Herencia de un patriarca - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

 

Con epígrafes de Delmira Agustini y Tolkien, se da inicio En el silencio metálico de las guayabas, a la última publicación de la poeta Lizbeth Padilla, en los ya legendarios cuadernillos de Héctor Sumano Magadán conocidos como La Hoja Murmurante. Dedicado a su padre, Federico José Padilla Díaz de León, hombre justo y sabio, autor también de numerosos textos de conocimiento que su hija compilaría en una maravillosa edición facsimilar, Lizbeth Padilla nos hace entrega de 19 poemas a modo de homenaje a este gran ser humano. Desde el inicio, nos anuncia las coincidencias vitales que vincularon esta sagrada relación de padre e hija.

“Nos reúnen los pianos y los gatos, / el amor a los prólogos, / la insensatez de amar a quemarropa, / la amistad con insomnes que nunca nos tomaron muy en serio.”

Y no tarda la autora en compartirnos la nostalgia de esa paternidad cuando estuvo presente en la vida cotidiana, y que expresa diciendo: “Sobre los baldosines agrietados caminan las hormigas hilanderas. / Entran al Hortus Deorum donde quiero enterrar mi corazón / para que me compartas la tibia oscuridad que ahora te arropa.” Podemos decir que también fueron afines con la fe en la divinidad pues ambos se han definido como personas creyentes. Por ello, no debe sorprendernos que nuestra poeta acuda a diversas referencias religiosas y místicas tales como: “Fuiste discípulo y maestro / una presencia antigua en Emaús.” O bien: “En el jardín / las coronas de Cristo se adormecen bajo el abrazo tibio del verano.” Otro ejemplo lo encontramos en: “¿Qué ruta he de seguir para alcanzarte en la Blanca Ciudad de Doce Puertas? ¿Cuántos ópalos debo de tirar para hallar mi oscuro rastro hebreo de Isabel?” De hecho, el libro concluye con estos versos: “El alquimista entretiene a la Muerte dibujando mapas / que le confunden la ruta a Samarkanda.”

Mucho de viaje iniciático tiene esta plaquette en la que nuestra querida poeta honra, agradece y materializa las enseñanzas recibidas de su padre, mismas que ha incorporado a su vida cotidiana para llevar a cabo una enorme transformación.

Y mientras un bestiario transita los versos: gatos, palomas, hormigas, búhos, arañas, grillos, pájaros, toros, perros, aves, jaguares, polillas, bueyes, erizos, salamandras, ratas y dragones, este poemario se llena de aromas al estar sembrado de jardines con magnolias y rosas, oyameles, acacias y begonias, nardos, espigas, buganvilias y, por supuesto, guayabas. Además, la profunda atracción por la naturaleza se contagia al lector y le da numerosas ventanas para mirar playas, piedras, ópalos, nubes, lluvias, cielos y lunas.

De alguna forma, estos versos regalan al lector un festín para los sentidos, en donde no podía faltar el auditivo, que desde el título nos anuncia la estadía de la autora, y a través del cual podemos escuchar la música de pianos y acordeones, y de las campanas. O en versos como estos: “Ninguna de nosotras se atrevió a detener su entrada en los misterios / ni a silenciar el coro de los ángeles.” O en estos otros: “Los pájaros del bosque emiten salmos de armonía. / Otros pájaros, / tal vez más extraños, / deben cantar en el valle que habitas desde tu nueva condición de luz.”

    También el sentido del gusto está presente: “Ahora me alimento del fruto de tu espíritu”, o bien: “Yo tuve un día un padre que colmaba el racimo de la infancia / con uvas de prudencia /y miré junto a él los cielos claveteados de parábolas.” Asimismo, en este verso: “En el comedor, donde bebías leche con miel”, o también en: “Mi padre aceptó el yugo como se acepta un dulce”, en “frutales manos” y en el último verso del poema titulado “La granada más dulce”: “dispuesta a aceptar la granada más dulce que me ofrezca Koré”.


Para el sentido del tacto, la poeta se apoya en versos como: “En las noches / el tecleo de su máquina de escribir impedía soñar.” O bien: “Tuve una tierra bendecida de ángel, / tempestad de enseñanzas azules, / manos que suavizaron mi piel de erizo.” Y ni que decir de la presencia táctil que recoge este verso: “La huella de tu mano aún permanece tibia.” O estos otros: “No ha vuelto a ser la misma / a pesar de coserle parches de saltimbanquis / o resanar con barro de buenas intenciones sus manos astilladas.” O en este último: “No vayáis a tocar esa lápida ni con la sonrisa”, verso perteneciente al último poema, mi favorito, pues en él se logra de manera poderosa, a través de negaciones, la afirmación del amor que va más allá de la muerte. Con estos versos podemos decir que la autora resucita de la muerte a su padre, figura que trasciende el mundo material porque siempre ha cohabitado con el reino del espíritu y lo vuelve a bautizar.

Este poemario también está habitado por la evocación de colores: nubes negras, enseñanzas azules, bueyes blancos, azulean las venas de la luna, o bien, la lluvia despertó a Janitzio y lo hizo azul. Pero, sobre todo, recoge lo que nuestra autora transmitirá como si fuera una antorcha a su hijo Andrés, al cual ella también alude: “Padre, regrésame las máscaras de los desobedientes, / los deslumbrantes paseos por la Tierra. / A cambio te daré la fuente del dolor donde mana mi sombría cabellera, / fronda que intenta proteger las faenas del hijo.”  O bien en: “Mientras en las acacias la lluvia escurre / Andrés se encuerva dentro de una begonia.” De esa fuerza que llega a través de su padre, nuestra poeta se apodera para cuidar las labores de su descendencia y que el sufrimiento vivido no sea en vano.

También alude a la figura materna y lo hace en el siguiente verso: “Mi padre prefería la piedra, / asiento elemental de las sustancias vivas. / Mi madre, las playas con sus mares de lumbre.” “Amaba la permanencia de la piedra. / Ella, el fluir de los mares.” Finalmente, decir que en estos versos queda patente el poder de la palabra y de la invocación, la huella indeleble de la gratitud y, sobre todo, de la reverencia ante lo que es más grande que uno, ante la figura patriarcal que es el manantial de vida que inunda estos poemas y donde la autora se posiciona ante ello como si fuera un humilde recipiente en el que se refleja y nos refleja. Sea pues esta hoja murmurante motivo de regocijo para todos sus lectores. 


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