La brecha entre la comunidad científica y la ciudadanía/ El peso de las razones  - LJA Aguascalientes
27/04/2025

 

En el prólogo a la segunda edición de su libro Why Trust Science? Naomi Oreskes, la historiadora y filósofa de la ciencia de Harvard, hace un rápido análisis de las respuestas que distintos países dieron a la emergencia sanitaria ocasionada por la Covid-19. ¿Por qué algunos lo hicieron tan bien y otros tan mal? La respuesta de Oreskes es clara: el manejo de la pandemia dependió de manera crucial de la confianza que los políticos en turno y la ciudadanía depositaron en la comunidad científica. Ninguna otra variable resulta explicativa para comprender por qué Alemania y Corea del Sur lo hicieron mejor que Estados Unidos e Inglaterra, por ejemplo. Pero esto no se trata de una evaluación fría del diseño e implementación de una política pública sin más. La bochornosa actuación de gobiernos como el brasileño y norteamericano causó, al menos de manera indirecta, la muerte de decenas de miles de personas, la cual podría haberse evitado. A esto habría que sumar la colusión de algunos científicos con el discurso ideológico dominante, pues de manera negligente justificaron las medidas preferidas de sus superiores apoyados en sus presuntas credenciales científicas.

El ascenso al poder de distintos populismos de izquierdas y derechas por todo el mundo ha erosionado a las instituciones científicas. Se han vuelto conceptos populares los de posverdad, noticias falsas y otros datos. Ya a nadie escandaliza que los gobiernos desestimen la información que ellos mismos proporcionan a los medios de comunicación y a la ciudadanía. Son pocos los que consideran alarmante que nuestros gobernantes atiendan a los problemas más urgentes a partir de corazonadas y ocurrencias, y que ataquen como opositores políticos a los científicos que alzan la voz y tratan de encausar la discusión al terreno de la evidencia disponible. La sociedad se ha hiperpolitizado: toda discusión se lee y evalúa en términos de las ideologías en pugna. El mayor problema con este estado de cosas, como nos alertó José Woldenberg en su columna de Nexos hace algunos meses, es que si pintamos de colores políticos al conocimiento científico perdemos todo terreno común para la deliberación en contextos de pluralidad. Sin evidencia incontaminada por la marea política sólo nos queda la reyerta polarizada, la trifulca acalorada, la emocional denostación del que disiente con nosotros. Ganará quien más adeptos consiga para la causa, incluso cuando el punto de vista que se defiende se dé de bruces contra la realidad. Sin el terreno común del conocimiento que nos proporciona e institucionaliza la comunidad científica estamos condenados al integrismo de los gritos o al ostracismo del silencio.

Dicho lo anterior, una de las prioridades que cualquier grupo político estatal o federal que se oponga al rampante populismo debe tener en su agenda es el de cerrar la brecha entre la ciudadanía y la comunidad científica. Debemos reconstruir poco a poco la confianza que las personas han perdido en la ciencia. No obstante, las distintas oposiciones no muestran una cabal comprensión de lo que está en juego con este objetivo. Por el contrario, las vemos tratar de jugar al mismo juego que los populistas: un juego que no pueden ganar porque no está en sus genes, y al hacerlo difuminan sus rasgos políticos. Una oposición fuerte al populismo debe comenzar por robustecer a la comunidad científica y por exigirle que asuma sus responsabilidades en cerrar la brecha entre ella y la ciudadanía (a partir de la divulgación, de la formación de recursos humanos, de proyectos de ciencia ciudadana, etc). También debe poner como una de sus prioridades el fortalecimiento de las diversas instituciones y organizaciones científicas, sobre todo públicas. Sin ciencia no hay deliberación posible. Sin ciencia no hay una atención adecuada de los problemas que más nos importan. Sin ciencia no hay democracia, sólo demagogia. Es momento de que las oposiciones a los gobiernos populistas lo comprendan.

CODA. En este contexto es en el que quiero encender una alarma para los hidrocálidos. En días pasados la ciudadanía del estado de Aguascalientes fue informada de la designación del nuevo director del Descubre. Un rápido repaso por sus credenciales académicas y laborales nos arroja una explicación sencilla: su nombramiento responde de manera exclusiva a un pago político. Sin ingenuidades de por medio, sabemos que los pagos de este tipo forman parte de la democracia y han dejado de escandalizarnos. No obstante, para realizarlos se prestaba atención a las credenciales epistémicas y prácticas de los designados, y solían darse en puestos que no requieren de conocimientos técnicos importantes. Mi preocupación es la siguiente: ¿en verdad el Gobierno del Estado piensa que el Descubre es sólo un museo?, ¿considera que su papel sólo debería estar en gestionar lo que sucede dentro de un edificio?, ¿opina que la dirección de esta institución no requiere de conocimientos técnicos? Si las respuestas son afirmativas, temo informarles que el Gobierno del Estado se equivoca por triplicado.  Si se prioriza a la ciencia, sabemos lo que nos espera.

mgenso@gmail.com


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