Árbol de la fortuna/ La escuela de los opiliones  - LJA Aguascalientes
21/11/2024

A veces me pregunto cómo funciona el algoritmo de crecimiento de un árbol de la fortuna; quizás debería ampliar mi pregunta a todos los árboles, todas las plantas, y aceptar que cada uno de ellas es su propia identidad entrópica. He contemplado tanto el acomodo de sus ramas y sus hojitas redondas, gestálticas, que he querido replicarlo de algún modo, construirlo para entenderlo mejor.

Lo primero que se me ocurrió fue hacer un árbol en Minecraft. Instagram me presenta constantemente a los constructores que hacen árboles monumentales y hermosos, árboles fantásticos. Un homúnculo de árboles digitales.

Es una pregunta que tengo programada en mi orden de procesos diarios (bip, bup, soy un robot, escucho a un ingeniero tecleando la pregunta: ¿tiene usted alma?) y es uno de esos cuestionamientos que mantienen intacto el origen de mi curiosidad, y persiste para recordarme que me da mucha alegría estar vivo porque hay preguntas sin resolver.

Es un misterio muy sencillo, es un misterio que todavía podemos encontrar en todas partes, también es un misterio que podemos comprar en un mercado, o en el súper, y desarrollar en nuestras casas: ¿cómo crecen los árboles? ¿Por qué deciden ramificarse de esta manera? Necesitamos los misterios para no ceder a una arrogancia básica.

Quizás, una aspiración muy sencilla, es lograr que la escritura sea tan orgánica como un árbol. Recoger los pensamientos así como vagan en una red de neuronas y colocarlos de cierto modo que tengan un sentido, o algún sentido, o apenas sentido; me acordé del enfadoso de Deleuze y sus rizomas (oh). Por este tipo de pensamientos básicos luego se aparece un demonio y me lo recomienda. Dios me libre.

Pero la escritura me da pereza últimamente, y también el camino habitual del escritor nacional: escribe un libro, mándalo a un concurso, haz el pitch a la editorial independiente, invítale una chela al editor indie y cruza los dedos para que él te tenga un poco de fe y quiera hacer la inversión. Luego viene la presentación, chocar las manos con, quizás, algún muchacho bien intencionado de cultura en alguna feria estatal y que alguien levante la mano porque en vez de pregunta, tiene un comentario, y todo derive en “por qué se hizo usted escritor, ¿no pudo ser otra cosa?”.

Anoche vi pasar un tweet que decía algo de una crisis editorial. Ya nadie lee libros (otra vez). Esa discusión la tuvimos en 2004, por ahí, y una de sus posibles conclusiones era sencilla y abrumadora: la gente sí lee, pero está leyendo en internet, en revistas, en folletines. Hoy en día, la gente lee cuando la muchachita del tik tok les cuenta una historia mientras baila en calzones pero si queremos rescatar la pureza del texto, también el tío nos cuenta historias en Facebook todo el tiempo: ya está harto de la cultura woke y de la cancelación, y se echa una apología vital de unas 600 palabras en una anotación donde tagueará a todos sus amigos.

Obviamente, hablar de la crisis editorial, que es un fárrago de política, comerciales e intereses (DE ACTORES OSCUROS Y SINIESTROS, mayúsculas para dar énfasis a la ironía, Dios no lo quiera, pero luego piensan que uno habla en serio y que está bien enterado de los movimientos de ciertas mafias con aspiraciones), específicamente la crisis editorial nacional, no es lo mismo que cualquier curiosidad básica (ejemplo, los árboles), algo que nos mantiene vivos.

La aspiración máxima del escritor nacional, pues, creo que se ha vuelto un papel medio trágico: la primera distribución en Gandhi, cachar un pan sabroso con algún guion (y después, Dios sí lo quiera, clavarse para la vida), hacer el payaso en redes sociales para no perder lectores y relevancia dentro del algoritmo y de ahí, la narración de la lucha para escribir el siguiente libro (antes de que encuentren a otro con una personalidad más interesante que la suya y descubran que la verdadera novela que está en progreso, es esa persona que se imagina escritora).


Es alegre la confianza que obtiene un escritor cuando ha sido publicado por una de las grandes. Mientras tanto, vive como puede, pero a todo mundo le dice, porque recibió un chequesote (que son cada vez más raquíticos), que uno puede vivir de la escritura, pero no cualquiera, no digo un escritor fantasma, pero hablo de la escritura nombrada: ya te ves a un lado de Vargas Llosa (ese bellaco), por ejemplo; esa escritura que  coloca el nombre en una marquesina y deslumbra todavía más que las personas que se suben a un ladrillo y se marean.

La escritura, sin embargo, despojándola de la obsesión y la egomanía, es un arte que sigue diversificándose y sigue creando espacios para el gozo: los juegos de realidad aumentada, los videojuegos (los géneros son infinitos), los podcasts con amigos o los radiodramas. Aquí me permito un momento de sinceridad: nunca me he aburrido con algo que yo he escrito (probablemente miento, porque el aburrimiento es parte del cuerpo, es una necesidad biológica, pero ojalá se me permita este lujo), me aburro del proceso que viene después, empujarlo a la plataforma clásica, ese objeto llamado libro, ese camino lleno de apuestas, rituales y monos melodramáticos.

Escribir libros en Minecraft que quizás nunca serán abiertos, eso me da un placer criminal.

La pregunta, entender algo, es donde radica la verdadera pureza de la escritura. Pero ese es un pensamiento vagazo del día de hoy. Un escritor, también, es esta construcción de frases sencillas para construir el templo de las mentiras que se dice uno.


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