Usamos como sinónimos: malas palabras, grosería e insulto, y eso nos hace confundir el sentido con que se enuncian, cómo las empleamos. Mi hijo está en esa edad en que encuentra reconfortante soltar una viga cuando algo no le sale, sorprende o se frustra, a veces no lo puede evitar, sobre todo, no quiere, está buscando los límites de su expresión. Así que más de una vez hemos tenido conversaciones acerca de qué puede decir, cómo, cuándo, y en especial, a quién.
Lo primero ha sido diferenciar entre las malas palabras, la grosería y el insulto. No hay palabras malas, es el uso que hacemos de ellas las que les otorgan un sentido y una carga, eso fue lo primero. Una tarde lo reté a decirme la peor grosería que quisiera utilizar, cuando me la dijo no pude evitar reírme, le dije que esa palabra estaba lejísimos de ser la peor y lo aburrí glosando un capítulo de El laberinto de la soledad, aunque después intenté hacerlo leve, jugando con los múltiples sentidos que tiene chingada, con el acuerdo de que era una conversación entre nosotros para que aprendiera qué, cómo y cuándo la podía usar, y en especial, que nunca la usara contra nadie.
Los insultos son otra cosa, no siempre groserías, le expliqué que a veces decir malas palabras es necesario, nos permiten expresar frustración, rabia o enojo, a veces son resultado del dolor y liberan, también le dije que a veces, sólo a veces, pueden hacer más efectivo el mensaje, depende siempre del contexto, y acordamos que lo que no puede hacer es insultar, eso es una agresión, y la violencia de soltar una palabrota cuando no logra resolver una división o pasar al siguiente nivel del juego no se equipara al daño que provoca en el otro cuando lo distingue por su preferencia sexual, su apariencia o lo que cree.
No estoy seguro de la efectividad de mi explicación, aunque hemos acordado cuándo puede usar groserías y que siempre es preferible no emplearlas, a veces lo escucho soltar una palabrota liberadora, otras una vulgaridad que precede a un daño causado por el descuido, nada por qué preocuparse, lo que me ocupa son los insultos, sobre todo porque lo he visto convivir con niños mayores que él, niños que usan un lenguaje floreadísimo que a esa edad yo no tenía, preadolescentes que se crecen hablando con puras groserías y en sus juegos se retan a insultos, que sea testigo de esa forma de interactuar y se convenza de que es mejor quien avasalla es a lo que pongo atención.
La intención de insultar es lo que convierte a las groserías en malas palabras, no sólo a las palabrotas, a cualquiera otra con que se emita con la intención de lastimar al otro.
Coda. Iba a escribir sobre la idiocia de quienes demandan que se censure Lightyear por la escena donde dos mujeres se besan, individuos incapaces de asumir la responsabilidad de explicar a sus hijos una película animada y justifican su homofobia diciendo que “eso” no es normal, no está “bien”. Así es como se dota a una palabra de maldad, estableciendo que si no lo entendemos o aprobamos lo hace diferente, y por tanto perverso; un reduccionismo dañino para cualquier intento de conversación.
@aldan