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La escritora Cristina Rivera Garza obtuvo el premio Xavier Villaurrutia 2021 por su libro El invencible verano de Liliana, un libro doloroso en el que narra la vida y el feminicidio de su hermana Liliana, ocurrido hace 31 años, a manos de la expareja de esta última, Ángel González Ramos, prófugo aún.
Ya había escrito que Cristina Rivera Garza realizó en este libro un amoroso trabajo de curaduría con los textos y diarios de Liliana, así como de las narraciones de sus amigos y amigas, para reconstruir su historia, pero también la historia de miles de mujeres víctimas de esta violencia feminicida, una crónica-ensayo para denunciar la violencia contra las mujeres a partir de una idea legitimada del amor, para exigir justicia y verdad, pero también escrita para honrar a las víctimas.
En la entrega del premio, el académico Felipe Garrido “reconvino” a Rivera Garza porque el feminicida de su hermana está “intencionalmente opacado” y ocupa “un lugar muy secundario en la novela”.
Sin bastarle este desagradable comentario, continuó: “Comprendo la repulsión de Cristina por el asesino de su hermana, pero como lector me intriga ese personaje y me lleva a recuperar otros, de otras lecturas, semejantes a él”, además de aseverar que “está claro que los crímenes nos fascinan”, y recomendó tres novelas sobre asesinos de mujeres: “Me parece que la lectura de estos tres textos contrastará, iluminará, hará más profunda, la lectura de El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza” .
Increíble.
Es decir, de no creerse los comentarios de este hombre, que en su machismo interiorizado fue incapaz de comprender lo qué hacía al proferir semejantes declaraciones. No sólo se trató de decirle a la escritora cómo debió de llevar su obra (una forma de machismo que tiene años enteros siendo señalada con la intención de que lo dejen de hacer, dejen de decirnos qué hacer y cómo), escrita desde una cuestión muy íntima, sino del señalamiento porque no le dio relevancia y protagonismo al asesino de Liliana.
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No hace muchos días, la Suprema Corte de Justicia de la Nación lanzó el documental Caníbal: Indignación total, en la cual el protagonista fue el feminicida Andrés Filomeno Mendoza. Desde el morbo se presentó la manera en que asesinaba a las mujeres, las violaciones, los secuestros, la violencia, que repartía carne enchilada entre los vecinos, el morbo, el morbo. Desde el título, la SCJN invisibilizó a las víctimas: Caníbal eligió por título, ni siquiera Feminicida. Se trató de él, de su “monstruosidad” [no son monstruos], de su desequilibrio, de sus frustraciones. Nunca de las víctimas.
¿Qué tienen en común Ángel González Ramos y Andrés Filomeno Mendoza? Que ambos son feminicidas, ambos son los que despertaron el interés, no las víctimas, no las historias de las familias, víctimas también. “Está claro que los crímenes nos fascinan”, dijo estúpidamente Felipe Garrido, quien lo menos que podría hacer es una reflexión de sus palabras y ofrecer una disculpa pública a Rivera Garza.
Porque, ¿darle espacio a las víctimas? No. ¿Darles nombre y lugar y voz a los familiares? Tampoco. Ni en una serie documental difundida por la SCJN ni en ningún otro espacio. Ni eso tenemos permitido porque a sus ojos, todo todavía se trata de ellos. Ellos son los protagonistas de siempre. Esa es su cosmovisión del mundo. En el caso del documental de la SCJN, se recurrió a lo que la antropóloga Rita Segato ha señalado constantemente: al espectáculo, “los feminicidios se repiten porque se muestran como espectáculo”.
Natalia Xicohténcatl, colaboradora de investigación feminista en el Observatorio Mexicano de Política Exterior Feminista, escribió: “Acabo de ver que la SCJN estrenó una serie en TV abierta sobre el feminicida de Atizapán y de verdad que indignación que incluso las instituciones recaigan en la espectacularización de la violencia contra la mujer. No somos ningún reality show, nuestras muertes no se actúan”.
El Financiero recogió el comentario del antropólogo e historiador Claudio Lomnitz: “La SCJ tuvo la mala idea de usar el caso del ‘caníbal de Atizapán’ —un sociópata— para ‘concientizar al público’ sobre el feminicidio. Antes de producir teleseries sensacionalistas, la SCJ tendría que ponerse a estudiar: el feminicidio extrema abusos que se han normalizado’.
