Dice la Real Academia que servir significa “ Ser útil o a propósito para un determinado fin”. El funcionamiento de las ciudades se sostiene en los hombros de personas que ejercen la función pública, proporcionando a todos, con su esfuerzo cotidiano, condiciones dignas de vida.
La función pública fue vista de manera originaria, como un modo legítimo de servir, siendo parte de los diversos eslabones que integran al gobierno, tan honorífico resultaba, que incluso el régimen laboral de quienes hacían parte, era mucho más paupérrimo en salario y prestaciones de lo que la ley exigía para os trabajadores privados.
Luego, el reconocimiento de su valiosa contribución en el servicio público devino en un régimen laboral que les permitió gozar de las prestaciones laborales debidas. Desafortunadamente también ha habido quienes, aun con esos beneficios que brinda la seguridad del derecho laboral, han preferido servirse de los recursos públicos, que ejercer con honra la función para la que han sido llamados. Esos deleznables ejemplos de la corrupción, ciertamente han desprestigiado la función pública, sin embargo, siguen siendo más los casos que nos llenan de orgullo.
El viernes pasado, se celebró el día de los servidores públicos y en esta ocasión rendimos un muy sentido tributo, de forma particular, a aquellas mujeres que, derrumbando muchos paradigmas, han ofrendado su vida a servir a los demás, y lo han hecho de manera desmedida y constante, en cada actuación ética, ya sea armadas con una escoba, o un ordenador, siempre han hecho uso de las herramientas con su inteligencia, su valor y su amor, en beneficio de la comunidad.
Y es que ¿quiénes son esas mujeres que cada tarde pasan por las calles del centro de nuestra hermosa y limpia ciudad de Aguascalientes? sí, esas mujeres que van empujando sus carritos en que recolectan la basura, o las secretarias que afanosas corren para cumplir en tiempo con sus labores, o tal vez, la oficial que aun con lo inclemente de estos calores, soporta el sol de mediodía para dirigir el tránsito vehicular o aquella abogada de DIF que tiene en su haber la tutela de cientos de niños en condiciones de vulnerabilidad, o la contadora en cuyas espaldas está, hacer que poco, alcance para mucho y viene la pregunta basada en los estereotipos que todavía nos gobiernan sistémicamente: ¿qué harán en sus casas sin ellas? Pero, en realidad el dilema sería, ¿qué haríamos nosotros, todos, sin su apoyo?
Merece la pena detenernos en esta idea, pues, ciertamente, las labores de cuidado son algo que espera al retorno de las labores, un ejercicio cotidiano que debe marchar en paralelo, independientemente de lo demás que gire en ese mundo, quizá por ello, a quienes han estado siempre acostumbradas a sostener galaxias, el llamado del servicio público no solo estila ser una vocación frecuente, sino también una que suelen efectuar a cabalidad.
En un fructífero diálogo entre quienes escriben estas líneas, sobre el rol de las profesionistas en la sociedad, surgió la inquietud de realizar un sencillo, pero muy sentido homenaje a todas las mujeres que sin un título o cédula profesional, o con ellos, laboran en el Servicio Público, mujeres cuyos rostros son los que nos reciben cada día, tanto en las ventanillas de pago, en la recepción de las oficinas de las dependencias públicas, ya sea redactando, sacando copias, imprimiendo y haciendo todo lo necesario para que nuestro Estado funcione de una manera correcta y ordenada, porque sin ellas el servicio público se paralizaría.
En especial, hoy queremos hacer visible el trabajo de las mujeres dedicadas al servicio público en nuestro Estado, quienes, durante toda una vida, se han entregado de una manera desinteresada, o cuando menos, sin acercarse en la proporción del reconocimiento que deberían recibir, por su perpetuo servicio al prójimo, sin otro objetivo que el ser útiles a la sociedad y con quienes aún tenemos la deuda como sociedad de darles un pago justo por su trabajo.
Son esas mujeres valientes y valerosas, que se levantan cada día con su mejor ánimo y con una sonrisa, las que, con tesón y responsabilidad, hacen su trabajo con amor, y nos permiten transitar por calles limpias, recogiendo las inmundicias del mundo, construyendo puentes que unen familias, administrando la gran casa en que todos habitamos, ejerciendo desde lo público algunas de las labores de cuidado que son indispensables para la supervivencia de la sociedad.
De muchas de estas mujeres nunca se alzará un monumento, ni una calle portará sus nombres, pero hoy nombramos a Doña Chuya o Marimar, a Maritza y a Rosita, todas, dignos ejemplos de lucha, como María Luisa del Refugio Limón Centeno – Licha – para las amigas y los amigos, quien ha trabajado durante más de treinta años abriendo camino para las mujeres, pues más allá del título académico, se desempeñó como inspectora en el Departamento de Limpia y Aseo Público del Municipio de Aguascalientes; gracias a ella un gran legado de respeto, admiración y reconocimiento al trabajo de estas incansables Servidoras Públicas que sin un título en su hoja de vida, han logrado el mejor de los títulos: Ser Servidoras de la Sociedad.