Entrevista a Diego Olavarría sobre Honduras o el canto del gallo, Premio Bellas Artes de Crónica Literaria Carlos Montemayor
Creo que ahí es donde está la raíz de la violencia: tienes países donde unos concentran mucho y otros donde simplemente, por más que trabajen, por más que lo intenten, no tienen una forma de avanzar socialmente y ven en la violencia una especie de forma de distribución de la riqueza e, incluso, un poco de retribución por lo que les han quitado
Óscar Alarcón
Nació en la Ciudad de México en 1984, con El paralelo etíope obtuvo el Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay 2015. Sus crónicas se destacan porque han revitalizado las crónicas de viaje. Lo mismo nos habla de Adís Abeba, como uno de los lugares más importantes del continente africano que de Suiza como uno de los lugares en donde la gente puede beber el agua de las fuentes.
En el marco de la celebración por el 25 Aniversario del Fondo Mexicano para la Conservación de la Naturaleza A. C. se publicó Historia de nuestro futuro, del que Olavarría es el autor. Un libro que habla sobre México antes de ser México y sobre la biología y la ciencia en general en nuestro país. En el texto podemos acercarnos a la historia de cómo el ganado bovino acabó con los pastizales una vez que los españoles llegaron a México o la manera en la que trabajaban los primeros laboratorios en las universidades de la Nueva España.
En octubre de 2020, en una ceremonia virtual, se le otorgó el Premio Bellas Artes de Crónica Literaria Carlos Montemayor, un galardón que entrega la Secretaría de Cultura del Gobierno de la República, a través del INBAL y la Secretaría de Cultura de Chihuahua.
El libro con el que resultó ganador fue Honduras o el canto del gallo, que en este 2022 publica la editorial Turner. Se trata de una búsqueda por reconstruir los sitios, personas, actividades de la infancia del autor. A los 7 años, Diego Olavarría, tuvo que mudarse de Estados Unidos a Honduras. Era un niño al que le desagradaba la clase de inglés porque le resultaba demasiado fácil y demasiado lenta, sin embargo, tenía problemas cuando le tocaba la clase de español. La búsqueda de la memoria, la reconstrucción de la vida cotidiana de manera personal lo llevan a realizar una crónica que de tan íntima se mueve hacia lo social.
No se puede entender un país de manera colectiva sin entender las historias personales: los huracanes, la violencia, la oscuridad y la infancia pueblan este libro.
Óscar Alarcón (ÓA): Al tratarse de una crónica literaria, ¿existió alguna dificultad al escribir Honduras o el canto del gallo? Sobre todo, por tu estilo, este libro es un tanto diferente. ¿Hubo alguna dificultad al escribir el libro?
Diego Olavarría (DO): Desde el principio, más que una dificultad, me lo planteé como un texto experimental.
Crónicas previas como El paralelo etíope, y algunas de las crónicas de viaje que ya he publicado, han sido textos que tenían una misión muy material desde un principio, como ir a Etiopía, llegar a cierta isla, ir a Venezuela, investigar, hablar con especialistas. O el libro del medioambiente, que también era un libro en donde me documentaba, hablaba, entrevistaba, leía.
Al ser un tema más personal, más introspectivo, con una raíz en la infancia –que es una etapa en donde la memoria te juega trucos– la diferencia entre lo recordado y lo vivido puede ser grande.
El libro –desde un principio– era mucho más experimental. Viajé a Honduras un poco tanteando las posibilidades no sólo de la forma del relato sino también de la experiencia que iba a tener ahí. Creo que eso se refleja en la estructura del libro.
Se nota que a veces pensaba en una clave mucho más histórica; a veces en una mucho más sociológica; otras, mucho más personal y algunas más de viaje. Finalmente, en algún momento, me di cuenta que había que incorporar o tejer esta voz de la infancia, como una voz que le diera un contrapeso a las otras voces y experiencias.
Todo eso es lo que le da forma al relato. Creo que eso es parte de la experiencia de escribirlo.
ÓA. ¿Qué ocurre con el Diego de 7 años después de escribir el libro? Me refiero a la búsqueda por recobrar la infancia y la memoria.
