De la maldad humana - LJA Aguascalientes
13/04/2025

Manuel Michelone

 

Si usted lector, lectora, entra a YouTube a buscar videos de la Segunda Guerra Mundial, tarde o temprano podrá ver algunos en donde se habla del cómo fueron castigados los criminales de guerra nazis, juzgados en diferentes ciudades europeas. Muchos de los acusados fueron sentenciados a morir en la horca.

 

Los videos narran la maldad con la que actuaron los nazis en los campos de concentración, las barbaridades que cometieron y las inauditas matanzas a los judíos en los campos de exterminio. Es de terror. Curioso es saber, sin embargo, que los alemanes no–judíos, la mayoría de ellos, no veía nada de malo a la persecución de los judíos. Probablemente la población civil no estaba enterada de los abusos en estos campos de concentración y tal vez los que sí estaban enterados, no lo veían del todo mal. La propaganda nazi era espectacular y habrían logrado cambiar el criterio de las poblaciones de alemanes. Vamos, los propios nazis se acostumbraron a este exterminio infame y ni siquiera les quitaba el sueño. Digamos que lograron hacer cotidiano el asesinato de miles de seres humanos inocentes. Y lo sabemos todos, hay una serie de valores que se nos inculcan desde niños, sobre lo que está bien o no, lo bueno o lo malo. Y entonces –en general– aprendemos a comportarnos de alguna manera que va a tono con un sistema de valores éticos, los cuales se aprenden desde niños.

 

Hoy, por ejemplo, gracias a Internet tenemos acceso a mucha información y tal vez mucha de ella de forma ilegal. Los sitios en donde se pueden descargar software, libros, música, películas, DVDs, etcétera, es ya parte de la cotidianidad. Hay portales en Internet donde se publican las claves de los productos de software más  usados. Hay quienes suben a la red la Suite de Office (de Microsoft) o los programas de Adobe (Photoshop, InDesign, etcétera), y es probable que aunque la mayoría sepa que es ilegal hacerse de este software así, lo instale porque no tiene dinero o no quiere pagar los cientos de dólares que se piden por estos programas. De nuevo, la ilegalidad se vuelve cotidiana al punto que no es un acto poco común mandarle el enlace de un programa comercial a alguien para que lo use sin pagar. Y sí, hay que reconocer que el acto de compartir es muy humano y las empresas de software no quieren precisamente esto. Y entonces los usuarios estamos ante una fea disyuntiva: Si alguien nos pide un programa que tenemos, ¿por qué no copiárselo? Es como parte de la amistad, ¿verdad? Pues sí, pero eso no hace el acto de copiado menos ilegal.

 

Y si hablo de todo esto es por el fenómenos de los mensajes de correo, que recibo casi a diario, y que son de remitentes desconocidos. En muchos de ellos viene como título: “envío de la factura solicitada” (o textos parecidos), o bien  “Catálogo de la empresa para su revisión”. También hay algunos que urgen que abramos el mensaje porque tiene información urgente e importante.


 

Todos esos mensajes contienen archivos con virus. Las supuestas facturas en XML y PDF se sustituyen por archivos .msi de Windows, que son extensiones para identificar programas para instalar (asumo que .msi significa Microsoft Software Installer). Así que todos son programas malvados cuya función puede ser, dañar mi información o bien, crear un software que codifique mis datos para después pedirme rescate en bitcoins o simplemente, mostrar la habilidad del programador para atacar a los usuarios conectados a Internet.

 

Yo me pregunto la razón por la cual mandan estos programas malignos. ¿Es que hay tanta gente que no tiene ni oficio ni beneficio? Vamos, incluso la mayoría de las veces, si alguien abre un archivo infectado, hasta el Windows Defender muestra que algo anda mal y urge a no abrir el archivo malicioso. Entonces ¿para qué tanto circo? ¿Para qué intentar dañar los datos de un desconocido?

 

También existen esos mensajes de tres páginas que nos dicen que un hacker se ha metido en nuestros sistemas y que ha grabado a cada uno de nosotros cuando vemos pornografía, e indican, nos han registrado en video masturbándonos en sitios de sexo extremo o bizarro. Y en esos correos  nos indican que son tan hábiles que tienen control sobre nuestras actividades. Pero son ladrones de buena fe. Si les mandamos unos mil dólares en bitcoins (porque no se pueden rastrear), el que escribe borrará todo y nunca más nos molestará. Por supuesto que todo esto es mentira pero el efecto de asustar al que no conoce cómo funcionan las cosas le podría hacer pensar que lo han cachado “con las manos en la masa”, y habrá tal vez considerado pagar el rescate para que su honor quede sin mácula. Desde luego que cuando ven las cantidades que piden entonces lo más probable es que apechugen y esperen que el maloso hacker no mande esos comprometedores videos a nuestros amigos y familiares. Desde luego toda esa historia del hackeo es ridícula y busca engañar a los más impresionables.

 

Pero más allá de todo esto, lo que parece importante es como se instala en la cotidianidad la maldad. Ya lo vemos como normal. Yo ya veo estos correos y de inmediato los borro e ignoro porque sé que buscan dañarme de alguna manera apelando a la sorpresa, a mi ignorancia y chance a mi vergüenza. Y lo que me parece más grave es que la maldad, el ver cómo un grupo de seres humanos busca usar los recursos que tiene a la mano para sacarle ventaja a otros de forma ilegal y ya no se hace nada. Y entiendo que la tecnología de los bitcoins ayuda a que las transacciones no tengan nombre ni dirección, pero entonces no faltará quien quiera sacar ventaja a esto, aunque se lleve e alguien más “entre las patas”. Para decirlo pronto: parece pues que tenemos que convivir con la maldad, y no parece que esto sea para enorgullecernos como seres humanos.

 


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