A unos días de llegar a un año más, muchos pensamientos agolpan la cabeza, las velas se van acumulando y por supuesto, también las experiencias vividas. También evoluciona de forma inconmensurable la perspectiva que se tiene de la edad y depende del humor que uno puede amanecer agradecido por haber llegado hasta ese punto, o deprimido por ver cómo la vida se escurre entre las manos sin mucho por hacer; también resulta curioso, cómo con los años vamos viendo que la juventud parece extenderse y la vejez se avista más lejana, sobre todo conforme vamos pisando esa edad a la que antes la gente nos parecía mayor.
A los veinticuatro, por primera vez ocurrió, fue un niño quien lo hizo, (por aquellos días aún se permitía o no era juzgado como política, ni legalmente incorrecto su trabajo como empacadores en los centros comerciales) ocurrió luego de que le diera un par de monedas como retribución por embolsar el súper que debía durar para una semana de vida estudiantil. Y entonces lo dijo – gracias SEÑORA-. ¡Y algo estalló por dentro!
Luego de esa primera vez, como una mazorca, todo se empezó a desgranar en cadena, cual avalancha, cada vez fue más común escuchar la temida frase y lo fue aún, de forma más inexorable, una vez que me convertí en madre, porque parece ser que esa es la evidencia más idónea de que la metamorfosis ha operado en uno, convirtiéndose en –señora-.
Pero ¿por qué es tan terrible ser una señora? sobre todo cuando el matrimonio y la maternidad han sido plena y conscientemente elegidos ¿qué tienen de malo las señoras? Si al final son ellas quienes sostienen ordinariamente a las familias y sociedades ¿por qué hay que temer llegar a ese punto de la evolución? Quizá todos estos cuestionamientos se puedan responder en conjunto. Intentemos:
- a) Ser señora es terrible porque la imagen mental que producimos como significante de una señora, es la de una mujer que ha perdido su belleza, que ya no se arregla, que no le preocupa su físico y que probablemente ha ganado muchos kilos, arrugas y canas y además, las carnes ya no se le acomodan como lo hacían antes. Porque claro, el tiempo y el dinero, una vez que se es señora, se deben utilizar en solventar las necesidades de la familia, no las propias.
- b) Ser señora da miedo porque ya no hay tiempo de llevar una vida en que las necesidades personales puedan ser satisfechas a voluntad, el ejercicio, las salidas sociales, la realización de hobbies es parte del pasado.
- c) Ser señora se siente como una loza porque parece ser un punto sin retorno, luego de lo cual la individualidad y la realización personal o profesional, no son una opción viable, pues se es señora de tiempo completo, los deberes de cuidado que se deben a todos, salvo a sí misma, ocurren 24/7.
- d) Ser señora se siente como una letra escarlata que te persigue por doquier y que trae consigo una serie de exigencias y juicios, ser una madre abnegada, una esposa sumisa y la ama de casa perfecta, son sólo algunos de los que acompañan a este epíteto.
- e) Ser señora es infamante porque despierta en una misma, culpas ajenas, por no cumplir con las expectativas que se les exigen a las señoras, lo que provoca sentirse las peores personas por querer compaginar todas esas exigencias con el propio deseo de ser y terminar incompletas en todos los aspectos, siempre imperfectas, siempre con pendientes, siempre a medias.
- f) Ser señora es poco deseable porque contrario a un estatus anhelable en términos de respeto, las señoras ya no juegan un rol central, porque las decisiones y el rol de mando suelen estar a cargo del “jefe de familia” que sólo por exclusión corresponderá a una mujer y eso solo para quienes no tienen a un hombre al lado para ejercer la posición.
- g) Ser señora tampoco se antoja porque se vuelve un obstáculo para considerarse atractiva, porque claro, cuando ya se es señora, ni los concursos de belleza las incluyen, ni tampoco para la televisión o el cine resultan vidas atractivas de ser contadas, ya solo queda esperar a ver pasar la vida frente a los ojos.
- h) Ser señora es espantoso porque deviene en una especie de capiti diminutio, pues se suele pasar a estar bajo la potestad de alguien más, sin poder, sin patrimonio, sin voluntad.
- i) Ser señora es nocivo porque implica la autopercepción de vejez, porque claro, Sara García era una señora y a Silvia Pinal también la llaman señora.
- j) Ser señora no es una meta, porque claro, es el peor trabajo, dada la nula retribución o reconocimiento que todos los esfuerzos que implica, traen consigo.
- k) Ser señora es despreciable porque se pasa a sí misma, a un segundo término, porque ahora de manera plena, se ocupa el lugar de cuidadora, una posición que no es reconocida socialmente, que ni siquiera se considera como un trabajo, porque efectivamente, dado que la definición jurídica de trabajo, implica una remuneración y los trabajos de cuidado, normalmente desempeñados por las señoras, no tienen ese beneficio.
Por todo ello, realmente existe la “señofobia” y aparece desde la primera vez que alguien osa, por simple conjetura, llamarnos de esa forma y es mucho más común de lo esperado y como todas las fobias, la única forma de superarla, es dándole la cara, empoderándonos en nuestro ser e identidad, buscando pese a la marabunta de voces que seguirán llamándonos –señora- como si de una ofensa se tratara, seguir siendo nosotras, sosteniéndonos en quienes reconocen la valía de la persona por sobre sus roles familiares, educando en estos temas a quienes nos rodean, haciendo cambios significativos en las dinámicas relacionales, hasta que la palabra pierda su poder y todas las connotaciones nocivas con que se le ha asociado.
Sirvan estas líneas para intentar que ser señoras sea un motivo de orgullo y respeto, para que uno prefiera anteponer ese adjetivo a los nombres por el valor que merece ser una señora.