Y el ministro presidente Arturo Zaldívar de la SCJN externó: “Ya basta de tanto egoísmo, ya basta de tanta hipocresía, tenemos que avanzar, están matando a nuestras niñas, están matando a nuestras mujeres, no podemos seguir mirando para otro lado”. Pero sí miró hacia otro lado, volteó a ver al asesino, le dio relevancia, lo colocó en el centro.
La corta visión de todas estas personas solo acrecienta el problema de la percepción y conceptualización de los feminicidios y de la violencia contra las mujeres.
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Sobre el libro de Cristina Rivera Garza, ese que a mí consideración es un trabajo amoroso y dedicado, escrupuloso para rescatar la memoria de Liliana, para establecer su historia, su recuerdo, su presencia y la exigencia de justicia y verdad, un hombre se atrevió a reprochar que el asesino no fuera protagonista.
Las palabras de Felipe Garrido representan a todos aquellos que en sus rancios pensamientos son los que diseminan ideas retorcidas de la lucha por una vida libre de violencia aun cuando no saben qué es eso y terminan reproduciendo la violencia que dicen comprender, incluso como cuando tienen las “mejores intenciones”, como el ministro Saldívar y el equipo de producción de Caníbal, que juntos son el claro ejemplo de que no entienden que no entienden.
Este asunto rebasa los límites de la literatura y los vuelca hacia el de la realidad. Lo quiero retomar porque es muy fácil insistir en que Felipe Garrido consideró ponderar tres libros de autores hombres con temáticas sobre asesinatos de mujeres, y esto es motivo para invitar a que se deje de leer a los autores hombres. Ese no es el camino.
Si hablamos como lectores de literatura hemos de establecer que no es el sexo de ningún escritor el que determina ni el género de la obra ni la estructura de la misma. Por un lado está que la emoción de la lectura y la recepción del texto parte de los procesos de estimulación individual de quien lee, de nuestra interpretación del mundo; por el otro, el lenguaje que se utiliza para inundar de placer, de desagrado, zozobra, amor o inquietud al lector, es producto de la escritura, de la literaturidad, es decir, de la relación con una realidad supuesta, un “discurso ficticio o imitación de los actos de lenguaje cotidianos”, que no tienen que ver con si es hombre o mujer quien escribe. No caigamos en esas falacias. Si el escritor no sabe plasmarlo, su texto será insignificante, sea hombre o mujer, sea el tema que sea.
Esto es importante señalarlo, pues Felipe Garrido podrá tener autores y temas favoritos, pero eso queda en la literatura, y, sin embargo, transgredió toda experiencia lectora.
En la realidad, lo que vino a hacer fue “señalar” la escritura de una mujer en detrimento de esta, en franco machismo y estupidez: “Pero como lector me intriga ese personaje y me lleva a recuperar otros”, dijo. Como “lector”, Felipe Garrido eligió intrigarse por el asesino y “reconvenir a la autora” por visibilizar la historia de su hermana y no destacar la del feminicida. Y esto me parece francamente miserable. Habla de él y de su proceso de estimulación individual y de su interpretación del mundo.
Eso es lo que hay que combatir, esa interpretación del mundo en donde ellos siguen siendo los protagonistas, incluso hasta de nuestra vida y nuestra muerte. La única manera de ponernos en relevancia y como protagonistas es cuando nos culpabilizan, ahí sí, de recibir sus violencias, de nuestra muerte, como Debanhi en Monterrey, como decenas de mujeres todos los días.
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En uno de sus diarios, Liliana consuela por desamor a una de sus amigas con una cita de Albert Camus: “En lo más profundo del invierno aprendí que había en mí un invencible verano”. Reproduje en mi libreta no solo la cita, sino todo el pasaje que escribió Liliana y acuerpó después Cristina. Es cierto, hay un invencible verano. Nuestra venganza será la alegría. Ahí estoy segura que transitaremos todas.
Después de esta ofensa, Cristina Rivera Garza respondió serena e íntegra: “Tenemos que verlas siempre a ellas, no a sus asesinos. A sus asesinos ya los vemos en todos lados, los asesinos tienen demasiada prensa. Tenemos que verlas a ellas, tenemos que conocer sus nombres, tenemos que toparnos con los lugares donde vivieron, tenemos que poner sus nombres ahí”.
Ellas, las que no están ya, serán las protagonistas de esta historia, no las vamos a olvidar, por ellas y por nosotras, que también luchamos por ser las protagonistas de nuestra vida. Volteen a vernos, “no podemos seguir mirando para otro lado”.
@negramagallanes