La viejita de mi casa
Veo a mi perra hacerse vieja. La Nico camina cada vez más lento. Tiene más canas y llora cuando se levanta porque su espalda ya se está quebrando. Seguido, cada quince días, cada mes, la llevamos a su terapia para que le duela menos. Ya está empezando la temporada de frío, le pusimos un suéter que la ayudará a mantenerse calientita y quizás eso ayude un poco. Hace unos años me di cuenta que la perra se está haciendo vieja y empecé una larga despedida; pero ahí sigue. Tengo miedo de creer, a veces sueño con que podría durarme toda la vida.
El perrito estresado
Hablo de un perrito que rescataron mis vecinos. Tiene las orejas puntiagudas pero una de ellas, casi siempre, está caída. Tiene los ojos muy abiertos y muy oscuros, pero brillan mucho, y parece que está a punto de llorar o que tiene un ataque de nervios. Por su cara, uno pensaría que todo el tiempo lo están regañando cuando en realidad lo quieren mucho. Cuando camino bajo la casa de mis vecinos, y alzo la mirada, ahí está él, asomado discretamente, mirando todo lo que pasa; pero si tus ojos se cruzan con los suyos, él esconde la cabecita, la desaparece detrás del borde, como pidiendo perdón por ser el investigador privado más chafa del mundo.
El barba blanca
Hay un perro que vive detrás de unas rejas y vigila la calle. Es gris, pero como también ya está viejito, cada día emblanquece un poco más. Sus barbas son completamente blancas. Se la pasa echado, con el hocico afuera de la reja y ya no ladra a nadie, solo mira. Cuando era un cachorro, fácilmente le echaba bronca a la Nico. Se le aventaba encima como si tuviera que proteger a toda la cuadra. No le tengo mala fe por eso. La Nico era una tragona. Quizás una o dos veces, habrá robado la comida que estaba predestinada para él, o para los perros de la calle. Una vez pregunté al taquero de la cuadra cómo se llamaba ese perro. Me dijo un nombre chistoso, pero no puedo recordarlo. Quizás era el trampas, o el cocas, o el barbas, o el chombas.
Pardo y negro
Tengo otros vecinos, un poco más adelante, que dejan afuera a sus dos perritos, uno Pardo y uno Negro. El Negro es especialmente de cuidado, porque le gusta hacer largos círculos para rodear lo que está cazando. Desde que “acabó la pandemia”, los coches circulan continuamente afuera de mi calle y Negro corre alegremente entre ellos. Tiene mucha energía, mucha vitalidad. Es como ver la carrera de un boxeador que eventualmente caerá porque se niega a retirarse; creo que un día lo van a atropellar. Pardo, como está viejillo, casi de la misma edad de Barba Blanca (son amigos), simplemente lo mira correr de un lado a otro. A veces se levanta para caminar a una de las taquerías y cazar la carne que se cae; Negro entonces se da cuenta y va con él, para ver qué se come. Comen juntos, luego caminan, se van a quién sabe dónde, quizás a cazar demonios o corretear fantasmas.
Una jauría de tres
En Cholula, no es extraño encontrar enormes jaurías de 11-15 perros andando por sus calles pequeñas, sus callejones de pueblo. Tampoco es extraño atestiguar cómo disminuyen las jaurías. Creo que podría salir un documental interesante de seguir a uno de estos grupos. Los perros, en comunidad, tienen una vida trágica: se pierden, son atropellados, son asesinados por algún chamaco, los borrachos o por su propia jauría (por el hambre o por un código interno que manejen) y, supongo que las menos veces, son adoptados. Hay una jauría de tres perros que suelo encontrarme en mis paseos, recuerdo cuando eran nueve, y luego disminuyeron a seis. Funcionaban como unidad, hermanos que se cuidaban los unos a los otros. Dos perros adelante, uno atrás. El perro de atrás solía adelantarse para ladrar a alguien, hacerle saber que su tropa estaba pasando, y los otros perros giraban las cabezas, los hocicos, y miraban aquello que era señalado por el explorador, el adelantado. Los dos perros de adelante podían unírsele, como para señalar que son el músculo. Pero ahora son tres y caminan uno detrás de otro, y luego se detienen a descansar bajo una sombra, y me parece ver, en sus ojos tristes, que pueden ver la sombra de aquellos que se quedaron atrás en el camino.