¿Cuántas veces no hemos escuchado enunciados que expresan cosas negativas sobre grandes marcas comerciales? Cosas como que tu ropa y calzado favorito destruye la selva tropical o que se fabrica con mano de obra infantil en condiciones infrahumanas. Sin embargo, ¿son estas afirmaciones ciertas? ¿Será esto algo muy exagerado, obra de un colectivo alucinatorio? Y de ser cierto, ¿hay algún producto que pueda seguirse adquiriendo que no se vea envuelto en una violación de los derechos humanos o la destrucción del medio ambiente? Es obvio que, si le preguntamos directamente a los dueños o representantes de algunas de las grandes marcas de la industria textil, dirán que no hay ningún problema ético en sus líneas de producción y venta, pero los hechos muestran lo contrario.
En las últimas décadas, grupos de defensa de los Derechos Humanos en todo el mundo, han protestado y sacado a la luz diversas actividades irregulares sobre la industria de la moda. El mayor auge de esta protesta se dio en los años noventa, en específico en contra de la marca deportiva Nike, lo que la obligó a cerrar sus fábricas centrales en EUA y Europa y llevar la producción a «terceras empresas manufactureras» en China y Corea del Sur, sitios en los que continuó con sus prácticas de explotación laboral a expensas de los laxos permisos otorgados por las autoridades gubernamentales en aquellos países. Otras empresas no tardarían en seguirle el paso, como lo fue Vans y Levi’s, bajo la excusa de estar haciendo una «reorientación estratégica». Para el año 1999, más de 45,000 obreros de la confección perdieron sus puestos de trabajo en Norteamérica y Europa, pues las fábricas fueron cerradas, no por una «reorientación estratégica de mercadotecnia», sino para abaratar sus costos de producción al amparo de relaciones laborales deplorables y de violaciones a los derechos humanos, mejor conocidas como explotación laboral o esclavitud moderna, en el sudeste asiático. Sirva de ejemplo señalar que una persona en Indonesia ganaba en 1997 dos dólares por día, y un par de tenis se vendía hasta en ciento ochenta dólares. La esclavitud existe desde los principios de la historia humana, pero no fue sino hasta la antigua Grecia que los esclavos se convirtieron en una mercancía. La punta de la esclavitud en Occidente se presentó entre los siglos XVI y XVIII con el movimiento de esclavos africanos a América. Pero, aunque esta práctica está prohibida actualmente por la Carta de los Derechos Humanos, la esclavitud hasta el día de hoy de ningún modo se ha terminado, sólo se ha especializado.
Para acallar las críticas y las protestas, los dirigentes de las principales corporaciones de la moda, manifiestan desconocimiento sobre el tema y se lavan las manos prometiendo que lo investigarán y solucionarán; sin embargo, esto no ocurre (prueba de ello son los mensajes recientemente encontrados en prendas de ropa), pues estas corporaciones esconden los nombres de sus maquiladoras bajo la figura «secreto comercial», bajo la justificación de Derecho de autor y evitar que la competencia copie sus modelos antes de que éstos salgan al mercado.
Por otra parte, la industria de la moda es la segunda más contaminante después de la del petróleo, cosa que es alarmante. Esto se debe no sólo a la cantidad de agua y químicos que se utilizan para teñir las telas, sino especialmente por otro fenómeno, el denominado moda rápida o Fast fashion (Zara, Shein, Bershka…), que usa un modelo en el que, aunque tu ropa está en buen estado, cada corto periodo de tiempo sus tiendas sacan nuevas y seductoras colecciones listas para ser publicitadas. El objetivo es que tú reemplaces la ropa que hace poco has comprado. En pocas palabras, las ofertas y nuevas líneas de moda te obligan a que utilices por menos tiempo tus prendas y las deseches rápidamente, pero son prendas que costaron muchos recursos al planeta al momento para poder fabricarlas.
Por ejemplo, producir fibras para las telas de algodón conlleva muchos procesos contaminantes, ya que para su fabricación el 40% de nuestra ropa está hecha con algodón y para producirlo hay que utilizar grandes cantidades de agua, causando problemas al medio ambiente. Uzbekistán es el sexto productor más grande de algodón en el mundo, en él dos ríos el Amu Darya y el Syr Darya fueron desviados del mar para desembocar en los plantíos de algodón. A esto también hay que sumarle la cantidad de pesticidas que se utilizan en los plantíos, que son de alta toxicidad y que generan otras formas de contaminación.
También la mezclilla se tiñe con tintes sintéticos que se producen a partir de productos químicos muy nocivos, los cuales terminan como desechos tóxicos para la vida marina. Cada año se desechan 40,000 litros de químicos de las fábricas que producen alrededor de 3,000 millones de pantalones de mezclilla.
El calzado no se queda atrás, ya que se suma al fenómeno del Fast fashion, pues solemos desechar nuestros zapatos, aun cuando pueden servir. Los zapatos son un artículo que todos utilizamos a diario, y en todo el mundo más de 20 millones de pares son manufacturados al año, lo que genera grandes cantidades de dióxido de carbono que contribuyen a los efectos del cambio climático. Esto es muy preocupante porque la fabricación de un solo par de zapatos puede producir hasta 23.3 kg de dióxido de carbono que se corresponde a la fabricación de los componentes del zapato como la lengüeta, piel, plantillas, suela, etcétera. Todo esto sin mencionar que se necesitan medios de transporte (barcos, aviones y camiones) para entregar los productos desde las fábricas en las que se elaboraron hasta los comercios. Además, los zapatos que se han tirado definitivamente a la basura, llegarán al basurero local en el que por meses darán vueltas y vueltas para después convertirse, junto con el monto de basura que tampoco se puede reciclar, en materia en proceso de fermentación.
Con base en lo expuesto, se ha visto necesario solicitar a las empresas de la moda textil y del calzado, y también a los consumidores, a asumir su responsabilidad sobre este tema, eliminando el lucro comercial y el consumismo exacerbado.
No pretendemos que usted, estimado lector, deje de comprar lo que necesita realmente, sino más bien, invitarlo a que tome conciencia de que es responsabilidad de todos cuidar de nuestros semejantes y al planeta siendo consumidores informados. Si las empresas del vestido no hacen nada al respecto, nosotros podemos hacerlo utilizando nuestro poder como consumidores, ya que, así como el poder de los representantes políticos es conferido por el pueblo, el poder de las empresas es otorgado por los consumidores, nosotros las hacemos subsistir al comprarles y por ello también podemos aniquilarles.