And do me a favor and break my nose
or do me a favor and tell me to go away
or do me a favor and stop asking questions
Arctic Monkeys
Declaro que, para mí, el feminismo comparte casi todas las características de la peor relación amorosa que he tenido. La relación más agresiva, vil y manipuladora de todas. El feminismo más agresivo, vil y manipulador de todos. Lo declaro, lo firmo y lo sostengo ante notario. Mis oídos por fin escuchan el estrépito que me negué a atender, ensimismada, romantizada, en una burbuja de idealización que me despojó de criterio y de paz, con tal de convivir.
¿Qué tuvo que haber pasado para que bajara la guardia de esta manera? Yo lo sé. La novedad y el enculamiento. El querer pertenecer a un lado.
Necesité pasar por la ansiedad, el dolor y el hartazgo para entender que todo fue una sombra, una ficción, que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son, para verme a la distancia y darme cuenta con cuánta docilidad me acoplé al pensamiento del otro y las otras.
Por supuesto que estoy hablando en primera persona. Seguramente otras relaciones y otro feminismo son maravillosos y cómplices de la vida, con problemas que se pueden resolver, con alianzas eternas y picnics y bailes y veladas románticas a la luz de las velas.
Me había propuesto no escribir sobre este desaliento que me producen muchos espacios, pero este es mi propio desierto y soy fácilmente tentada por los demonios.
Mis primeras nociones de feminismo fueron con las mujeres de la cárcel. Durante los años que les di clase, ellas fueron las que me enseñaron a mí. Me acabo de ganar la medalla al mejor cliché de la semana, la experiencia romantizada de la niña buena que convive con las del barrio, las putas, las sicarias, las asesinas, la niña que se regresa a su casa a dormir todas las noches en su camita con su pijama que huele a Suavitel y que nunca sabrá lo que es dormir durante años en el mismo colchón chinchiento, sola, enferma, encerrada, pero a la que las reclusas enseñaron lo que es el feminismo. Mamadas. Ellas no sabían ni les importaba ni el feminismo ni la sororidad. Ellas tenían que sobrevivir. Feminismo es la palabra que yo les llevé para evangelizarlas y colonizarlas, para pensarlas, ellas solo eran solidarias, humanas con compasión y empatía, unas mujeres que un día podían jalarse de las greñas por un cepillo y al otro se cubrían las espaldas para no ser descubiertas por las celadoras mientras se metían el dedo. Ninguna era una mujer privilegiada viendo por otra. Necesitaban urgentemente sobrevivir y a pesar de eso reconocían en la otra la vulnerabilidad, el desamparo, el dolor y la tragedia. Eran también unas hijas de la chingada que sabían delimitar su territorio porque reconocían en la otra el rastro de la maldad, de la ojetez, de la envidia.
Por eso es que ahora, después de años de asumirme feminista, de reproducir la palabra y de acumular fastidios, experiencias y reconfiguraciones, siento que el feminismo es como una relación horrible y tormentosa en la que me aferro a estar, una que quiero que me funcione, en la que tengo que poner toda mi atención hasta el agotamiento para que sobreviva, cuando todo me indica que no será así, que este no es el camino. Que cada vez será peor si me aferro. Demasiada teoría que en la práctica no se logra ni un tantito.
Había escrito Huerta [quién sabe por qué diablos estoy regresando tanto a Huerta, tal vez ya prefiero la poesía a la teoría] sobre la Amplia y dolorosa ciudad donde caben los perros, la miseria y los homosexuales, las prostitutas, donde caben todos, pero no es cierto, aquí no caben, aquí se tira la cuerda del borrado de mujeres, del feminismo blanco y utilitario, del entrometimiento de la “ideología queer” al feminismo, del abolicionismo, del lado en que los derechos son solo para vaginas sangrantes y todos lo demás se puede ir al carajo, mientras se aplaude, porque haiga sido como haiga sido, que una mujer ocupe el cargo de primera ministra en Italia, aunque sea de ultraderecha, neofascista, admiradora hasta de la suela de Berlusconi, antiderechos, profamilia, como un montón en México que ocupan lugares de poder, y todo esto en un mundo en donde millones de mujeres no están, no existen, en donde son asesinadas por no colocarse bien un pañuelo, por tener un pene entre las piernas, por caminar solas por la calle, por ser lesbianas, por estar enamoradas.
Tal vez es demasiado el peso que llevo por haber estado en espacios refeos, aunque estos se asuman feministas o amorosos, lo que me hace urgirme de una nueva estrategia, de nuevos pasos, de nuevas alianzas, y nada de esto me quita las ganas de ver por mis amigas y mis mujeres, de organizarme con ellas para la fiesta pero también para la escucha, para la necesidad, para encontrar nuevas formas de ternura con los hombres en medio de cuchitriles en donde el mayor adorno sea la tranquilidad y una atmósfera llena de presagios esperanzadores. Prefiero una ciudad amplia donde quepamos todos, los perros, los homosexuales, las prostitutas.
Necesitamos urgentemente sobrevivir, reconocer en la otra la vulnerabilidad, el desamparo, el dolor y la tragedia. También la maldad, la ojetez, la envidia. Dejar de romantizarnos.
Seguro esta ilusión, esta sombra, esta ficción, me devolverá las ganas de un feminismo en la práctica que no he experimentado. Como el amor.
@negramagallanes