La democracia a examen/ El peso de las razones  - LJA Aguascalientes
13/04/2025

La democracia es un régimen político, pero también es un valor, un concepto manido y vago, una imprecisa ideología y una bandera. De democracia todo el mundo habla ―políticos, legos, ciudadanos―, pero surge la duda, más que legítima, de si se habla de lo mismo. En Occidente la democracia es un manto que todos comparten, pero que no a todos abriga. Parece que en nuestros países existe un consenso amplio y robusto en torno a la democracia, pues el concepto tiene un sentido laudatorio. La democracia es un ídolo difuso. Por todo esto, y no por un espíritu antidemocrático, es por lo que debemos subirla al estrado. La democracia debe someterse continuamente a examen o corre el riesgo de anquilosarse y perder las peculiaridades de su rostro.

Nuestro consenso democrático es precario y engañoso, pues ¿sobre qué es aquello que acordamos? Pienso que a los acólitos de la democracia les molesta pensar que hay otras personas que toman decisiones por ellos. ¿No es ésa la razón por la que la democracia se define a partir de la “soberanía del pueblo”? Pero, ¿qué tanto participan en la vida política nuestros vigías del espíritu democrático?, ¿acaso no hay decisiones que harían bien en tomar quienes disponen de las herramientas para hacerlo bien? Pero los problemas a penas inician: ¿quiénes pertenecen al pueblo? Ésta no es una pregunta baladí: la ciudadanía es el derecho a tener derechos. ¿Quiénes disponen de esa carta? ¿Acaso los migrantes, los desplazados, los que no tienen o a los que no damos voz? ¿Es la pertenencia al pueblo una consecuencia de convención geográfica arbitraria o algo que se lleva en la sangre? ¿No es más bien la ciudadanía una responsabilidad que asumimos de manera conjunta con quienes compartimos vicisitudes? Si una decisión que toman quienes ostentan el poder me afecta, ¿acaso no debo al menos tener y hacer valer mis derechos políticos? Los problemas más urgentes de la humanidad son a todas luces globales. Bajo esta particularidad de nuestra configuración social, ¿no haríamos bien de una vez por todas en reclamar nuestra ciudadanía mundial?, ¿no es el cosmopolitismo una necesidad de nuestro tiempo?

Resulta sorprendente conocer resultados de algunas encuestas en las que las personas preferirían vivir bien que vivir en una democracia. Así, parece que la democracia no es una condición necesaria para el florecimiento humano. ¿Es esto cierto o sólo es una percepción de la ciudadanía? En cualquier caso, tenemos poco claro lo que perdemos sin democracia. Nuestro generalizado consenso democrático oculta nuestros múltiples disensos particulares. Cuando ponemos la vista en los segundos nos percatamos que el primero es un consenso vacío. La democracia oculta malestares y contradicciones. Es un régimen político inestable. Esto se debe en parte a la pluralidad de la ciudadanía. La pluralidad es una consecuencia natural de nuestras democracias: los ciudadanos creen, desean, esperan y reclaman cosas distintas. La pluralidad es riqueza y conflicto a la vez. Una democracia sin deliberación se socava a sí misma, pero la deliberación puede alejarnos más y agriar aun más nuestros enconos. Sin deliberación no hay democracia, pero la deliberación suele polarizar.

También suelen pasarse por alto algunos aspectos que inhiben o promueven la vida democrática. La democracia se da en el espacio público. ¿Cómo hemos diseñado y mantenemos dicho espacio? Para la democracia son fundamentales tanto la prensa como las ciudades, los diarios como el espacio digital. ¿Qué tanto cuidamos la casa de todos, esos puntos de encuentro entre personas diversas que deben hacerse cargo de una vida en común?

Para nuestro buen convivir democrático no debemos suponer que no hay más opciones a las de hecho ya hay. La reglas de la vida social no están escritas en piedra. Podemos cambiar lo que no funcione, y esto no nos convierte en automático en espíritus revolucionarios. Siempre se pueden hacer reformas a la vida social. Tampoco hay soluciones mágicas, sencillas o rápidas para reformar nuestras democracias. Debemos actuar con responsabilidad, no con celeridad. Por último, la democracia no es algo que está, es algo que se vive y construye. Sin el involucramiento de la ciudadanía la democracia no es más que un conjunto de reglas que favorecen a la clase política. Para vivir la democracia, nada mejor que someterla a examen. Y quienes deben someterla a examen somos todos.

mgenso@gmail.com


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