La salud es más importante que el dinero, que el amor,
que la compañía o la soledad.
Warhol
Hace un par de meses escuché Caso 63, una radionovela en Spotify que trata de unos viajeros en el tiempo que vienen del 2062 al 2022 para evitar una nueva mutación del covid que nos joderá a todos y ocasionará nuestro fin.
Esta audioserie surgió en el primer confinamiento del 2020, y aunque se le notan todas las costuras, los pliegues y los yerros [a diferencia de la pandemia, la serie es muy predecible], he de decir que me perturbaron muchísimo dos cosas:
Primero: escuchar cómo relata esta pandemia y las próximas. Me dio escalofríos cuando escuché a la viajera en el tiempo del 2022 al 2012 narrar el origen del covid, las referencias de lo que sí vivimos en el 2020, Wuhan, la incertidumbre, la muerte, la palabra virus virus virus repetida infinidad de veces junto a aislamiento contagio encierro por todos lados. Pensar otro confinamiento, una situación similar me hizo estremecer. Juro que por un momento hasta disocié, me dejé llevar por la narración y me imaginé en una distopía pandémica. Sé que aún cargo las secuelas mentales del primer confinamiento.
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Esta semana di positivo a covid. A saber, es la primera vez oficial que porto el bicho y me baja las pilas comprender que esto no se ha ido del mundo, que aunque no sea “agresivo” [dolor de cabeza, mucho del cuerpo y una terrible tos termina siendo nada en comparación de los intubados y de los muertos] esto no se ha acabado y sí me invade una especie de culpa no haber tomado más precauciones, aunque sé que a veces no bastan.
Un domingo comencé con los síntomas, pero mi cuerpo ya estaba enfermo desde muy antes. Llevaba mucho tiempo pensando cómo pedir unos días de vacaciones en el trabajo y no me había atrevido por ansiosa y workaholic, por pensar -malamente- que estar siempre ocupada da un tipo de status o de importancia, que atiborrarme de cosas en la agenda me ayuda a eliminar mi vida personal, esa que no me gusta y no quiero pero que ahí está. Si el trabajo es el único asidero que tengo quiere decir que algo está muy mal en mí. Esa es la enfermedad de a deveras. Y me urge sanar.
Alguien me dijo: “bien dicen que el cuerpo sabe cómo ponerte un alto”, y es cierto.
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Segundo: el viajero que viene del 2062, es decir, en 40 años, narra lo que es el mundo en ese momento: colapsa la humanidad con la enfermedad y un cuarto confinamiento, lo que provoca también un regreso al pensamiento medieval: al pasar tantas horas en línea, eso se vuelve nuestra forma de vivir y en las redes se erige una especie de tiranía como la que ya conocemos, una tiranía moral y punitiva de miedo, de hecho, eso es lo que al final provoca que tumben todos los servidores que existen, La Nube, y con esta toda la información que poseemos. No hay más internet, no hay más mundo como el que conocemos en este momento.
Después de haber escuchado ese episodio, esa misma noche lo soñé. Aún no descifro si las pesadillas se tienen o se sueñan pero me quejo tanto de pasar horas enteras en la red que soñar un mundo sin internet, muy contrario de lo que habría imaginado como felicidad absoluta, me ocasionó un ataque de ansiedad, desperté muy angustiada ante la posibilidad de un mundo nuevo y diferente a este que conozco, muy similar a los miedos de marzo del 2020 ante la incertidumbre.
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La prueba para detectar el antígeno del SARS-CoV-2 salió positiva pero no indica de cuál variante de covid me contagié. “Lo más probable es que sean las nuevas variantes”, me dijo la médica, sin acordarse de los nombres, “las be… be algo de las de ómicron, todo el mundo está contagiado ahora con esa, va a ver que serán muy leve los síntomas”. Todo el mundo, pensé. Mundo. Qué sustantivo tan colectivo e individualista a la vez. Cada cabeza es un mundo, también.
Las subvariantes BA.4 y BA.5 han sido catalogadas como silenciosas y sigilosas, una gripe fuerte sin complicaciones, que a mí me tumbó toda la semana a toser como si mi cuerpo quisiera expulsar mucho más que un virus, sino todas las enfermedades que ocupan mi cuerpo. Una cosa es cierta, lo dice todo el mundo, la enfermedad es lo peor que puede pasar, devalúa no solo el cuerpo sino la esencia de quien está enfermo. Roba el espíritu e imposibilita para dar lo único que se te exige socialmente en todos los ámbitos: que sean productivo. Entre menos produzcas menos vales. Pareciera que quien define la enfermedad es el capitalismo. Por eso mismo ya no solo hablamos de covid, sino de las secuelas del covid, de las subvariantes del covid. La enfermedad del momento se ajustó a las enfermedades de siempre. No ha habido forma, ni la habrá, de ponerle un alto al contagio, a la pandemia, el mundo ajustó sus términos laborales y sociales con nuestros cuerpos contagiados por nuevas formas del virus con nombres cada vez más numéricos para diferenciarlas.
Mi cuerpo ya estaba enfermo desde muy antes. Es extraño pensar que lo que me hizo parar fuera precisamente una enfermedad que me obligó a pasar varios días sola con mis pensamientos en los que entendí que el covid es la menor de mis enfermedades. Existe más de dónde asirse en este mundo medieval, tirano y punitivo que me haga sanar.
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Y bueno, Caso 63 es ciencia ficción, pero el covid, no. Aunque si en el 2012 me hubieran contado de un virus que mataría a millones de personas en 2020, me habría cagado de risa y hubiera dicho: wey, esa película ya la vi, es ciencia ficción.
@negramagallanes