La tiendita/ Así es esto  - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Nací y crecí en una tiendita de abarrotes, de hecho, durante 16 años de mi vida viví en la trastienda, el negocio de mis papás ubicado en la México estaba vinculado a la casa familiar y fue hasta mi adolescencia que se adquirió una unidad en lugar distinto. De niño jugaba entre las cajas de la bodega: jugos Jumex, detergentes, pastas y por supuesto cartones de cerveza, creaban casitas en el bosque, laberintos de faunos, bosques con galletas de la bruja malvada o castillos de Greyskulll (por cierto, mi mamá aún me debe este juguete que me prometió de pequeño) todo dependía de la imaginación del momento.

Hacía mis doce o trece años, comencé a ayudar un poco en las labores, recuerdo las interminables llenadas al refri que seguido terminaban (en las manos torpes del adolescente) con refrescos rotos y el consiguiente regaño; hacer los diferentes productos comprados a granel y que, para facilitar la venta, teníamos que rellenar para el menudeo: bolsas de kilo, medio y un cuarto de azúcar. Antes de la cuaresma había que preparar pasas, coco, camarón seco (molido y entero, odiaba esto, porque siembre te picaban las patas) entre otros productos.

Por supuesto que nada se debía desperdiciar: biónicos con las frutas que estaban mallugadas, si las mandarinas estaban a punto de pudrirse, un litro de jugo que bebíamos gustosos mis hermanos y yo. Por cierto, ya entrada la universidad descubrí el Absolut Mandarín, una delicia que, a veces, complementaba el litro de jugo que me hacía mi mamá y que, a veces y solo a veces, servía de desayuno rumbo a la facultad de derecho.

Hay productos que recuerdo que desaparecieron: por ejemplo, los combustibles que eran unas bolsitas de cartón, rellenas con aserrín mojado con petróleo o aceite; en los ochentas aún muchos boilers eran de leña, y era más fácil usar estas bolsitas. Recuerdo cómo las apilaban en grandes filas, había mucha demanda de este producto. El entonces DDT, se vendía suelto por litros y se adquiría una bomba para poder dispersarlo. Algo que fue una delicia en mi niñez: en navidad vendíamos cientos de bolsas de las llamadas palomitas, un triangulito relleno de pólvora comprimida y su mecha, que provocaba un estruendo al prender la mecha; salíamos a la calle con muchas bolsas, las guerras terminaban con calles llenas de basura y la queja de los vecinos.

La tienda dio y sigue dando muchísimo a mi familia. Pero ella misma me alejó para siempre de atednerla: en 1994 sufrimos un accidente que dejó en cama a mis papás; ante todo había que abrir la tienda, por lo que mis hermanos y yo tuvimos que entrarle por primera vez de tiempo completo. Ahí aprendí lo que era el trabajo duro, y si bien no fueron más de algunas semanas (justo coincidió con las vacaciones de diciembre) para mí fue como si me hubieran tenido años de esclavitud en el más profundo desierto siberiano; me juré no volver a trabajar tanto, y entonces de tener un promedio de 7 en la prepa, los siguientes semestres lo subí a 10, pues de eso dependía poder entrar a la universidad, graduarme de profesionista y trabajar mis reglamentarias 8 horas y no las 12-15 de una tienda.   

Ahora que visito a mis papás solo veo de lejos cómo despachan y cómo sigue a flote. ¿Qué pasará con ella? No lo sé porque ninguno de mis hermanos pareciera querer entrarle a ese negocio (¿Alguno de los sobrinos se animará?). A veces cuando más aburrido estoy del derecho, he pensado seriamente en dejar todo y dedicarme a vender en esa hermosa tiendita de la México; como esa, hay cientos de miles en todo el país, ¡que dios bendiga a las tienditas!

 

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