En otras ocasiones he contado que, a las invitaciones para formar parte de asociaciones, grupos, clubes, cofradías y un largo etcétera, agradezco con un “No, gracias, como diría Marx, el bueno, Groucho, ‘Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo’. Por esta misma razón, mutatis mutandis, me cuesta estar dentro de los grupos de what’s que hoy pululan en crecimiento inimaginable: de la familia, los amigos, la primaria, la prepa, el trabajo, el otro trabajo, el squash, los grupos de clases y un interminable etcétera.
Según la naturaleza del grupo, se llenan de diverso contenido que va desde los piolines tradicionales de tu tía, memes, actas de calificaciones, las tareas, el chisme de aquella vieja amiga de la prepa que se hizo bisexual, las noticias del día; justo estoy en un par de grupos de política, y uno de los deportes favoritos es llenar de boletines, portadas de periódicos, columnas de opinión; cosas que van llenando mi memoria y que, en su mayoría, francamente no me interesan. Mi fuente de información hoy en día es el Twitter, ahí sigo los medios, instituciones y personajes que me importan.
Y si por un lado es molesto el spam que se puede generar en estos universos whatsapeanos, las redes, los recursos digitales, nos dan una maravillosa salida: bloquear, dejar, eliminar. Patricio Pron, en una especie de novela ensayo sobre libros y el rompimiento amoroso de una pareja (Mañana tendremos otros nombres, premio Alfaguara 2019) dice que “… las mayores distancias que pueden establecerse en este momento histórico en el que la separación entre dos personas ya no se producía necesariamente en el ámbito físico sino en el de la atención… nunca antes habían existido tantas posibilidades de negar la existencia del otro bajo el eufemismo de bloquearlo… en ningún otro periodo de la historia había sido posible hasta tal grado hacer desaparecer a una persona sin recurrir a su asesinato y a la destrucción de su imagen …”.
Negar al otro, sin asesinarlo; o sea bloquearlo de todas tus redes, qué cosa más maravillosa, y justo es el principio de la nueva era digital, no tengo por qué soportar a nadie en algo que debería de ser un cotorreo: el mundo virtual. Nada más placentero que eliminar gente del Face, Instagram o del Twitter si no es de mi agrado; la SCJN hace un par de años creó un precedente donde se podía pedir amparo contra el bloqueo de funcionarios públicos, pero hay que acotar, cuando las redes se usen para temas públicos, no privados. No podría estar más de acuerdo.
Uno de los capítulos más inquietantes de la serie Black Mirror, es aquel donde se puede bloquear personas en la vida real, con algún mecanismo digital, se podía intervenir en la mente del sujeto para que no pueda volver a ver a la persona que lo desea eliminar de su vida; cuando lo vi me encantó, no recuerdo exactamente su nombre, pero según google es el especial Blanca navidad.
Por todo lo anterior, rechazo “amistades” de Face que no conozco, o que son los amigos de los amigos; en twitter solo sigo personas e instituciones de noticias o pensamiento y en whats solo permanezco en aquellos grupos que es menester permanecer, pero en cuanto es propicio abandono con una amplia satisfacción, puedo decir que, por mi gusto, cosas que no sean del trabajo, apenas estoy en unos cinco grupos donde sí me permito el sano arte de subir piolines, memes y por supuesto tik-toks.