“Requiere menos esfuerzo intelectual el condenar que el pensar” Emma Goldman
Hace algunos años, en la universidad donde trabajaba, me invitaron a ver una pequeña obra de teatro en la que resaltaban las bondades de nuestra institución. La idea era representarla ante los estudiantes de bachilleratos con el objetivo de que se inscribieran en nuestra universidad. A mí me pareció una excelente estrategia de mercadotecnia.
Tengo que decir que, la emoción con la que describían todas sus experiencias y la felicidad que les causaba estar estudiando ahí, provocó también mi propia emoción, misma que iba en aumento conforme avanzaban los diálogos de la obra. No obstante, esa emoción se paralizó de repente cuando los estudiantes empezaron a comparar nuestra universidad con otras de la competencia y para hacerlo no escatimaron en juicios peyorativos y negativos de ellas. Mi entusiasmo se convirtió en una gran decepción.
Cuando terminó la representación me preguntaron mi opinión y lo único que les dije es que, si nuestra universidad era tan buena y estaban tan contentos con ella, ¿para qué destruir la fama de las otras? se suponía que con las cualidades que ellos habían resaltado era más que suficiente para promoverla.
Hoy día pasa lo mismo con los “nuevos” modelos educativos que inundan las redes sociales, las revistas especializadas y las capacitaciones a maestros. Aunque de nuevo tienen muy poco, ya que en su mayoría están basados en las teorías pedagógicas de los siglos XIX y XX. Pues bien, estos “nuevos” modelos parecen no poder sustentarse por sí solos y necesitan ser comparados con la educación tradicional y, por supuesto, esta última sale perdiendo.
Tal parece que la educación tradicional no sirvió de nada y nadie aprendió nada, porque los gurús y charlatanes de la educación, además de denostar la escuela tradicional, supeditan el aprendizaje a una serie de condiciones: “Para que haya aprendizaje debe existir…” “No puede haber educación si no…” “El niño no puede aprender si no…” “Es imposible que exista aprendizaje si no …” y miles de condiciones más (la mayoría emocionales) que, si no se dan, es impensable el aprendizaje. ¿Alguno de ellos se ha puesto a investigar las circunstancias en las que antiguamente se daba el aprendizaje? Tal vez piensan que todos los logros de la humanidad se dieron en un contexto ideal y, por supuesto, sin la intervención de la educación que tanto rechazan.
La educación tradicional al igual que la actual tuvo errores, pero también aciertos; tuvo maestros creativos e innovadores que desarrollaban nuestra imaginación, nuestro criterio y que nos hacían leer y pensar, como los hay ahora y también tuvo maestros aburridos, inflexibles y cuadrados que mataban cualquier destello de originalidad, como los hay ahora. El hecho de haber psicologizado la educación o de haberla transformado en un parque de atracciones no la hace mejor que la tradicional y a los resultados me remito.
Observamos con tristeza cómo la escuela se está convirtiendo en un gran consultorio psicológico; vemos también que las actividades escolares se han transformado en un activismo inútil y sin contenidos; que hemos relegado el papel de los maestros al de simples entrenadores y nos estamos dando cuenta, con mucha preocupación, que la formación del alumno deja mucho que desear.
Es un hecho que nuestros estudiantes no leen ni escriben bien, carecen de pensamiento crítico, tienen poca fuerza de voluntad y rechazan valores como el esfuerzo, la perseverancia o el trabajo, el autodominio y lo que es peor, los estamos educando muy alejados de una realidad en la que les tocará desenvolverse.
Creo que, si la educación actual es tan buena y cumple con todas las condiciones para que el alumno aprenda ¿por qué necesitan ser comparada constantemente con la tradicional? debería poder defenderse con las características tan maravillosas que se pregonan y sobre todo con los resultados de excelencia que pudieran estar obteniéndose, aunque lamentablemente todos sabemos que eso no se está dando. Ya basta de seguir con el discurso de rechazo al pasado educativo que demostró en su momento ser efectivo y miremos con ojos más críticos el desastre que se está gestando en el presente y en el que aún podemos intervenir para evitarlo.
Creo también que es tiempo de mirar con mayor objetividad y apertura la educación que heredamos del pasado y tal vez nos sorprendamos al descubrir que es mucho más lo que podemos aprender de ella que lo que rechazamos y a partir de ahí realizar una adaptación al contexto actual. Confucio diría: “Quien volviendo a hacer el camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro”
Como una primera acción sería muy conveniente dejar de escuchar a los gurús y charlatanes de redes y medios que nos dicen cómo debe ser la educación y que lo único que logran es confundir y frustrar a educadores y padres de familia, y concentrarnos en una realidad que nos grita lo mal que estamos.
Hay que reflexionar sobre la formación que queremos para nuestros educandos y construir una educación de calidad, entendiendo como calidad todo lo que ayude a formar un ser humano fuerte, íntegro, con conocimientos, habilidades y valores. Hoy por hoy la mejor forma es evaluar lo que se tiene, rescatar lo valioso y desechar todo lo que no está funcionando. Decía Herbart: “La educación es el arte de construir, edificar y dar las formas necesarias”
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