No acudí a la marcha del día de ayer por dos cosas: la primera, es que creo que contribuye a ese juego de polarizar este país, a esa dicotomía sin matices que es el fifís versus chairos; no todos somos parte de esa radical separación nacional. Si bien es cierto no estoy de acuerdo con varias decisiones que ha tomado el presidente, estoy a favor de otras tantas que ha impulsado, como el aumento del salario mínimo que como nunca se ha elevado, periodos vacacionales más amplios para los trabajadores comunes que por fin verán más allá de los miserables 5 días por año del anterior artículo 123 o el fin del horario de verano. Becas para estudiantes, la pensión universal para adultos mayores. También estoy de acuerdo con la construcción del tren maya que traerá mayor desarrollo turístico a una zona tan importante y pobre, como es el sur del país.
Sí claro, todo tiene bemoles y sostenidos, problemas y desventajas. Justo recientemente discutía con un político de muchos años sobre el aumento al salario mínimo y las vacaciones, y argumentaba que esto provocará inflación y problemas a las empresas. No lo dudo (no soy economista) pero una cosa es real: por primera vez en años, probablemente desde el nacimiento del artículo 123, se están dando pasos para la protección de la clase obrera, recordemos que los últimos sexenios se dieron algunos golpes a ellos, como el outsourcing o la limitación de los salarios caídos. Estas soluciones pueden generar mayores problemas, pero al menos se está tratando de hacer algo para mayor justicia social que permita una válvula de escape para ideas más radicales. La historia nos enseñó que el socialismo real, ese terrible monstruo del siglo pasado, nació por no tomar decisiones y derechos por los más oprimidos. El estado social democrático llegó tarde y comenzó a contrarrestar los perjuicios de las revoluciones socialistas, después de toda la sangre derramada.
Si no comprendemos que hay millones de pobres y extremadamente pobres, a los que durante sexenios se les ha prometido que la revolución les hará justicia, la popularidad de un presidente que toma decisiones a juicio de muchos estudiosos populistas, seguirá creciendo y con ella la de su partido. No dudo que la inflación aumente y pulverice el aumento de aproximadamente 70% al salario mínimo en el sexenio actual, pero eso no lo comprende el ciudadano común y corriente, ese que de recibir cien pesos diarios hace tres años, ahora recibe ciento setenta y tres; quienes piensan lo contrario siguen en su burbuja de privilegios, y no perciben que sea como sea, la democracia sigue siendo de mayorías.
La segunda razón por la que no acudí, es que el INE sí necesita reformas. Siempre son necesarias las reformas, la mejora, partiendo de un par de cuestiones muy importantes: no tocar la autonomía, y aquí hay que ponernos de acuerdo: no tocar la autonomía significa principalmente respetar el mecanismo complejo de elección de consejeros que hoy parte de exámenes iniciales; segundo, y muy importante, fijar un porcentaje de recursos que reciba. Y esto último no existe, por ello es importante la reforma. Además, es momento de quitarle al INE facultades que no debería de tener, por ello es el más caro del mundo. Por ejemplo, la fiscalización de los recursos, es una tarea que tendría que estar dentro del Sistema Nacional de Fiscalización, es decir, dejarla en las Entidades de Fiscalización Superior.
La reforma del presidente vende que va enfocada principalmente a reducir recursos, limitar plazas, eliminar consejos, menos burocracia de alto nivel; eso, que quieren escuchar los mexicanos. La oposición sólo dice: no se toca, pero no estamos haciendo nada, para abatir esos problemas que le dan precisamente, herramientas al populismo. Mientras los gobiernos de oposición no pongan el ejemplo, creando mecanismos reales para mejorar la vida de la ciudadanía, para limitar la burocracia de alto nivel, el presidente cobrará mayor popularidad en el país.