El simple transcurso de la dimensión temporal trae aparejado ciertos conceptos que los humanos hemos establecido para llevar una contabilidad propia sobre algunos aspectos que nos interesan. Cada que culmina una vuelta de nuestro planeta al sol, por ejemplo, decimos que ha transcurrido un año; establecemos los tiempos de nuestros trabajos basados en los antiguos conocimientos de las estaciones, dividimos ese año en meses, semanas y días, e incluso, cotidianamente hacemos uso de mecanismos que hemos implementado para saber cuánto tiempo ha transcurrido entre dos momentos, como sencillamente traer un reloj en la muñeca.
Cumplir ciclos es de lo más natural en nuestro mundo. Existen ciclos que nos son tan comunes que, por cotidianos, los pasamos por alto y apenas si nos percatamos de ellos ante su ausencia; el hecho de vivir permanentemente en ciclos, que forzosamente inician y concluyen, nos vuelve seres cotidianos y, por tanto, predecibles. En otras ocasiones, como en los procesos electorales, sabemos que esos ciclos tienen un comienzo, un desarrollo y un cierre que se encuentran perfectamente definidos por la ley, y aunque sabemos que invariablemente terminarán, no por eso se deja de sentir una nostalgia particular.
Definitivamente uno llega a encariñarse con su trabajo, sobre todo si el espíritu del mismo es un servicio que contribuye, en mayor o menor medida, a brindar un servicio público que abona a un interés colectivo que se encuentra muy por encima de cualquier visión particular. En el caso electoral, por ejemplo, deben confluir todo un concierto de voluntades para lograr el anhelo democrático de convertir la voluntad ciudadana en representantes elegidos. Desde aquellos que efímeramente participan el día de la jornada electoral en las casillas, hasta los que permanentemente dedican su labor a las funciones en una oficina, pasando por todas aquellas personas que, temporalmente, se contratan para apoyar en las importantes tareas de la organización de las elecciones.
Relacionando ambos temas, justo el día de ayer fueron clausurados los dieciocho consejos distritales que se pusieron en marcha desde el inicio del año, con el objeto de ser responsables de la organización del proceso electoral en sus respectivas demarcaciones. La premisa, como en cualquier integración de las autoridades administrativas electorales, es simple: habrá que reunir a un grupo de ciudadanas y ciudadanos, independientes e imparciales, con conocimientos de la materia y mucha disposición para atender los diversos asuntos que puedan ser motivo de su intervención, siempre bajo la mirada vigilante de las representaciones de los partidos políticos que velan por sus intereses.
Integrar un consejo electoral o una mesa directiva de casilla es un honor, de eso estoy plenamente convencido. Es poner al servicio de la comunidad el empeño por construir la democracia que, como forma de gobierno, nos hemos diseñado. La ciudadanía en su conjunto, tuvimos que llegar a ese extremo, cuando decidimos que no resultaba justo que el gobierno organizara la elección para renovarse a sí mismo, y que al no dar los resultados esperados, teníamos que ser nosotros quienes nos organizáramos para recibir y contar nuestros votos, dentro de unos parámetros que, si bien estaban definidos desde un inicio, se siguen construyendo de manera permanente, todo con tal de brindarnos la certeza de que esa simple acción de decidir, trascienda a lo más encumbrado del servicio público, que es elegir a nuestras personas mandatarias.
Quienes decidieron ser consejeras o consejeros distritales, tuvieron que, forzosamente, ceñirse a un estricto proceso de designación que lo mismo evaluó su trayectoria -no necesariamente electoral- que sus conocimientos y sus actitudes. Durante el proceso electoral, todos los días, las y los consejeros se esforzaron en diversas actividades de supervisión para garantizar el adecuado número de boletas, la correcta instalación de casillas, el eficiente papel que juegan los materiales electorales, y servir de voz y rostro del Instituto Estatal Electoral a lo largo y ancho del estado. En cada una de las sesiones ordinarias y extraordinarias que realizaron, quedó plasmado parte de ese esfuerzo que rindió frutos al final, con el acta en donde se constató que ellas y ellos revisaron que la contabilidad de los votos emitidos en las casillas de sus distritos se apegó con suficiencia a la norma, tras el cómputo distrital, que es por definición la actividad central de los consejos.
Desde aquí un sincero reconocimiento a todas las personas que integraron los consejos distritales en el presente proceso electoral. Presidencias, consejerías y secretarías técnicas que, sabiendo que su labor es temporal, no escatimaron en dar su máximo esfuerzo para que esta elección fuera exitosa. Gracias también, a las personas que sirvieron de enlace de oficinas centrales a los diferentes consejos, porque en ellos radica la importancia de la comunicación bidireccional cotidiana, sin cuya labor de cuidado sería imposible hablar de esta experiencia exitosa. Gracias también a todo el personal que cumple un ciclo en el Instituto Estatal Electoral, colaboradoras y colaboradores de los que no hay queja alguna en cuanto a su disposición, talento, disciplina y capacidad. A todas y a todos, gracias y mucho éxito en futuros proyectos.
Nos aproximamos a cerrar otros ciclos que, como ya mencionaba, resultan naturales en nuestra filosofía, sin que deba perderse la emotividad que resulta el celebrar tras haber cumplido una misión. Por lo pronto, que esta despedida no sea un adiós definitivo, sino un esperanzador “hasta luego”.
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