La neurociencia es un área de investigación en rápido crecimiento, con muchas aplicaciones prometedoras: desde mejorar la educación y fomentar la creatividad hasta tratar la adicción y desarrollar relaciones afectivas más saludables. Como ha señalado el neurofilósofo Steven Gouveia, la disciplina se caracteriza por una abundancia de datos empíricos, aunque carece de un marco teórico unificador; en su lugar, adopta un enfoque fragmentado, que trabaja con diferentes modelos para distintas funciones mentales como la percepción o la memoria. Aunque varias agendas de investigación alternativas buscan remediar esta falta de unidad, existe un amplio consenso científico en la afirmación general de que la actividad cerebral es relevante para comprender las funciones mentales, en el uso de ciertas técnicas de imagenología para recopilar evidencia y en la búsqueda de una integración fluida con la física, la química y la biología.
Se espera que este campo de investigación científica transforme varios aspectos de la salud pública, especialmente en psiquiatría. Desde 1986, el ex director del Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos, Herbert Pardes, afirmó que la información, las tecnologías y los enfoques provenientes de la neurociencia tendrían implicaciones clínicas cruciales para la psiquiatría. En una breve nota de 1992, la revista Science también advertía sobre las grandes expectativas de la investigación neurocientífica para abordar los trastornos mentales, al tiempo que identificaba algunos desafíos importantes. Quince años más tarde, Steven Hyman expresaba un entusiasmo similar por incorporar la neurociencia en el diagnóstico psiquiátrico, al tiempo que reconocía “…la dificultad de caracterizar los circuitos y los mecanismos que subyacen a la función cerebral superior, la complejidad de los fundamentos genéticos y de desarrollo de la variación del comportamiento normal y anormal, y la naturaleza insatisfactoria de los modelos animales actuales de trastornos mentales”.
Thomas Insel, director del NIMH de 2002 a 2015, resumió cuatro oportunidades para informar a la psiquiatría con descubrimientos neurocientíficos. Primera: comprender los trastornos mentales como trastornos cerebrales podría ayudar a encontrar sus causas distales (por ejemplo, a través de la investigación genómica y la epigenética). Segunda: comprender los trastornos mentales como trastornos del desarrollo cerebral podría permitir intervenciones que prevengan sus aspectos más incapacitantes. Tercera: reconocer los rasgos individuales asociados con la respuesta al tratamiento podría ayudar en el diseño de tratamientos personalizados. Y finalmente, cuarta: la investigación y la capacitación para tratamientos psicosociales seleccionados basados en la evidencia podrían proporcionar un tratamiento (no farmacéutico) eficaz para muchas personas. Si bien Insel reconocía que la brecha entre el conocimiento biológico básico y la atención eficaz de la salud mental es un reto común en todas las especialidades médicas, señaló que “el problema es más agudo en la psiquiatría porque gran parte de la atención de la salud mental se lleva a cabo fuera del sistema de atención médica”. Esta segregación de la atención psiquiátrica del sistema de salud parece deberse, al menos en parte, a la disputa sobre la objetividad de las enfermedades mentales.
Los anteriores son ejemplos de la “revolución biológica” en psiquiatría, que pretendía alinear a esta disciplina con las principales tradiciones de la medicina concebida como biología aplicada. En un sentido completamente diferente, la neurociencia también ha provocado reacciones críticas hacia la práctica actual de psiquiatría, vista como una especialidad médica. Por ejemplo, muchos en el movimiento de la psiquiatría crítica esperan que algunos cambios importantes en su campo se produzcan como resultado de descubrimientos neurocientíficos. Tras décadas de intensa investigación, consideran que no hay evidencia concluyente que asocie los trastornos mentales a las condiciones neurológicas. Esto, argumentan, proporciona una razón sólida para cuestionar la asimilación conceptual de la neurociencia en la práctica terapéutica de la psiquiatría. En lugar de concebirla como una aplicación de la biología, modelada para adoptar un enfoque científico hacia el estudio del mundo natural, ven a la psiquiatría como dirigida hacia construcciones sociales. En este sentido, como expresan el sociólogo Hugh Middleton y la psiquiatra Joanna Moncrieff, la psiquiatría debe considerarse una ciencia social irreductible con un enfoque humanista que busca comprender los trastornos mentales como reacciones humanas que no ocurren simplemente en los individuos, sino que exhiben patrones en las interacciones interpersonales y sociales. Por lo tanto, desde su punto de vista, los desarrollos recientes en neurociencia ayudan a identificar condiciones psiquiátricas con “problemas sociales reales que deben abordarse al reconocer que la contribución más importante que cualquier médico puede hacer al bienestar de los pacientes es proporcionar y entablar una relación de apoyo, aceptación, comprensión y delimitación apropiada”.
En cualquiera de estas concepciones diametralmente opuestas de la naturaleza de la enfermedad mental, la neurociencia tiene mucho que decir de importancia para la psiquiatría.