“Somos felices cuando no deseamos más”
Estimado lector de LJA.MX, le saludo como todas las semanas con singular aprecio y agradecimiento por leer esta columna, en esta ocasión abordo una tesitura que se relaciona con la importancia de la filosofía y la historia económica de la felicidad. El autor Emanuele Felice aborda los dos temas con vínculos de un análisis digno.
En los albores de la humanidad se han vivido estridentes cambios y revoluciones, desde la revolución cognitiva hasta la revolución francesa. Entre estos dos eventos la esencia del ser humano ha mostrado contundentes cambios, es decir, hemos pasado de la recolección de alimentos y cacería a la inteligencia artificial y a la inseminación artificial. Somos una especie que hemos creado una tecnología que permite procrear vida, del mismo modo, se pudiese expresar el discurso de que hemos casi erradicado la esclavitud y hemos generado esquemas autosustentables en lo que concierne a la alimentación y las necesidades básicas para un ser humano.
Existe una dinámica de relación entre el capital y el ingreso a lo largo y ancho del planeta, han sido los acontecimientos históricos los que han dado pie a que existan nuevos esquemas de reordenamiento, el crecimiento moderno, basado en el incremento de la productividad y la difusión de los conocimientos no ha solucionado los problemas que azotan al mundo en materia financiera o en su caso a la pobreza. No se ha modificado la estructura básica del capital, mucho menos del trabajo, la distribución del trabajo y los ingresos no es proporcional. De manera tenue y aislada tampoco existe un orden social más justo y racional. Ciertamente como lo menciona el premio nobel de economía Robert Solow, la tecnología y el ahorro han sido factores que han permitido en ciertas latitudes disminuir los parámetros de pobreza y equilibrar los factores productivos de la sociedad en relación con la generación de riqueza. No obstante, es evidente que no ha sido suficiente, y que la desproporción incrementa cada vez más.
Resultaría un tanto subjetivo el poder determinar niveles o una taxonomía sobre la felicidad de las personas, no obstante, existen indicadores y variables que se pueden cruzar para obtener inferencias, algunos ejemplos pueden ser el coeficiente de Gini, la teoría de la desigualdad de Rawls, los niveles de analfabetismo e incluso de participación ciudadana. Existen diversos indicadores, lo que resulta fundamental y de vital importancia es dilucidar que en los últimos dos siglos se ha presenciado un avance muy marcado en las condiciones materiales de la humanidad y en el conocimiento técnico y científico, existe mayor riqueza, más referencia de derechos humanos, más libertad. Pero ¿somos también más felices?
Resulta paradójico analizar las cifras sobre la producción de alimentos, su consumo, su desperdicio y la cantidad de gente que muere de hambre o padece un estado de desnutrición. Del mismo modo resulta tentativamente irónico que exista pobreza y territorios sin estado de derecho y que al mismo tiempo la corona inglesa siga perdurando.
La búsqueda disruptiva de la posesión material merma la esencia de la propia vida, es paradójico perder la salud para ganar el capital, la felicidad estriba en un estado de conciencia mayor a la ostentación, es la categorización de un esquema valores aunados a los recursos que permean en el entorno de cada persona, de cada sociedad, de cada historia. Pues la felicidad no es un estado estático, es dinámico es una proporción asequible de equilibrios que puede aludir a lo que los humanos llamamos felicidad.
La economía política es una disciplina pragmática de una verdad innegable. El papel asume un rol de redistribución y su importancia y relevancia tienen más vigor que nunca. La justicia social pasa por el pacto político. El punto no es la generación de la riqueza, es la distribución de esta misma, el punto medular estriba no en el ingreso, sino en la administración, la historia nos deja entrever la reseña de olvidar los momentos complejos, nada material permanece en esta efímera vida, todo se diluye en el torrente del tiempo.
“No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado de escribir algún manual de felicidad. ¿Y cómo así? ¿Por caminos tan angostos…? Pero no hay más que un mundo. La felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables” Albert Camus.
In silentio mei verba, la palabra es poder.