Me estoy reconciliando con la música. Hace unas semanas una persona maravillosa me invitó a su cuenta familiar de Spotify, fa-mi-liar, y después de casi llorar de emoción e incredulidad, cosa exagerada, y agradecer con fervor mariano la consideración, me puse a hacer listas musicales.
El universo tiene maneras muy extrañas de manifestarse. Pienso que es todo un arte eso de hacer listas y que yo no sé, no tengo la paciencia ni la dedicación que Homero tuvo para con su aburrido catálogo de naves, pero como me da por pensar todas las cosas como metáforas de algo, ahora creo que es el universo el que se está acomodando, en listas.
Así fue como me di cuenta que nunca he ordenado mi música. Lo más cercano fue las pilas de discos compactos en los 90 y los dos mil que todavía se encuentran en casa de mi madre, en el que separaba las descargas musicales lo más aburrido del mundo, por grupo y álbumes.
Siento que esta es la oportunidad perfecta de alimentar mi insaciabilidad musical e inyectarme de energía. Me puse a ordenar mis ideas y mi música, y pensé que compartir tanto ideas como música debería de considerarse uno de los actos más generosos y amorosos del mundo. Cuántas veces en la vida tenemos la oportunidad de compartir con otros que llevan vidas regulares e irregulares, excesivas o insatisfechas pero en libertad y armonía, lo que somos sin ser juzgados ni limitados, sin tener que guardar silencio en medio de una imperturbable apatía que nos hace sentir y saber que no hay interés.
Yo por ejemplo dejé de escuchar tontamente muchos años mucha música (hay cacofonías que valen la pena). Me reservé mis comentarios para tocar el fondo de mis ilusiones, lo que me dejó una infecta herida. También dejé de escuchar música por haberla fijado en escenarios específicos, canciones que representaban para mí vivencias especiales acumuladas, como quien acumula discos viejos compactos que ya ni tengo dónde reproducir.
Este fue el caso de Something, de los Beatles. Algún lugar de mi hipocampo producía una descarga eléctrica dolorosa cada que la escuchaba. Con esa canción (ahora me río, antes no) me propusieron matrimonio una de tantas veces. Una alta emotividad salía de mi cuerpo y me hacía estremecer, por lo que estaba impedida para escuchar esa rola. Pero todo pasa. Mi vida siguió y cuando menos acordé ya estaba cantando de nuevo esa canción sin sentimiento alguno de por medio más que por el puro placer de romantizar el momento.
Ahora tengo sentimientos mejores al escuchar mi música. Aunque todavía alcanzo a sentir una necesidad de echarle limón a las heridas. Había olvidado a un amado que escuchaba a Bach compulsivamente y adoraba a Peter Gabriel. Yo nunca lo entendí del todo. Ni a Bach ni Peter ni a Juan Pablo. Ahora que reviso mis libretas viejas descubrí que él anotó en una el verso all my instinc, they retun en medio de corazones malhechos y me puse a llorar. Pero fue un sentimiento hermoso. Un llanto de esos reparadores. Y dije, este cabrón algo me está diciendo. Mentira, me encanta abrirme las heridas. Yo sabía de donde es ese verso y así titulé una playlist con música que él adoraba y yo no siempre entendía pero que ahora tienen otro significado para mí. Como todo en mi mundo.
Yo no sabía, por ejemplo, que me iba a encantar el nuevo disco de Rosalía o el de Bad Bunny. Todavía hace unas semanas estaba escuchando en la completa soledad de mi sistema de confort ambos discos sin decirlo a los amigos por temor a las burlas. Juan Pablo se hubiera burlado bonito de mí. Luego vi que la lista de canciones de verano de Barack Obama, sin problema alguno, comparte Saoko y Ojitos lindos, de Bad Bunny. Así que si Obama puede, yo no he dejado de darle vuelo a la hilacha.
Por supuesto que ambos ya están en su propia playlist abonando al soundtrack de esta etapa de mi vida en la que abandoné todos mis centros gravitacionales para iniciar otra lista musical. “Todas las historias comienzan y terminan con un desplazamiento, voluntario o forzado”, leí por ahí. Y me desplacé tanto como para terminar en otra órbita sentenciando que C. Tangana es mejor músico que Bad Bunny, y ambos, mucho mejores que Maluma.
Ah, la gravedad y el reguetón, ya llegará el día en que lo baile y me levante del piso. No llevo prisa.
Las listas, tan utilizadas en todos lados, por fin comienzan a manifestarse en mi vida. En mi música. El universo tiene maneras muy extrañas de manifestarse. Me he reconciliado.
Ps. De estos días días de escucha hice una asociación muy tonta que me hizo sacar dos canciones de mis playlist, casualmente las dos son de los The Beach Boys, la primera Good Vibrations, que emocionalmente está destruida en mi cabeza (ah, el hipocampo) después de verla en la película Vanilla Sky, y que me deprime hasta el vértigo. La segunda, Wouldn’t It Be Nice que salió en Como si fuera la primera vez, que no me deprime pero me deja una sensación de amargura. Pobres Beach Boys, pobre de mí con mis asociaciones. Gracias, listas musicales.
@negramagallanes