No podemos ignorar que los problemas ambientales actuales han sido y siguen siendo generados por los seres humanos, pues para poder sostener nuestras múltiples actividades, es necesario la extracción de recursos naturales, su transformación en objetos de consumo y por último su descarte. En cada una de estas etapas se generan problemas de contaminación de suelos, hídrica y atmosférica.
Lo trágico de esta situación es que, aunque todos los seres humanos somos parte de los problemas ambientales, sólo un reducido porcentaje de individuos se preocupan por estudiarlos, entenderlos y hacer algo para intentar resolverlos; el otro gran porcentaje es indiferente a ellos y creen que no les afectan o les afectarán. James Garvey en The Ethics of Climate Change señala que en general «se piensa que el cambio climático es remoto, un problema para nuestros hijos, pero no para nosotros». Podríamos decir que esta es una creencia compartida por muchas personas, especialmente entre los habitantes de las zonas urbanas. ¿Existe alguna razón?
Los habitantes de las zonas urbanas se sienten ajenos a la naturaleza y al impacto que producen en ella, pues ven el mundo natural desde una cómoda posición citadina. El distanciamiento constante y creciente de los seres humanos con la naturaleza, mediante la construcción de bardas, caminos pavimentados, tuberías y supermercados evitan todo contacto con ella. Rachel Carson señalaba en la década de 1960 que «la humanidad se ha internado excesivamente en el mundo artificial que ha creado. Ha tratado de mantenerse aislada, con acero y concreto, de la tierra y el agua reales». El impacto antropogénico producido en la naturaleza se ve como algo lejano para los habitantes de las zonas urbanas, no lo perciben como problema de ellos, no creen que sea su responsabilidad resolverlo, sino de los gobiernos y las empresas contaminantes. Para el ciudadano común los efectos ambientales de la producción de bienes y servicios son inadvertidos debido a que éstos se generan, la mayoría de las veces, lejos de la ciudad o incluso en otros países, de manera que no los experimenta directamente, puede llegar a creer o incluso saber que existen, pero no siente ningún tipo de responsabilidad o culpa por éstos, pues cree que él no es el generador de ellos.
¿Cómo surge esta disparidad de creencias? La respuesta puede encontrarse en la comercialización de las creencias ecológicas, pues la propaganda generada por los agentes responsables de la degradación ambiental, han encontrado en los problemas ambientales nuevos incentivos para que la sociedad en su conjunto no deje de consumir y tenga la conciencia tranquila, pues venden, junto con el producto, la idea de que sus mercancías son amigables con el medio ambiente y son reciclables, lo cual les da la oportunidad de hacer un nuevo negocio a partir de la recolección de estos materiales, gracias a la labor incauta de ciudadanos desinformados.
El sistema de mercado produce para generar desechos y luego entabla negocio para recolectarlos, ubicarlos en algún sitio y darles tratamiento. Cuando esos desechos son negociables, entonces dejan de ser basura o contaminación y se convierten en mercancía, ya sea como material tangible (pet, papel, cartón) o intangible (bonos de carbón). Esto se hace si la comercialización es rentable, porque cuando no lo es, el objeto mantiene su condición de desecho. En nuestro país, por ejemplo, hay empresas que pagan cantidades miserables a un ejército de pepenadores que crece día con día, a cambio de la recolección y entrega de objetos reciclables y reutilizables. Con la promoción de este negocio se desculpabiliza a las empresas generadoras de PET, pero en realidad esto no soluciona realmente el problema de la contaminación plástica, sólo lo disfraza.
De esta forma, la pseudoecología empresarial se ha convertido en negocio y se ha vuelto moda. En el momento de aparecer la contaminación como amenaza apocalíptica e iniciarse la discusión sobre el deterioro ambiental, en ese mismo instante se iluminaron las mentes de los comerciantes pseudoecologista, seres insaciables que sólo buscan formas de hacer dinero e incrementar sus ganancias. Estos personajes no dejaron pasar la oportunidad de participar en campañas impulsadas por la publicidad oficial en favor del saneamiento ambiental, convirtiendo los problemas ambientales en una forma de estar a la moda y provocar una sensibilidad artificiosa por dicho problema, cabe decir, una forma de interesarse de la manera más desinteresada.
La cultura light o cool de la posmodernidad cuyo lema es “tener para deshacerse”, a través de la propaganda convoca a consumir para sub-utilizar todo tipo de productos y entre éstos los fabricados con base en material reciclado; con ello generar ingresos de la mercancía que degeneró en basura para continuar produciendo otros tipos de basura que no será reciclable y tampoco reutilizable. La seducción de las cosas, señala Lipovetsky, obra del diseño y la ingeniería vanguardista, estimula a tirar todo objeto que deje de estar de moda. Los grandes corporativistas de la industria en los países desarrollados, asesorados por sus creativos diseñadores y mercadólogos, emplean la obsolescencia programada y obsolescencia percibida. Cuando algo no está de moda es propenso a ser basura, en la mayoría de los casos sin distinción del artículo que sea. Así se forma una gran cadena en cuyos eslabones no se encuentra ninguna solución sustentable.
Se desprende de lo expuesto que la problemática ambiental no puede ser resuelta en tanto los intentos de solución estén sujetos a los mecanismos y leyes dictadas desde el sistema de mercado y a su vez apoyadas por el gobierno. Mientras esto suceda el industrialismo incentivado por el sistema de mercado continuará señalando el rumbo hacia el cual debe dirigirse la actividad de descontaminación. No importa cuánta contaminación y degradación se produzca, la lógica mercantil seguirá produciendo e incentivándonos a seguir consumiendo con la conciencia tranquila bajo el supuesto de que los productos que nos ofrece fueron manufacturados con estricto apego a rigurosos estándares de producción “limpia”, “verde” o “sustentable”, el adjetivo es lo de menos. El resultado es un ciclo de oscilación infinita que no se separa del radio de las relaciones mercantiles, pues lo conceptualizado como contaminación seguirá existiendo e incrementándose al ritmo de la variable producción-consumo.