siento como se besan
y juntan para siempre sus orillas
las islas que flotaban en mi cuerpo
Villaurrutia
Estaba en la cocina pelando garbanzos. Era la primera vez en mi vida que lo hacía. De hecho, no me gustan los garbanzos. Los puse a cocer por una recomendación pero mis expectativas no eran altas: remoja toda la noche, pélalos y cuece por casi una hora no es una dinámica para la que tenga ni tiempo ni paciencia. Aún así me aventuré y en el despellejarlos encontré una fuente infinita de placer, como quien truena las bolitas de plástico, como quien rueda por sus manos bolas chinas, como quien está lleno de dopamina después del amor, y no quería que se me terminaran.
Ahí, sentada frente al tazón, los observaba uno a uno perder su vestimenta, quedar desnudos y suavecitos, cosa que me hizo pensar en las primeras veces, esta es la primera vez en mi vida que hago algo semejante, que me encuentro en este espacio, que respiro este aire, un Big Bang de las cosas que ocurre por muy pequeñas o sutiles o furtivas que sean. La novedad. Todo en sí mismo es novedoso. Ver dos veces la misma película, leer por segunda vez un libro siempre serán las primeras.
Yo sé, yo sé, esta idea está escrita y dicha y repetida en muchos lados, sin embargo, nunca lo había interiorizado de tal manera que el acto de pelar garbanzos despertara en mí la sensación de la cosa más novedosa y profunda y espectacular del mundo, porque en primera, nunca lo había hecho, y en segunda, no solo estaba pelando garbanzos. Yo que nunca en la vida había pensado en ellos, porque no me gustan, mientras realizaba el acto mecánico de tomar dos garbancitos húmedos en mis manos, presionar, estirar, retirar y observar la piel membranosa con detenimiento recordé que alguien me dijo, o yo lo leí, que la piel del garbanzo se reblandece en remojo igual que la piel de las manos y pies, cosa que fue una especie de epifanía. Esa rugosidad ya la conocía de antes en mi propio cuerpo. ¿No es maravilloso? Después de horas en el mar esa piel se reblandece como garbanzo. Vaya descubrimiento.
Aunque esto de encontrarle la novedad a todo suele resultar difícil, pues después de trabajar 6 días a la semana, caminar por donde mismo durante años, ver los mismos campanarios, reconocer las mismas caras de delincuentes futuros, una se aburre. Claro, claro, el que se aburre es tonto o algo así dicen quienes leen y ven y conocen y saben todo para no tener esta enfermedad vergonzante que es el aburrimiento. Solo los tontos se aburren, he escuchado muchas veces ante el dedo flamígero de quien no es un aburrido. Tal vez esta superioridad moral está en los que descubren el mundo y su grandeza al repetir los mismos actos durante toda la vida pero sin que sean iguales. Felicidades por ellos, yo no me lo había planteado así, pero una vez que comencé ya no me saqué la idea de la cabeza, al grado de pelar garbanzos con profunda concentración y deseo.
Como cuando comencé a salir con Triple A [llamémosle así antes de que le ponga su sobrenombre: el Cacas número 4], toda una novedad. Lo que hacíamos juntos era el descubrimiento de América, nuevas tierras que colonizamos e invadimos. Ocupábamos un lugar en donde solo éramos él y yo, sin distinción alguna en la invención de la vida, la nuestra [o eso creía], hasta que me puso el cuerno. Todo lo que en un inicio pareció ser el encuentro de dos mundos se transformó y eso también fue novedoso. Ambos éramos los mismos pero vistos con otros ojos, unos nuevos que encontraron extractivismo, ojos que nos revestían de desesperanza, rencor y vergüenza. Recuerdo una vez que en medio del calvario que fue despedirnos definitivamente hicimos el amor. Ardientes y llenos de rabia nos encontramos en medio de algo doloroso y flagelante. Algo desmesuradamente obsceno y violento que no tenía que ver con los golpes ni con el despojo de la dignidad, sino como con un colisionador de partículas que al chocar explotaron en energía que se descompuso en poco tiempo. Ya no éramos.
Pelar garbanzos resultó en que al despellejarlos, despellejé las miles de primeras veces que he vivido con todo y sus repeticiones, en las cosas pequeñitas, sutiles y furtivas que ocurren. Sí, sí, sí, la novedad del primer beso, la primera noche, todas las primeras veces que nos volvemos a enamorar para descubrir los mismos escenarios en el Nuevo Mundo que es el cuerpo, la fuente infinita de placer, las nuevas inyecciones de dopamina después del amor, el tronar bolitas de plástico, ver dos veces la misma película o leer por segunda vez el mismo libro.
“Somos los mismos envueltos en novedad”, dice la canción. Como novedoso también fue el sabor del garbanzo. No me gustan, escribí, pero cuando los probé una oleada de nuevo gozo inundó por primera vez mi cuerpo. Ya volveré a encontrar el tiempo y la paciencia para pelar garbanzos con profunda concentración y deseo.
@negramagallanes