Contraplano / “Elvis”: caderas mágicas - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Contraplano 

“Elvis”: caderas mágicas

 

Luciano Campos

 

El mundo adoró a Elvis Presley como un ícono que representaba la rebeldía y la libertad. Pero poco se sabe de la forma en que este chico de Memphis fue esclavizado por un representante perverso, que prácticamente lo mató de agotamiento escénico.

 

Así como el cantante iconoclasta sacudía la pelvis, para enloquecer a las chicas, el director y guionista Baz Luhrmann sacude a la industria del cine con Elvis (Elvis, 2022), a través de una forma de filmar inusual, magnífica, y con una propuesta completamente diferente, llena de triquiñuelas visuales y recursos de comic.

 


La biografía del rey del rock es como otra más de sus interpretaciones en Las Vegas, electrizante y poderosa, con una energía que desbordaba el escenario y se derramaba sobre el público, ávido de disfrutar del movimiento de sus caderas mágicas. La edición frenética de cortes rápidos, marca de Baz, refiere a la rapidez con la que el astro recorrió su vida esplendorosa y fugaz, siempre bajo el escrutinio de las cámaras que lo adoraban.

 

La cinta de casi tres horas de duración es estruendosa, de colores chillantes y de arte recargado, como era el gusto barroco del chico maravilla, que encontraba confort en los escenarios ostentosos y los vestuarios flamboyantes, con los que estableció su propia marca de genuino entertainer, que ofrecía el mejor espectáculo del planeta.

 

Muchos elementos que se ven ahora en Elvis recuerdan a los previos y lejanos, pero aún geniales, comienzos del realizador australiano, con las revolucionarias Romeo + Julieta (1996) y Moulin Rouge (2001), en las que utilizó recursos técnicos básicos con distorsiones de imágenes, alteración de encuadres e iluminaciones estilizadas. Lo mismo que en aquellos trabajos primigenios, ahora muestra un lenguaje cinematográfico muy propio y excitante, para un público nuevo, que no conocía al rockanrolero y que agradece un estilo innovador, para romper con la monotonía del cine tradicional.

 

Metido, desde ahora, en la competencia por el Oscar, Austin Butler hace una impecable interpretación, como el carismático ídolo que proyectaba un carisma natural e irresistible. Su fuerza histriónica inunda la pantalla, al meterse en la piel y el espíritu del personaje, como una proyección de su intensidad en escena, con un aura de virilidad y erotismo. En sus presentaciones, los estertores son copulatorios, aferrado al micrófono, con una mirada insinuadora que demandaba todo de las jovencitas, que hacían fila en su habitación. Es la propia voz del actor la que se escucha en la mayoría de las canciones, principalmente las de la etapa inicial de su carrera.

 

Listo para las nominaciones está también Tom Hanks en uno de esos extraños papeles que le exigen salirse de su ya conocido perfil de chico bueno. Como el misterioso Tom Parker, que le manejó la carrera al cantante, se convierte en un desconocido demonio. La historia es contada a través de su versión convenenciera de los hechos. Es como un papá adorable, protector y dispuesto a resolverlo todo y, al mismo tiempo, un embustero que abusaba financieramente del muchacho, preparándole un contrato tramposo, que lo convertiría en servidumbre de lujo.

 

Con una progresión dramática parecida a una ópera rock, con representación musicalizada de sus momentos jubilosos y depresivos, Elvis es santificado en el repaso de su vida. Se le presenta como una víctima de los oportunistas y de su propio éxito, que no supo manejar. Por momentos, el relato es de culebrón, con un ascenso romantizado sobre sus inicios. Es ineludible el cliché del empresario con visión que se lo encuentra por casualidad, y descubre su insoslayable talento que nadie más había detectado.

 

Igual, en la segunda parte hay un drama lacrimógeno en su decadencia, hastiado de la fama, saqueado por sus cercanos y alejado de Priscila (Olivia DeJonge), su compañera de vida que terminó abandonándolo, harta de los excesos. Obeso, con prematuro envejecimiento emocional, el divo se precipita hacia su final, encadenado a un compromiso que lo obliga a repetir su rutina, una y otra vez, en el mismo hotel de Las Vegas.

 

El tema de la censura hacia sus gestos y su música es abordado como elemento cómico, por los intentos ridículos de sus detractores por condenarlo por obsceno y libertino.

 

En los créditos finales, queda una agradable sensación de estupor. Luhrmann ha presentado un show grandioso, que le rinde homenaje lleno de admiración a una de las más rutilantes luminarias del show business.

 

Elvis es una epopeya de la cultura pop, que se disfruta en cada minuto de su larga duración.

 


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