La mirada interior de Annie Ernaux/ El peso de las razones  - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Su abuelo no sabía leer ni escribir: esa era la carta de presentación que esgrimía su familia. Violento y arrebatado por una estereotipada masculinidad fue determinante en la vida de su hijo, el padre de Annie, quien trató de robar unos años de juventud a un destino prefijado socialmente: ser obrero en las fábricas aledañas. De su padre, Ernaux elabora una pintura monocromática que se atiene sólo a los hechos: su vida acosada siempre por un sentimiento implícito de inferioridad. Vivió una vida sencilla, escaló poco a poco algunos (pocos) peldaños sociales que lo alejaron ligeramente de la pobreza que le asoló durante la infancia. Trató, como muchos padres que viven en alguna etapa de su vida la miseria material y espiritual, que la vida de su hija fuera diferente: mejor. Pero sus aspiraciones, a diferencia de las de su esposa, nunca abandonaron el pequeño huerto que creó en una etapa en la que las penurias cotidianas ya no eran alarmantes. El padre de Annie buscaba que su hija dejara aquella parcela asfixiante, aunque quizá, también que fracasara en el intento. Sabía, como quizá lo saben padres como el suyo, que su escalada social significaría la ruptura definitiva de sus lazos. Y así sucede. Annie ya no conversa, deja la casa, le atrae el estudio y la atmósfera intelectual citadina. Su padre sabe que su hija ya es mejor que él, y ella confirma su diagnóstico con su lejanía y silencio. Han extraviado su terreno común, ya no hay puentes que los unan. Annie se casa con un intelectual al que le aburre su rústica familia. En una de sus visitas a la casa familiar, un domingo de junio, su padre muere. La traición se consuma. Ernaux transmite, en pocas y asépticas páginas, que la movilidad social intergeneracional levanta gruesas barreras culturales. La anterior es la premisa de El lugar (Barcelona: Tusquets, 2002) de Annie Ernaux, que recibiera el Premio Renaudot en 1984.

La obra literaria de Annie Ernaux es un examen sin concesiones de su propia vida. En El lugar examina los ideales burgueses en contraposición con la vida rural a partir de algunos retazos de la vida de su padre y su relación con él, en el que la escritura “estrecha el camino entre dignificar un modo de vida considerado inferior y denunciar la alienación que conlleva”. En La vergüenza (Barcelona: Tusquets, 1999), Ernaux recrea un episodio de violencia familiar en el que un domingo su padre intenta matar a su madre y lo que éste le significó: su imposibilidad de hablarlo o incluso escribirlo: “Es la primera vez que describo esta escena. Hasta hoy siempre me había parecido imposible, ni siquiera en un diario íntimo. Como si el hecho de contarlo fuera algo prohibido que iría acompañado inevitablemente de un castigo. Quizá, no poder escribir nada después”. Ernaux, no obstante, no cede al melodrama: “…tengo la impresión de que se trata de un suceso banal, mucho más frecuente en las familias de lo que entonces me hubiera podido imaginar. Quizá la escritura convierta en normal cualquier suceso, incluso el más dramático”. En Pura pasión (Barcelona: Tusquets,  1993) Ernaux describe con una prosa quirúrgica su obsesión y relación con un hombre casado del Este de Europa, en el que su pasión la consume al punto de que pierde cualquier interés en cualquier otro aspecto de su vida: “Procuraba salir lo menos posible al margen de mis obligaciones profesionales ―cuyos horarios él conocía―, siempre temerosa de perderme una llamada suya durante mi ausencia. Evitaba también utilizar el aspirador o el secador de cabello, pues me habrían impedido oír el timbre del teléfono”. Ernaux describe con maestría la pasión totalitaria que hace que cualquier actividad sea sólo “una manera de pasar el tiempo entre dos citas”. Se confiesa: “Me habría gustado no tener nada que hacer salvo esperarle”, “…tampoco deseaba distraer mi pensamiento con algo que no fuera esta espera: no estropearla”, “…evitaba las circunstancias que podían alejarme de mi obsesión: lecturas de libros, salidas con amigos y las demás actividades que antes me apetecían. Yo aspiraba a la ociosidad total”.  Y es justo en Pura pasión donde se encuentra una de las claves para descifrar las motivaciones y la luminosidad del conjunto de su obra de autoficción: “Me pregunto si no escribo para saber si los demás no han hecho o experimentado cosas idénticas, o al contrario, para que les parezca normal experimentarlas. O incluso para que las vivan a su vez, olvidando que un día las leyeron en alguna parte”.

El jueves pasado la Academia Sueca anunció que la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2022 era Annie Ernaux. No cederé al despropósito de discutir los intríngulis que llevan a tomar ciertas decisiones a los sesudos académicos. Me resulta evidente, como a cualquier persona con dos dedos de frente, que los galardones sufren de los tirones y bamboleos políticos del contexto. No obstante, quisiera hacer un apunte. La calidad literaria de la obra de Ernaux me parece sobrada para recibir los más importantes reconocimientos, en este caso el del Nobel. Las autoficciones de Ernaux (más de dos decenas, de las que sólo he hablado hasta el momento de tres) no exhiben tramas rebuscadas: la suya no es una obra de grandes historias. Por el contrario, su obra manifiesta la más cruda cotidianidad: experiencias que más de alguna y alguno de sus lectores con seguridad han vivido, pero que filtradas por la aguda mirada interior de Ernaux adquieren el peso de las palabras. Hacia el final de El acontecimiento (Barcelona: Tusquets, 2001), donde narra su experiencia al realizarse un aborto clandestino en París, señala lo siguiente: “He acabado de poner en palabras lo que se me revela como una experiencia humana total de la vida y de la muerte, del tiempo, de la moral y de lo prohibido, de la ley, una experiencia vivida desde el principio al final a través del cuerpo. Me he quitado de encima la única culpabilidad que he sentido en mi vida a propósito de este acontecimiento: el haberlo vivido y no haber hecho nada con él. Como si hubiera recibido un don y lo hubiera dilapidado. Porque por encima de todas las razones sociales y psicológicas que pueda encontrar a lo que viví, hay una de la cual estoy totalmente segura: esas cosas me ocurrieron para que diera cuenta de ellas. Y quizás el verdadero objetivo de mi vida sea este: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es decir, en algo inteligible y general, y que mi existencia pase a disolverse completamente en la cabeza y en la vida de los otros”. Este apunte vale para su obra en conjunto.

Por mi parte, confieso que me gustan los premios literarios ―incluso con la politiquería y presiones comerciales detrás de los grandes y medianos galardones, y con el amiguismo y la corrupción detrás de los pequeños―, porque en el fondo pueden incentivarnos a conocer la obra de algunas grandes autoras y autores. Espero que la concesión del Nobel de Literatura a Annie Ernaux este año sea una oportunidad para que otras y otros se acerquen a su obra, que bien lo vale.

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