Dialéctica de México y los mexicanos/ A lomo de palabra - LJA Aguascalientes
16/11/2024

… los hombres se han formado siempre ideas falsas acerca de sí mismos,

acerca de lo que son o debieran ser. Han ajustado sus relaciones

a sus ideas acerca de Dios, del hombre normal, etcétera.

Los frutos de su cabeza han acabado por imponerse a su cabeza.

Ellos, los creadores, se han rendido ante sus criaturas.

Carlos Marx, La ideología alemana.

 

 

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Para que los mexicanos existamos, ¿tuvo que ser antes México? O quizá ocurrió al revés: ¿originalmente fueron los mexicanos y luego México? ¿Qué fue primero, México o los mexicanos?

 

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Desde una perspectiva filosófica, metafísica, la cuestión se presenta como un dilema, es decir, como un problema que ofrece dos posibles soluciones, ninguna de las cuales es inequívocamente aceptable, de tal suerte que el planteamiento nos deporta a una situación de irresolución engorrosa. Podemos equiparar nuestro cuestionamiento con el antiquísimo dilema del huevo y la gallina, “un caso paradigmático de la sagrada perplejidad, madre de todas las especulaciones” —Hugo Hiriart dixit (Sobre el huevo). Si queremos hallar la mejor salida a la disyuntiva empleando este modelo, conviene acudir al consejo del viejo y confiable Aristóteles, quien, si bien jamás se refirió explícitamente al dilema del huevo y la gallina, sí que atendió el mismo embrollo, aunque significándolo con otra metáfora: “… la semilla procede de otros que son anteriores y plenamente realizados, y lo primero no es la semilla, sino lo plenamente realizado. Así, podría decirse que el hombre es anterior al esperma, no el que se genera a partir de éste, sino de otro del cual procede el esperma” (Metafísica, 1073a). El hombre, claro, equivale a la gallina, y el esperma, al huevo. El argumento suele generalizarse echando mano de dos categorías de la lógica formal aristotélica: primero tiene que ser la gallina por la llamada anterioridad del acto sobre la potencia. ¿Estamos? Bien, pero aunque así fuera… o no, en el caso de nuestro dilema, el de México o los mexicanos, ¿qué podemos tomar como acto y qué por potencia?

 

3

Desde el punto de vista filológico, aparentemente puede resultar más sencillo dar con la respuesta. México es un topónimo —el nombre propio de un lugar—, y mexicanos, el plural del gentilicio correspondiente y del adjetivo: mexicano, natural de México y perteneciente o relativo a México o a los mexicanos, respectivamente. Y si bien dos entidades federativas de este país llevan en su nombre el mismo vocablo —Estado de México y Ciudad de México—, así como cinco localidades urbanas, 168 rurales y casi cuatro mil calles, el topónimo en principio se refiere al país comúnmente conocido como México. Considerando lo anterior, desde ya es posible asegurar que con anterioridad a México hubo mexicanos, o mejor, mexicanos y mexicana, porque recordemos que, al tiempo que se declaró la independencia de la metrópoli ibérica y el fin del Virreinato de la Nueva España, no surgió un país llamado México: “Esta América se reconocerá por Nación soberana e independiente, y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano” (Tratados de Córdoba, 24/VIII/1821). Efectivamente, la primera forma de organización política que ensayó el naciente Estado Nacional fue la monarquía constitucional. El novel país tomó como cimientos la enorme demarcación geopolítica colonial y el conglomerado demográfico que aquí vivía, pero sobre todo el ideal del progreso y el potente aglutinante de una comunidad imaginaria que el patriotismo criollo venía conformando desde hacía algunas décadas: “la Nación Mexicana —según podemos leer en el Acta de independencia (28/IX/1821)— que por trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido”. La idea de nación es tan moderna como la de Estado.

Ni al principio ni después: en estricto sentido, nuestro país oficialmente nunca se ha llamado México. En los Sentimientos de la Nación (1813), Morelos y Quintana Roo aluden a América. Luego, en la primera proclama de independencia de este país, el Congreso de Anáhuac lo bautiza como América Septentrional. En ninguno de estos documentos se menciona nunca ni a México ni a los mexicanos. Después de la caída del primer Imperio, en la constitución federalista de 1824 nomina al país Nación Mexicana, en 1857 cambia a República Mexicana y durante la intervención Imperio Mexicano otra vez. En 1867 de nuevo República Mexicana, y a partir de 1917 Estados Unidos Mexicanos. Así que nominalmente no hay duda: mexicanos hubo antes que México.