- DO. El resultado de ese ejercicio de invocación de la infancia, de tratar de ejercer la voz del niño, de tocar un poco esas fibras de mi pasado remoto y de hacer esa exploración interior y al mismo tiempo interior –que implicó viajar a esos lugares, entrar a esa casa, buscar esa gente– el resultado de ese experimento es justamente el libro.
Es un poco la pieza que queda de ese experimento. La posibilidad de volver a esa voz y a esa edad, aunque sea a través del ejercicio literario.
ÓA. Sin ser un trabajo terapéutico, recuperar la infancia de 7 años, ¿qué fue lo que desató?
- DO. Creo que hay una suerte de autoconocimiento. También creo que algunas de las personas que han leído el libro me han dicho que les ha servido para conocerme mejor, para entender un poco de mi vida.
Al mismo tiempo te quedan muchas dudas porque sabes que hay mucho de lo que no puedes recordar, mucho que no entendiste y que quedó oculto porque pertenecía al mundo de los adultos. Cuando eres niño eres capaz de tomar algunas piezas y hacer algunas conjeturas, e incluso años o décadas después te caen veintes de cosas que viste o viviste en la infancia, a final de cuentas es una experiencia rara, la verdad.
ÓA. Acabas de mencionar que hay gente que ahora dice conocerte más, pero al ser crónica literaria se permite el juego de la imaginación porque no estamos hablando de un documento periodístico. ¿Qué tanto ocupaste a la imaginación para cubrir esos vacíos que el periodismo, la crónica en sí, no te lo permitían?
- DO. Creo que, en la parte periodística, ensayística del libro, definitivamente me guie por los hechos. Utilicé una metodología periodística, histórica, documental, que sería propia de un periodismo y de un reporteo.
La voz del niño es ambigua dentro del libro, esa voz claramente es recuerdo y por lo tanto es una voz subjetiva. Quizá para que fuera más periodístico u objetivo tendría que haber incorporado la voz de mi mamá, de mi papá, de más personas, pero no necesariamente es posible y quizá tampoco tenía sentido porque no se trataba necesariamente de encontrar la “verdad”, sino que la sensación o el recuerdo de esa infancia –por más imperfecta que pudiera ser– de alguna forma fuera reflejo de esa realidad que vendría después. Que ese niño que sólo estuvo un par de años en Honduras –y le pasaron unas cosas ahí– de alguna forma pudiera servir también de un conducto a través del cual contar la historia de la Honduras que vendría y de la Honduras que tenemos hoy.
Va más por el lado de que esas experiencias sirven para explicar lo otro, que el hecho que fueran verdad objetiva, porque eso, finalmente –con tanto tiempo de por medio y sólo una voz– es imposible.
ÓA. Decía Iris García Cuevas en una entrevista que la literatura construye realidades y el periodismo construye verdades. Al ser un premio de crónica literaria, las ataduras del género desaparecen. ¿Qué piensas de los límites de la crónica periodística y la crónica literaria?, ¿en dónde te sientes más cómodo?
- DO. En este libro quería jugar realmente con todos los géneros posibles. Entonces hay un poquito de historia, de sociología, de diario, de relato de viaje, un poquito de la voz del niño que es más literaria –y que algunos me han dicho que les parece una voz novelística. Justo eso es la posibilidad de la crónica en general, al ser un género dúctil, un género que puede romper distintas barreras ayudado de muchas formas literarias.
La diferencia entre crónica literaria y crónica periodística no me la planteo demasiado. Lo que tengo ante mí es un objeto de interés, la realidad o la experiencia y en función de eso voy buscando las herramientas que mejor me funcionen para contar el relato que quiero contar. En algún momento quizá, si estoy en búsqueda de una verdad más reportada y más cotejada y que implica entrevistar y contraponer versiones, me decanto más por algo periodístico, pero tiene que ver con el tipo de relato que quiero contar o el tema.
ÓA. El huracán que destruye Honduras es un punto medular en el libro, ¿qué opinas de las influencias mutuas entre el cambio climático y el cambio geopolítico?
