampliamente reconocidos los personajes presentados en las entregas anteriores, Henry David Thoureau, John Muir, Gifford Pinchot y especialmente Aldo Leopold sobre todo por su artículo La ética de la tierra que, sin lugar a dudas, es un parteaguas en la ética ambiental, pues en él muestra de manera muy concisa cómo la ética, al igual que la naturaleza y la sociedad, tiene que evolucionar y transformarse para integrar en su reflexión nuevos modelos de conducta que sean acordes con el momento histórico. Concretamente Leopold señala que la ética en su origen comprometía a las personas sólo con sus allegados (familia, amigos, tribu), posteriormente sus criterios se ampliaron para integrar en la consideración moral a todos los seres humanos, pero quedando fuera el mundo natural (ecosistemas) y todas las especies no humanas (animales y vegetales), razón por la que no se consideró inmoral destruir y matar, irracional y despiadadamente, a todo ser que no fuera humano. Para Leopold era muy importante que se acabara con esa visión antropocéntrica y que la sociedad en su conjunto evolucionara hacia una ética que integrara a la totalidad de la comunidad biótica y abiótica; es decir, una ética de la tierra que cambie «el papel del Homo sapiens: de conquistador de la tierra-comunidad al de simple miembro y ciudadano de ella. Esto implica el respeto a sus compañeros-miembros y también el respeto a la comunidad como tal» (A sand county Almanac, 1970).
Mientras esto ocurría en Estados Unidos en las postrimerías del siglo XIX e inicio del siglo XX, Miguel Ángel de Quevedo hacía lo propio en México. Hace tres años aproximadamente publiqué en esta columna el artículo «Conocer para valorar» (https://www.lja.mx/2019/08/conocer-para-valorar/) en el que ofrecí información básica de este importante compatriota, que lamentablemente es poco conocido y valorado. Es por ello que vale la pena seguir dando a conocer su invaluable contribución en el ámbito de la conservación de la naturaleza en nuestro país. La labor que él realizó fue de un gran calado en el ámbito ambiental nacional, pues se encargó de llevar a cabo las gestiones políticas necesarias para que se preservaran algunos espacios y zonas naturales que poco a poco se perdían debido al crecimiento poblacional y con éste la expansión de las ciudades, distanciado cada vez más a las personas del mundo natural y acabando con éste. Uno de estos es el Bosque de los Leones, que es un sitio emblemático en nuestro país y el único bosque cercano a la Ciudad de México que, hasta la fecha, sigue siendo su principal pulmón.
Juan Humberto Urquiza (2016) nos comenta en su artículo Miguel Ángel de Quevedo: el porvenir de una nación que fue el primero en proponer un modelo impulsor de proyectos de conservación hidrológica forestal de las cuencas nacionales para el desarrollo agrícola, industrial y biológico, lo que permitiría a la Nación heredar un patrimonio a las futuras generaciones. «Lo anterior se consiguió mediante la protección hidrológica forestal de casi el 33 por ciento del territorio nacional, gracias a la creación del sistema de Reservas Forestales propiedad de la Nación, en el cual se incluyen los Parques Nacionales, que alcanzó su mayor impulso durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas».
Es importante saber también que Miguel Ángel de Quevedo se hizo cargo de redactar leyes y decretos, la más importante se encuentra en el Artículo 27 de la Constitución de 1917 que reconoce la necesidad de regular el aprovechamiento de los elementos naturales con fines de conservación, en especial la protección de los bosques, ya que reconocía el trascendente papel de éstos para la estabilidad de los suelos y la regulación del agua y del clima, esto sin ni siquiera tener una idea del cambio climático, algo que nosotros hoy en día sabemos y deberíamos velar por su protección, pero hay quienes se aferran en seguir devastándolos, prueba de ello son las inmobiliarias que no les importa continuar destruyendo. Sirva de ejemplo señalar que costó casi una década conseguir que algunas hectáreas del bosque de Cobos gozaran de protección municipal y estatal, labor que realizaron con gran ahínco Miguel Vázquez y Guadalupe Castorena con apoyo de sus respectivas asociaciones (Guardabosques de los Cobos y Movimiento Ambiental de Aguascalientes A.C.) y de los representantes gubernamentales en turno. Se esperaba con ello detener el crecimiento de la ciudad de Aguascalientes hacia el sur-oriente, pero ¿qué creen estimadas y estimados lectores? ¡Les valió madres a las constructoras, se fueron más pa’l sur oriente y siguen acabando con el bosque que no alcanzó a protegerse bajo la figura de área natural protegida! Sepan que esta expansión de la mancha urbana no es positiva, pues además de acabar con los ecosistemas generan crisis en los servicios que se espera cubran los municipios (luz, agua, drenaje, seguridad pública, recolección de basura, escuelas). La cuestión es que si ya hay crisis en algunos de estos servicios ¿cómo le hace el gobierno para cubrir áreas cada vez más lejanas que se construyeron sin respetar los planes de ordenamiento ecológico y de desarrollo? Las inmobiliarias destruyen los espacios naturales, construyen infraestructura de baja calidad y se van, dejando embarcados y endeudados a los nuevos ingenuos inquilinos y al municipio que, cabe decir de paso, sigue autorizando y permitiendo este atropello ambiental y social, al cabo que administraciones van administraciones vienen, hay que lo resuelvan los que siguen; ¡y así llevamos décadas! Y qué decir del negocio del agave cuya producción está arrasando con cerros enteros y que ya se abordó en esta columna (https://www.lja.mx/2022/09/las-victimas-de-los-campos-azules/ )
Retomando lo hecho por Miguel Ángel de Quevedo se debe agregar que creó instituciones públicas y sociales, centros de enseñanza y de investigación forestal, que promovió la publicación de la revista Forestal Mexicana y posteriormente la revista México Forestal que logró mantenerse en circulación más de medio siglo y que generó un debate conservacionista con perspectiva global. Contribuyó además en la elaboración de planos arquitectónicos y en la construcción de infraestructura con tintes conservacionistas a lo largo de todo el país, así como en la creación de viveros y centros de producción forestal. En suma, Miguel Ángel de Quevedo, debe ser considerado en la historia de México el primer activista ambiental de nuestro país y una figura incomparable, pues logró dejarnos un gran legado con su obra, lo que nos queda es conocerlo más y, en la medida de lo posible, recuperar y emular sus enseñanzas.