Ahora bien, previamente a la existencia del país, antes de la Independencia, ya la Real Academia de la Lengua (RAE) incorporaba el vocablo mexicano en su diccionario (4ª edición, 1803).  Curiosamente, no sería sino hasta más de medio siglo después que la misma RAE decida que el nombre común de nuestro país, México, tenga una llamada en su repertorio de palabras, y eso, en su Suplemento al Diccionario de la lengua española de 1970. Con todo, en ninguno de los dos casos se trató de su primera aparición en un diccionario de nuestro idioma. Sebastián de Covarrubias incluye México en su Tesoro de la lengua castellana o española, de 1611, mientras que mexicano la encontramos en el Vocabularium Hispanicum Latinum et Anglicum copiossisimum de 1617. Por supuesto, en los albores del siglo XVII mexicano no podía referirse al ciudadano de México, en cambio sí al oriundo de estas tierras, particularmente a la gente de la ciudad que a la postre sería la capital del país y entonces era el corazón de la Nueva España.

En uno de sus Ensayos —“De la experiencia”— Michel Eyquem de Montaigne informa: “Es la lección primera que los mexicanos suministran a sus hijos cuando al salir del vientre de las madres van así saludándolos: ‘Hijo, viniste al mundo para pasar trabajos: resiste, sufre y calla’.” Estas líneas fueron escritas en 1591, así que Montaigne no se refería a los ciudadanos de México, el cual no existiría sino 230 años después. Tampoco podía aludir al pueblo que se formó a partir del mestizaje. ¿Entonces? Seguramente estaba pensando en la población nativa de las tierras conquistadas por Cortés, en los pueblos originarios. Y de este lado del Atlántico, desde los primeros hispanoparlantes de la Nueva España —españoles, criollos, mestizos e indios también— hablar de “los mexicanos” era referirse a los indígenas, particularmente a los mexicas, “los antiguos mexicanos”, y por extensión a todas las demás etnias, cada vez más al paso de los años. A finales del siglo XVIII, Francisco Xavier Clavigero describía así a sus paisanos: “Los mexicanos tienen una estatura regular, de la que se apartan más bien por exceso que por defecto, y sus miembros son de justa proporción; buena carnadura…” El historiador jesuita se refiere a la población indígena, a los naturales; en principio, a la nación de los mexicanos o mexicas, y por extensión a “las [demás] naciones que ocuparon la tierra de Anáhuac antes de los españoles”.

 

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Dado que los mexicas o antiguos mexicanos —quienes llegaron a la gran cuenca lacustre del altiplano mesoamericano procedente de otros lares— fundaron México, se concluye fácilmente que, desde una perspectiva histórica, o más precisamente histórica-mitológica, los mexicanos tuvieron que existir necesariamente mucho antes de que México apareciera en cualquier mapa.

Recordemos que aztecas y mexicas son los mismos, o mejor: los que se llamaban aztecas cambiaron su nombre para convertirse en mexicas. Antiguos códices y documentos cartográficos —como la Tira de la Peregrinación, el Azcatitlan, el Aubin, Telleriano Remensis, Vaticano A, Mapa de Sigüenza, Atlas de Durán, entre otros— señalan que los aztecas radicaban en Aztlán, topónimo apocopado de Aztatlán, “lugar de garzas”. De ahí, de Aztlán, proviene el gentilicio azteca. También se menciona Chicomóztoc, “sitio de las siete cuevas”. Ambos términos también son referidos en libros como la Historia de Diego Durán, la Crónica Mexicana y la Crónica Mexicáyotl de Hernando Alvarado Tezozómoc, la Historia de los Mexicanos por sus Pinturas, las Relaciones de Chimalpain, la Historia de Cristóbal del Castillo, así como en las investigaciones realizadas por Motolinía, Mendieta y Torquemada. Don Miguel León Portilla resume: “… en Aztlán Chicomóztoc… tenían un sacerdote llamado Huítzitl, el cual suplicaba a… su dios protector, Tezcatlipoca, que liberara a su pueblo. El dios portentoso oyó su petición y ordenó… que salieran de ese lugar y abandonaran para siempre a sus antiguos dominadores los aztecas chicomoztocas” (Los aztecas, disquisiciones sobre un gentilicio). Tezozómoc recalca algo curioso: “se vinieron a pie para acá” (Crónica mexicáyotl, 1598). Si el trayecto fue en tierra, ¿de qué otro modo habrían podido hacerlo?