- DO. Creo que es uno de los grandes temas del siglo que tenemos por delante. A mí me parece que muchas veces decimos que Centroamérica es un lugar –y es una forma fea y peyorativa de decirlo– son países atrasados, pero creo que no. Creo que Centroamérica nos lleva la delantera en muchas cosas y no necesariamente buenas: en 2008, cuando comenzamos a vivir la crisis de violencia, ellos ya llevaban algunos años con eso a cuestas.
Lo mismo el tema del cambio climático. Los hondureños vivieron el huracán Mitch en los 90 y ya tuvieron también huracanes como el Iota en 2020, que fue muy fuerte y que no apareció en los medios porque todos estábamos preocupadisimos por la pandemia. Básicamente en Honduras y en Centroamérica están sucediendo los fenómenos que a nosotros todavía nos toca que nos peguen más en serio.
Los dos países que más migrantes mandan a México son Haití y Honduras. Buena parte de eso se debe a la sequía y a los desastres naturales que han dejado a la gente con las cosechas destruidas, con las tierras deslavadas e infértiles. Básicamente el tema naturaleza-geopolítica es algo que ya se vive en Centroamérica, que ya afecta gravemente y que, de alguna forma, nos tendría que preocupar a nosotros porque somos países que estamos en el paso de los huracanes, y todo pronostica que con el cambio climático va a haber más eventos y desastres naturales, huracanes, estaciones más erráticas. Es algo a tener en cuenta.
ÓA. Hace casi 3 años, cuando las caravanas centroamericanas pasaron por Puebla, surgieron comentarios xenófobos, como si el hecho de que 5 mil o 7 mil personas pudieran quitarles los trabajos a los 6 millones de poblanos en el estado. Detrás de muchos discursos se esconde la xenofobia. ¿Qué piensas de los discursos xenofóbicos que están presentes en lo político?
- DO. Hay una correlación entre los fenómenos migratorios, sobre todo a gran escala, como los centroamericanos en México, o los africanos en Europa, o los centroamericanos y mexicanos en Estados Unidos que desatan una xenofobia muy calculada, mediatizada y politizada.
Creo que eso ha empeorado en los últimos años, porque dentro del mismo discurso político se ha visto que funciona muy bien la división, el odio, echarle la culpa a personas que no causan mayor daño, culparlos por los males de la nación y de esa forma eximir a los gobernantes de su ineptitud, básicamente. Desafortunadamente veo que está al alza. Me da mucha tristeza que México –que es un país que siempre se ha quejado de ese trato xenófobo en Estados Unidos– haga exactamente lo mismo con los centroamericanos cuando llegan acá.
Es una situación que no me sorprende del todo, lo he visto con otros países que se quejan del maltrato cuando son migrantes, como los colombianos, los peruanos, que se volvieron muy racistas con los venezolanos, pero también con los pueblos de Europa del este, como los polacos, los húngaros, que siempre han sido muy discriminados en Europa occidental, ahora son tremendamente racistas con los sirios, por ejemplo –aunque ahora se portan bien con los ucranianos, pero es desafortunadamente una tendencia global. Haríamos bien en mirar ese comportamiento de forma más crítica dentro de nuestro país.
ÓA. ¿Qué significa Honduras para ti?
- DO. Esa es una pregunta difícil de responder, porque no sólo es Honduras sino todas las experiencias que tuve en la infancia, primero viviendo en Estados Unidos, luego en Honduras, después en Cuba.
De alguna forma creo que esa experiencia de infancia nómada, de infancia un poco inestable configuró mi forma de ver el mundo, mi forma de relacionarme con muchas cosas.
Honduras, específicamente, lo recuerdo por ser el lugar en donde empecé a tener un poco más de consciencia, de memoria, de entendimiento. De vivir en Estados Unidos, que era un país mucho más estable y mucho más resguardado, y mucho más –de algún modo en apariencia– perfecto, suburbano y próspero, llegar a Honduras –incluso a esa temprana edad– me enfrentó al hecho de que el mundo era mucho más imperfecto, doloroso y mucho más peligroso de lo que en un inicio creía.
