En el año 2006 se estrenó en salas de cine, en algunas ciudades en Estados Unidos y posteriormente en todo el mundo, la película documental Una verdad incómoda, dirigida por Davis Guggenheim, en la que se presentan dos temas principales. El primero de ellos tiene que ver con la campaña a la candidatura de la presidencia de los Estados Unidos realizada por Al Gore, y el segundo tema es como ésta estaba enfocada en generar una consciencia crítica sobre el cambio climático, investigación que había comenzado a realizar Gore desde sus estudios universitarios. Esta segunda parte es la medular de la película, pues tiene como objetivo principal alertar a la audiencia sobre la emergencia climática global que se avecinaba si no se empezaban a tomar las medidas políticas, gubernamentales, industriales y sociales para enfrentarla. A diferencia de otras películas, como El día después del mañana que se exhibió de manera simultánea, Una verdad incómoda no era producto de ciencia ficción, era ciencia pura mostrada por primera vez en un formato popular, fue un medio que se empleó para alertar a la sociedad en su conjunto sobre un tema que el gobierno de Estados Unidos, a pesar de tener claro conocimiento de él, ocultaba.
La respuesta social y la réplica a la película no se hicieron esperar, comenzaron a surgir miles de asociaciones en todo el mundo a favor de la protección del medio ambiente; sin embargo, a muchas de ellas les faltó, y les sigue faltando, presupuesto y apoyo económico para realizar sus proyectos que van desde huertos urbanos, cosecha de agua, reforestaciones de espacios, defensa del territorio, entre otros. Por contraparte, la industria petrolera, poseedora de un gran poder económico y político, atacó las críticas que se hacían al uso de los hidrocarburos, como fuente principal de emisiones de CO2 y, producto de ello, del calentamiento global. Para ello empleó la misma estrategia que la industria tabacalera, pagó pseudocientíficos que replicaran las tesis de los climatólogos y creó institutos de investigación dedicados a probar que no existía el calentamiento global, prueba de ello era que en lugares tradicionalmente cálidos había olas gélidas y que más que perjuicios había beneficios en zonas donde la intensidad del frío había disminuido para beneficio de los seres humanos que en ellos habitaban. Con estos pseudoargumentos se aplacó el miedo futurista que había despertado Al Gore, pero sobretodo se protegieron los intereses de la industria de los hidrocarburos.
Han pasado diecisiete años del estreno de Una verdad incómoda; sin embargo, el pronóstico y los datos ofrecidos en este documental ya se habían calculado por lo menos treinta años antes, es decir, ya se había advertido dos o tres décadas atrás lo que se advierte en la película y ésta era un intento de advertencia pública, ya que no se estaba haciendo caso a los científicos o se ocultaban sus amenazantes descubrimientos. Este año una película protagonizada por Leonardo Dicaprio, No mires arriba, vuelve, una vez más sobre el tema, pero de manera por demás sarcástica, pues nos muestra el juego político que se da entre gobiernos y empresas para hacer de las suyas y vendernos soluciones pseudotecnológicas con las que se pueden contener amenazas aparentemente imposibles de enfrentar, pero el resultado es que, efectivamente, llegado el momento, es imposible enfrentarlas. Esta película es, desde mi punto de vista, una parodia del documental Traficantes de la duda que a su vez está inspirado en el libro Mercaderes de la duda de los periodistas Naomi Oreskes y Erik M. Conway, que es una investigación periodística sobre las argucias que han empleado las empresas tabacaleras para negar que fumar tabaco produce cáncer de pulmón, así como la existencia del agujero en la capa de ozono provocada por los gases de clorofluorocarbono (CFC) y actualmente que el cambio climático no es producido por la quema de hidrocarburos. En este libro y documental, respectivamente, sale a la luz como parte de la comunidad científica estadounidense contribuye a los intereses corporativos y como esta desinformación es apoyada y difundida por los medios de comunicación sesgando la comprensión pública sobre estos acuciantes problemas. El objetivo es que “no mires para arriba” para que no veas el problema, sino que, como en el mito de la caverna de Platón, sigas viendo las sombras que se te presentan y que continúes creyendo que esa es la realidad, que no intentes fugarte porque en la caverna estás seguro, estas protegido, estás cuidado a pesar de las grietas que hay en el techo, al fin y al cabo que si no las ves, no estarás preocupado de cuándo se va a caer éste y qué es lo que sucederá si esto pasa, así que es mejor que no te preocupes. Para las industrias contaminantes y los gobiernos ineptos y corruptos, la sumisión es la mejor actitud que la ciudadanía debería adoptar, pues al que se le ocurre mirar fuera de la caverna e incitar a los demás a liberarse de la opresión enajenante, como lo hizo Sócrates, se le incriminará de delincuente amenazante del bien común y se les fijará su respectiva sentencia de muerte. Hecho que se ha repetido innumerablemente cantidad de veces a aquellos que se atreven a denunciar las injusticias ambientales y a defender sus territorios.
La verdad es que, aunque algunos hedonistas sugieran que tal como van las cosas lo mejor es “comer, beber y gozar porque el mundo ya se va a acabar”, yo soy de la idea de que tenemos la obligación moral de cuidar y proteger nuestro planeta, por nuestro bien y el de las generaciones futuras, no tenemos que darnos por vencidos y dejar que intereses mezquinos acaben con la Tierra; así que, tenemos que mirar hacia arriba, hacia el futuro, poner cada uno de nosotros nuestros granito de arena si es que queremos y aspiramos a tener un mejor mañana.