La vida es un instante, ella aparece y desaparece mientras las personas tratan de perseguir sueños obcecados y objetivos impuestos, porque si dentro de cada uno no hay un devenir, lo que ocurra afuera no tendrá dirección.
En muchas de las ocasiones se dice que este camino llamado vida es una búsqueda constante en donde se encuentran algunas respuestas, pero al mismo tiempo las preguntas van cambiando. Las guerras, los amores, las conquistas, las estrellas, la teúrgia, la oratoria y los atardeceres son algunos de los pormenores a los que constantemente se les intenta dar una interpretación, una lógica, y tal vez una de trascendencia.
En los momentos más álgidos de la pérdida de identidad, las crisis aquejan y fecundan un panorama caótico y vituperable ante las amenazas naturales y la desaforada existencia banal. Toda esperanza que se tenga requiere de un despertar, la filosofía siempre ha estado ahí, bajo distintos clises; no obstante, cuando los ciclos derrumban los esquemas fácticos, una nueva fuerza, una nueva idea tiene un devenir, las personas ante tales ausencias están teniendo un nuevo despertar, partiendo de la filosofía, pues cual sea que sea la búsqueda, debe de tener un sentido.
Sin duda alguna, en muchas de las ocasiones se sobre entiende al filosofar como un acto propiamente teórico, no obstante, las circunstancias que rodean a los humanos someten a esta práctica del pensamiento a un estilóbato de mayor proporción, en tanto que; la percepción y aplicación ha cambiado, desde la perspectiva de las economías de las desigualdades y la implementación de la distribución eficaz de la riqueza, hasta las lecciones de metafísica que aquejan a las sociedades.
Las soledades son inherentes a las búsquedas, las conquistas son afables a los encuentros, y precisamente en cada uno de los caminos que tenemos los seres humanos existe un sentido básico y esencial de existencia. La capacidad de construir castillos a la virtud y esquemas de orden y progreso bajo los conceptos idealistas se han difuminado en demasía en las últimas décadas, haciendo alusión la crítica que expone Franscis Fukuyama en su obra El fin de la historia y el último hombre (Fukuyama, 2015), donde plasma la relevancia de entre los individuos, como entre las naciones; se ha perdido el relato a priori de las ideologías, es decir, pareciera que no existen filosofías contrarias, y postulados contrarios a la situación.
Del mismo modo, se plasma un pensamiento desplazado por los cálculos económicos y por una insatisfacción adentrada en el consumismo. No hay guerras como antes, pero sí una pérdida de identidad característica en donde no se logra percibir a gran escala una filosofía propositiva.
La segmentación social es extensa y de gran proporción, en gran medida las industrias han generado y procurado un esquema que pueda dirigirse de manera objetiva y tácita para cada perfil que existe, las redes sociales tienen la capacidad para poder encontrar más de cinco mil puntos de coincidencia sobre intereses generales, gustos, emociones, tendencias.
La percepción sobre esferas de pertenencia desboca en lo abstracto, incluso en lo surrealista de lo que puede preceder a la falta de identidad, el comentario se vierte tanto en la relación que existe por parte de los individuos hacia su nación, hasta el alcance que puede tener un movimiento como el feminista.
La identidad a partir del auge de la globalización ha generado una falta de consistencia en las personas, cada vez es más complejo poder contestar ¿Quién soy? Ante dicha postura existe un deseo constante que rebasa al placer, es la conexión de un deseo con otro deseo, sin tomar como base la primera instancia de la necesidad.
El tema de las conexiones y las relaciones se encuentra rebasado, el ritmo social que se tiene implica tener un constante entretenimiento, es el éxito de las redes sociales, ya que ellas permiten la conexión, no obstante, no es lo mismo a relacionarse, la hiperactividad ha diseñado y postrado a las acciones en mayor proporción a las reflexiones, en tanto que al vivir en polo opuesto al estoicismo, podría mencionarse que siempre y de manera generalizada el ser humano está insatisfecho, lo cual hace y genera que exista un desánimo y por consiguiente una estimulación para volver a un círculo vicioso y contagioso.
“Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizás sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga” (Camus, 2022).
Las redes sociales del mismo modo han promovido un esquema de interacción disminuido, es decir, el ser a través de estos mecanismos se ha vuelto estático, contrario a lo que hacían los peripatéticos en esa dinámica de caminar, de moverse, de pensar y filosofar, las nuevas modalidades sociales implican literalmente estar echado frente a una pantalla poniendo simbologías que expresan una emoción, se ha fustigado la capacidad de expresar dolor, son las máscaras y no las más caras de las intenciones por comunicar lo que se vive y se siente. En la medida que existe un dinamismo físico se genera una vitalidad mental para poder establecer interacciones distintas, la filosofía ante el desánimo es una esencia humanizadora.
Me despido de usted estimado lector, nos vemos la siguiente semana con la continuación del presente texto.
In silentio mei verba, la palabra es poder.