Rodrigo Vera
Los cerca de 18 mil Consultorios Adyacentes a Farmacias se han convertido en un sistema de salud paralelo que le quita presión a las sobrecargadas instituciones públicas del sector: cubren a 20% de los enfermos que requieren atención básica. Sin embargo, su modelo está asentado en “prácticas monopólicas” y en el “trabajo semiesclavo” de 36 mil médicos que carecen de protección laboral… Y de ello son responsables las autoridades federales que se han negado a aplicar la legislación en la materia, sostiene el doctor Vladimir Román Castillonajera, quien intenta aglutinar en una asociación a los médicos de los CAF.
La crisis del sistema de salud pública ha propiciado el acelerado crecimiento de los Consultorios Adyacentes a las Farmacias (CAF) –con consultas a muy bajo precio o de plano gratuitas–, pero con un esquema de explotación de unos 36 mil médicos, quienes reciben pagas raquíticas, se les obliga a recetar los medicamentos que vende su patrón y por lo general no cuentan con las prestaciones de ley.
Los cerca de 18 mil CAF en el país –manejados por grandes cadenas de farmacias o por pequeños empresarios– constituyen un “sistema alterno” que le “quita presión” a las instituciones del sistema de salud pública, de ahí que el gobierno les permita operar en la “más completa ilegalidad” y mantener sus “prácticas monopólicas”.
El propio subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, admitió públicamente el pasado 16 de agosto que el gobierno no puede suprimir esos consultorios que “sólo buscan hacer negocio” y someten a sus médicos a “condiciones laborales precarias”, al extremo de convertirlos en “agentes de ventas” de las farmacias.
El doctor Vladimir Román Castillonajera, quien intenta aglutinar a estos médicos explotados en una asociación, comenta indignado: “Los llamados consultorios adyacentes son un gran negocio para los empresarios farmacéuticos y están proliferando a costa de la precarización del trabajo de los médicos generales, quienes prácticamente ya nos convertimos en sus esclavos, pues nos explotan de una manera brutal”.
–¿Y cómo se da esta explotación laboral?
–En primer lugar somos obligados a dar la consulta a 40 pesos, muy por abajo del costo promedio de una consulta de un médico general, que es de alrededor de 500 pesos. Y eso cuando bien nos va, porque en algunas farmacias nuestras consultas deben ser gratuitas a cambio de un salario raquítico, o bien, aceptar lo que el paciente quiera darnos, como si fuéramos limosneros.
“Aparte, no tenemos las prestaciones laborales que marca la ley, como es la pensión o el derecho a sindicalizarnos, quienes intentan aglutinarse en algún sindicato simplemente son despedidos. Trabajamos con contratos temporales. La cadena de Farmacias Similares, por ejemplo, a sus médicos ni siquiera les da copia del contrato.
“Los médicos que siempre han laborado en estos consultorios adyacentes, surgidos a fines de los noventa, ya están casi en edad de pensionarse. Serán la primera generación bajo este esquema empresarial. Pero no tendrán pensión. ¿Qué van a hacer? ¿qué harán para sobrevivir? ¿pedirán limosna en la calle?… Les espera un futuro muy dramático”.
–¿Son solamente médicos generales, y no especialistas, quienes trabajan en estos consultorios?
–Sí, así es. Al empresario le conviene tener al médico general porque es quien atiende 90% de las consultas que se dan en el país. Son las llamadas consultas de primer nivel. La intención es que se den rápidamente una tras otra, como en una fábrica de maquila. Y nosotros somos el caballito de batalla.
Explotación tolerada
Bajo la figura de “comodato” –agrega el entrevistado– el farmacéutico le permite al médico trabajar en el consultorio que construyó anexo a su farmacia. “En comodato significa que te lo presta para que ejerzas libremente tu práctica médica, pero aquí es muy distinto porque el empresario te dice cuánto cobrar por consulta, te impone los días laborales, el horario y otras condiciones. De manera que realmente es el patrón del médico”, dice Román Castillonajera, quien lleva 15 años trabajando en esos consultorios.
Y asegura que –según las estadísticas– un consultorio anexo le eleva 50% las ventas a su farmacia, pues el principal negocio consiste en recetar al paciente los medicamentos que hay en la farmacia, para que los compre ahí. También es común que se le exija al médico recetar medicinas que vayan de determinado precio hacia arriba, para obtener más ganancias.
Relata el entrevistado: “Me ha tocado vivir esa experiencia: el dueño de una farmacia en la que yo trabajaba, en la Ciudad de México, por el rumbo de Six Flags, revisaba constantemente la caja registradora y luego me decía molesto: ‘Oiga doctor, no se le olvide que esto es un negocio, cada una de sus recetas debe estar arriba de los 400 pesos. Ya hago bastante con dar consultas baratas a tanto muerto de hambre’”.
El modelo empresarial de los CAF lo instauró, a fines de los noventa, la cadena Farmacias Similares, manejada por el empresario Víctor González Torres, conocido como el Doctor Simi, quien para ese propósito creó la Fundación Best, “un mecanismo formal de reclutamiento de médicos para potenciar la venta de sus fármacos”, asegura el estudio Los médicos de Farmacias Similares: ¿degradación de la profesión médica?, elaborado por Marco Antonio Leyva Piña y Santiago Pichardo Palacios, investigadores de la Universidad Autónoma Metropolitana.