“El hombre es la única criatura que se niega a ser quien es” Camus
Podemos encontrar miles de artículos donde la tesis central es que la educación debe atender las emociones de sus alumnos o no habrá aprendizaje. Hay algo de razón en este planteamiento, pero supongo que debe referirse a situaciones traumáticas que el niño no puede resolver y en ese caso hay que canalizarlo con un psicólogo. No obstante, la función de la educación no es atender las emociones únicamente, sino todas las dimensiones del ser humano. Esa visión reduccionista de alumnos frágiles que necesitan un terapeuta para poder funcionar y ser felices, está de moda, pero no le hace bien a nadie. ¿Qué clase de sociedad estamos construyendo?
Según la nueva filosofía sobre las emociones, si los alumnos no tienen las habilidades para reaccionar “correctamente” ante situaciones extremas, hay que entrenarlos y la escuela es el mejor lugar para ello. Para nadie es un secreto que actualmente la psicología tiene un papel más protagónico que antes, que sólo se limitaba a ser un soporte valioso para la educación. Ahora se ha vuelto tan importante que pareciera querer convertir las escuelas en un gran consultorio psicológico, las emociones en parte medular del currículum y a los maestros en terapeutas.
¿Por qué el interés en educar las emociones? ¿Quién es el juez que establece la emoción correcta? ¿Se pueden uniformar las reacciones emocionales? ¿Se logra el bienestar y la felicidad con el control de las emociones?
El interés por las emociones surge con la teoría de la “Inteligencia emocional” de Daniel Goleman en 1997. Los objetivos abarcaban: El identificar las emociones propias y las del otro, la capacidad para manejarlas, el desarrollo de las emociones positivas y contar con una actitud también positiva ante la vida. Este enfoque fue enriquecido con la aparición de la “Piscología positiva”.
La “Psicología positiva” (1999) es obra de Seligman quien quiso darle una orientación diferente a esta disciplina y promueve el bienestar y la felicidad, diseñando el modelo, PERMA, que es un acrónimo de las iniciales en inglés: 1. Positive emotions (emociones positivas) 2. Engagement (compromiso) 3. Relationships (Relaciones) 4. Meaning (Significado) 5. Achievements (Logros). Aquí aparecerán conceptos como el mindfunlness, el liderazgo, o el coaching.
Muchos especialistas consideran que los puntos de vista de ambas teorías no coinciden con la función de la educación. Mientras que la educación aboga por la formación de un ser humano con potencial infinito que se fortalece y crece día a día sorteando dificultades, que se proyecta hacia el futuro e interactúa con el mundo; la filosofía de las emociones y la felicidad lo reducen a uno preocupado por sus emociones, reprimiendo las negativas, y la búsqueda de la felicidad en un eterno presente.
Es un poco injusto pensar que, hasta la aparición de estas teorías, la escuela nunca tuvo en cuenta el papel de las emociones, ya que los buenos maestros siempre han considerado esa variable en el proceso de aprendizaje y han apoyado con mucha dedicación a sus alumnos. Esos maestros-tutores los hemos tenido todos y aún siguen por muchas aulas haciendo el bien, pero es cierto que nunca antes habían manejado un programa para adiestrarlos en las emociones “correctas” y con ello ayudarlos a ser felices.
Los partidarios de la educación emocional explican su necesidad a la luz del crecimiento de la violencia y la agresividad en las aulas y fuera de ellas. Consideran importante que puedan manejarlas, identificando sus emociones y las de los demás. No obstante, aislar las emociones y reducirlas a síntomas desligados de la causa raíz, pretendiendo que reaccionen uniformemente, no ayuda demasiado y se parece más a control que a formación, además de que se les provoca un malestar si se salen del molde o no logran ese pretendido bienestar.
El niño que está triste o enojado tal vez pueda identificarlas, pero ¿cómo lo ayudamos a eliminar las razones de esa tristeza o enojo? la emoción es una manifestación de algo mucho más complejo. No podemos pretender que nuestros estudiantes las repriman, sin tener en cuenta su personalidad o sus circunstancias, ya que no es lo mismo la ira para defender una injusticia que la que surge por un berrinche. Ni la alegría por ver a alguien querido recuperarse de una grave enfermedad, que la que se siente en una fiesta. Ortega y Gasset diría eso de: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”
Las emociones nos caracterizan como seres humanos y más que enfocarnos en ellas para adiestrarlas, sería bueno identificarlas para fortalecer el carácter. Convendría más guiarlos en el desarrollo de buenos hábitos y en la adquisición de valores como el esfuerzo, la perseverancia, el autodominio, el respeto o la solidaridad y que se conviertan en personas responsables y buenas que puedan salir adelante en cualquier circunstancia.
Psicologizar la educación es convertirla en una relación terapéutica, donde los alumnos son pacientes y el maestro, terapeuta. Es enseñarles a pensar sólo en sí mismos y en su bienestar. Por su parte, la relación educativa implica atender al ser humano de manera integral, confiar en su potencial y enseñarles que la mejor manera de ser felices es ayudando a los demás. Como diría Auguste Comte: “Vivir para los demás no es solamente una ley de deber, sino también una ley de felicidad”
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