Varias fuentes coinciden en que, además de los aztecas, integraban aquella diáspora más grupos nahuatlacas, pero pronto las relaciones se concentran en los seguidores de Huítzitl. Hasta aquí no existen ni Huitzilopochtli ni los mexicas ni México. Después, en determinado momento de su peregrinar, la deidad que los guiaba decidió no sólo que cambiarían de apelativo sino también cuál sería el nuevo: “Y enseguida allá les cambió su nombre a los aztecas. Les dijo: Ahora ya no será vuestro nombre el de aztecas, vosotros seréis mexicas, y allí les embijó las orejas. Así que tomaron los mexicas su nombre. Y allá les dio la flecha y el arco y la redecilla. Lo que volaba, bien lo flechaban los mexicas” (Códice Aubin). Fray Juan de Torquemada relata en su Monarquía Indiana (1615) que, por intermediación del sacerdote Huítzitl, su dios ordenó: “… quiero que, como escogidos míos, ya no os llaméis aztecas sino mexicas; y que aquí fue donde primeramente tomaron el nombre de mexicanos…” Subrayemos que este episodio sucedió antes de que México fuera fundado, incluso antes de que los aztecas-mexicas supieran en dónde tendrían que levantar su ciudad. “El cambio de nombre prevaleció. En los textos en náhuatl, aunque a veces con algunas pequeñas variantes, se empleó el gentilicio mexica. A su vez en las crónicas y otros escritos en castellano, el nombre se transformó en mexicanos”, explica León Portilla, y enseguida hace un apunte importante: “Hernán Cortés en sus cartas de relación se refiere casi siempre a ellos con esta expresión ‘los de México’”. Bernal Díaz del Castillo y López de Gómara y llamarán a los vecinos de la gran ciudad lacustre mexicanos. Desde entonces, asegura León-Portilla, “todos cuantos escribieron en el periodo colonial emplearon el mismo vocablo”.

Sabemos qué sucedió después; no es espacio aquí para narrar cómo y dónde decidieron erigir su propio axis mundi, y comenzar la edificación de México-Tenochtitlán. Destaquemos solamente que mexicas/mexicanos fueron antes México.

 

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Podría quedar así resuelto el dilema, pero ya lo decía Bataille, “la verdad tiene una sola cara: la de una violenta contradicción”. Dejemos, pues, que el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma regrese la pelota al tlachtli: “La historia nos señala por otro lado que muy posiblemente los aztecas o mexicas estaban sujetos, allá por el año 1000 de nuestra era, a pueblos como el tolteca. Es decir que eran una provincia tributaria del tolteca Tula y que…, como ocurre en varias ocasiones en la historia mesoamericana, en un momento de debilidad de ese centro que los tiene controlados van a poder avanzar y ayudar a la destrucción de Tula…, hasta venir a dar al centro de México, en donde las tierras ya estaban ocupadas, y en realidad se les va a permitir que se establezcan en unos islotes en medio del lago de Texcoco que… estaban bajo el control del señor de Azcapotzalco. Es decir que todo el mito que se crea, de que van a llegar al lugar señalado por… Huitzilopochtli donde está el águila, etcétera, posiblemente es un dato que posteriormente ellos elaboran para sacralizar su salida de su lugar de origen, Aztlán, y para sacralizar y legitimar también su asentamiento en el lugar en el que van a fundar, México-Tenochtitlán” (Los aztecas, su Templo Mayor, documental de Eduardo Carrasco Zanini, 2002). Si así sucedieron las cosas, medio nombre de su ciudad, México, y el suyo, mexicas, lo tomaron del agua, del lago de Texcoco, al que esotéricamente llamaban el lago de, el Meztliapan. Queda sin respuesta la pregunta: ¿somos acto o potencia de la historia?

 

@gcastroibarra


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