ÓA. Sabemos que la violencia es una condición humana, pero los niveles a los que ha escalado, no solamente en Honduras sino en todas partes del mundo, son extremos. ¿Cuál es el caldo de cultivo para que nosotros veamos esas expresiones violentas?, ¿es la pobreza la causa de la violencia o cuáles son los elementos que la provocan?
- DO. Es una pregunta interesante porque uno pensaría que la pobreza detona la violencia, pero si vas a los países más pobres del mundo no son necesariamente países muy violentos. Los países más violentos del mundo todos están en América Latina. Los países más violentos son, los de Centroamérica, partes de México, algunas ciudades de África, de zonas de guerra, naturalmente; pero también el país con mayor índice de homicidio en África es Sudáfrica, que es uno de los países ricos de África.
Básicamente, lo que tienen estos países en común es una profunda desigualdad social. Creo que ahí es donde está la raíz de la violencia: tienes países donde unos concentran mucho y otros donde simplemente, por más que trabajen, por más que lo intenten, no tienen una forma de avanzar socialmente y ven en la violencia una especie de forma de distribución de la riqueza e, incluso, un poco de retribución por lo que les han quitado. Quizá.
Para mí ese es el componente que detona la violencia, y entre más desigual se vuelve el mundo –porque cada vez se vuelve más desigual– creo que es claro que se hará más violento.
Países como Estados Unidos o países de Europa, que se van volviendo cada vez más desiguales, tienen ahora –al parecer– más violencia urbana. En algunos barrios de Londres, aunque no hay pistolas y demás, los adolescentes se acuchillan con frecuencia y eso era inaudito hace algunos años.
ÓA. No sé si sea una poética personal, pero ¿te has dado cuenta que trabajas sobre paralelos?
- DO. Fíjate que no es intencional. Es algo que me pasa constantemente y también, como uno tiene sus puntos de partida, está siempre buscando puntos de llegada o puntos de referencia o coincidencias o paralelismos.
Encuentro algo fascinante en llegar a un lugar lejano y encontrar una similitud y me parece que eso arroja un tipo de clave. No sé cuál sea, pero la menciono por si alguien más la interpreta.
ÓA. Hay una reflexión sobre las amistades en Honduras o el canto del gallo, muchas veces las amistades nos enraízan al lugar en donde vivimos, ¿habrá una posibilidad de no tener amigos?, ¿qué ocurre cuando no tenemos amigos, cuando somos personas migrantes?
- DO. En cierto sentido tuve suerte porque, después de vivir de forma nómada en la infancia, me establecí en la Ciudad de México a los 13-14 años. Creo que en la adolescencia es cuando se hace la mayor parte de los amigos. Tuve la fortuna de hacer muy buenos amigos en estos años. Amigos que sigo teniendo y con los que ya tengo muchos años de relación.
Siento que no sé –afortunadamente– qué es lo que se siente no tener amigos, pero también he notado que quienes siguieron con esas infancias nómadas en la adolescencia quedaron mucho más confundidos y mucho más solos en la adultez.
Esta especie de transitoriedad y de relaciones esporádicas terminan por causar una sensación –como dices tú– de estar desenraizado, de estar flotando en el éter, de no tener un lenguaje, de existir en una especie de limbo entre lugares y personas. Me imagino que eso provoca mucha soledad.
ÓA. Tu libro cierra en la playa, en Honduras, regresando al mar. Eres un escritor que se mueve mucho, que viaja mucho y que has visto una gran cantidad de lugares en el planeta. ¿Qué significa para ti el mar?
- DO. Qué pregunta tan interesante. En general el mar me tranquiliza, me recuerda que hay algo mayor a mí.
Hay un aforismo que me gusta, no recuerdo el nombre del autor, pero decía que el mar es la única monotonía que no cansa.
Creo que para mí el mar es terapia, pero también es peligro. Alguna vez he estado en un barco que estaba siendo golpeado por el oleaje y parecía que podríamos hundir en cualquier momento. También es un recuerdo de las fuerzas del planeta. Es un espacio que me gustaría conocer mejor, porque conozco muchas costas, pero no he viajado mucho al mar. Me gustaría algún día cruzar el océano en un barco.