Beatriz Pereyra
Tenía 17 años cuando acarició el sueño de convertirse en futbolista profesional. Cinco años después se despidió de las canchas, agobiada por la falta de ayuda, pero sobre todo por la discriminación de que fue objeto por ser intersexual; su cuerpo producía demasiado músculo por exceso de testosterona. Y cuando se operó, su rendimiento ya no era el mismo, aunque ella seguía entrenando, su mundo giraba alrededor del futbol. Hoy reflexiona: “Soy una persona muy resiliente que a pesar de las adversidades quiso seguir, quiso luchar, pero ese cambio me dio en la madre y ya no pude recuperarme”.
La futbolista A tenía 17 años la primera vez que fue cuestionada sobre la cantidad de masa muscular que tenía en su cuerpo. No supo contestar. Era finales de 2017. Estaba concentrada con la Selección Nacional Sub-20 que se preparaba para el Premundial de la Concacaf, programado para enero de 2018 en Trinidad y Tobago.
Apenas iniciaba su sueño de ser futbolista profesional. Era la goleadora de un equipo de la entonces naciente Liga MX Femenil. Su destacado desempeño en la cancha le valió para llegar a su primera convocatoria en el representativo nacional que dirigía Christopher Cuéllar.
“Mi masa muscular era muy superior a la de las chavas normales. Me empezaron a hacer preguntas en la Selección: ‘¿Por qué eres más fuerte? ¿Por qué eres más rápida?’ Yo no sabía qué estaba sucediendo con mi cuerpo. Me regresaron a mi club, ahí me dijeron que tenía que hacerme unos estudios. Salió que tenía altos los niveles de testosterona y que no podía competir contra otras mujeres porque sacaba ventaja.
“Me dijeron: ‘Tienes que bajar tu testosterona si quieres que la Selección te llame otra vez, porque estás contemplada para el Premundial. Necesitamos que esté todo en orden para que no salgas positiva en los antidoping. Llamaron a mis papás para que dieran autorización de que me hicieran estudios y checaran mi cuerpo. La conclusión fue que soy una persona intersexual. Ya no pude ir a la Selección”, cuenta la jugadora.
Ese fue el principio del fin de una carrera fugaz que sólo duró un torneo de Copa y uno de Liga, porque la futbolista A fue víctima de una decisión que los organismos deportivos internacionales implementaron en el mundo: toda deportista cuyos niveles de testosterona rebasen los valores normales de las mujeres no podrán competir en tanto no se sometan al tratamiento que reduzca la cantidad que su cuerpo genera de manera natural.
Es el mismo caso que el de la corredora sudafricana Caster Semenya, tres veces campeona mundial y dos veces campeona olímpica de los 800 metros planos, quien por ser intersexual no ha podido competir en sus pruebas desde que la Federación Internacional de Atletismo (World Athletics) se lo prohibió, en respuesta a las múltiples quejas de otras corredoras que la acusaron injustamente de “ser hombre”.
Semenya, como la futbolista A, es una persona de género femenino que tiene en su cuerpo los cromosomas XY, lo cual genera que sus niveles de testosterona sean superiores al promedio.
El rechazo fue la primera respuesta del club al que pertenecía la futbolista A cuando supo que es intersexual. Después, los directivos optaron por pagarle el tratamiento médico para que pudiera regresar a jugar futbol. Le dijeron que si quería cambiar de sexo la registrarían en las fuerzas básicas varoniles. Una jugadora mexicana histórica de la Selección Nacional (cuyo nombre se omite para evitar represalias) le dijo que no tomara el tratamiento, que pidiera ayuda en la asociación de futbolistas.
“Le decía a mis papás: creo que puedo defenderme legalmente porque esto es discriminación. El equipo me iba a correr, ya no querían saber nada de mí, pero analizaron las cosas y sabían que estaban haciendo algo injusto, que podía defenderme. Ya no hice nada porque dije ‘están respaldándome’. Sabía que algo andaba mal en mi cuerpo, siempre me callé; precisamente por el miedo al rechazo, a que no me dieran la oportunidad de jugar”, recuerda.
El tratamiento
La futbolista A pasó 2018 y 2019 entre médicos y estudios, yendo y viniendo de un hospital de la Ciudad de México donde, narra, tampoco sabían qué hacer con ella. Ya le decían las ventajas o las desventajas de confirmarse como mujer o cambiar de sexo, que si tal medicamento le podría causar cáncer, que si sus huesos se descalcificarían. Hasta que apareció un doctor a quien llama “mi ángel de la guarda”. Le propuso quitarle las gónadas masculinas mediante una cirugía y comenzar con un tratamiento hormonal para reducir la testosterona.
Los medicamentos hicieron su efecto: en cuestión de semanas el vello de las piernas de la futbolista A desapareció, la masa muscular se redujo, aumentó su grasa corporal y se concentró sobre todo en la zona del abdomen; el acné desapareció de su rostro, su piel se volvió más suave, lo mismo las facciones de su cara. Su cuerpo se tornó muy femenino.
“Era lo que yo quería, sentirme como parte de un sexo definido porque me veía y me preguntaba: ¿qué soy? ¿chico o chica? Yo siempre he sido mujer ante la sociedad, pero antes la gente me confundía con un hombre y yo me enojaba porque soy niña. Ahorita me gusta mucho como soy, esto me ha servido para sentirme bien ante el mundo, pero a nivel deportivo me dio en la madre; literal, me dio en la madre este tratamiento porque ya no soy la misma de antes, nada que la goleadora, ni que la más veloz de la Liga.
“Sentí que no tenía la misma fuerza, al correr cierta distancia me sofocaba superrápido; a veces me daban bochornos. Mi cuerpo estaba sometiéndose a un cambio que nunca había experimentado. Seguía entrenando con mi equipo, pero ya mi vida estaba en pausa. Mi mundo giraba alrededor del futbol y cuando me quitaron el futbol me quitaron todo”, dice.