Parecía una noche tranquila como cualquier otra, pero el destino que es lúdico y juguetón siempre nos tiene extrañezas arrinconadas en el camino que brincan por los aires como chispas de un condensador. Una oscuridad poco habitual rondaba los departamentos, regularmente a esas horas hay más luces encendidas, en esta ocasión no había ninguna, débiles destellos titilaban vacilantes por las cortinas de los vecinos, pero debido a mi enajenación cotidiana no di importancia a este extraño paisaje, subí las escaleras abrí la puerta y gire la perilla para encender la luz, no utilizo apagadores tradicionales de botón que solo encienden o solo apagan, me parece más interesante poder regular la luz, me da un sentido de dominio, por supuesto ilusorio, también me parece menos brusco, más delicado girar una perilla e iluminar paulatinamente el espacio hasta decidir cuando parar, el otro tipo de botones solo me da el vértigo de lo definitivo, la dualidad entre oscuridad o luz ¿será que todo se polariza?
La sorpresa de no tener luz no fue tan inesperada, debido al viejo cableado de la zona centro esto es casi normal, una milagrosa fuerza oculta hace que aun este lugar no se prenda fuego entre la maraña de cables, conexiones, transformadores, diablitos y cuanta cosa se pueda colgar en un poste de alumbrado publico, a veces me da nauseas solo de mirar hacia arriba y ver esta especie de masa desfigurada de cables y conexiones, su vomitivo tejido se dispersa por todo el centro de la ciudad en donde lo apeñuscado de las casas y las calles lo hace mas notorio, le da un carácter de telaraña eléctrica ¿será que somos arañas digitales que por las noches somnolientos tejemos y tejemos cables negros para intentar conectarnos?
Pero esta vez la repentina descarga y corte de luz empezó a durar más de lo acostumbrado y se extendió por tres largos días, en donde el tiempo y el reloj electrónico dejaron de avanzar metafórica y literalmente, un fin de semana con la luz brillando por su ausencia, ya ni el sarcasmo me regresaba las luces a la cabeza ¿será que necesito estar iluminado, aturdido y encandilado por el brillo de las pantallas y los objetos para no oscurecer, para no apagarme?
Pase por varios estados de ánimo y varias etapas emocionales; la sorpresa, la esperanza, la incertidumbre, la ira, la desesperación, la súplica y la maldición, sin embargo el aburrimiento y la resignación ganaron por afano. No detallare aquí la queja o el reclamo a la comisión encargada del servicio de la energía eléctrica, ni siquiera pude desaojarme a los gritos y puteadas con otro ser humano, ahora en el mundo digital una simple app o una empoderada contestadora con una exquisita voz de mujer me indico amablemente que pronto el problema se solucionaría; su reclamo es importante para nosotros estamos trabajando para usted, revelaría con su suave y aguda voz ¿será acaso una venganza feminista planeada desde las cúpulas cibernéticas?
Entre velas y persianas americanas abiertas de par en par pase las horas, me adentre en un universo inexplorado, ahora tendría que refundar la ociosidad y la pereza, un par de horas no serían gran lío pero 72 horas fue un extraño placer de desconexión, descubrí nimiedades, la danza de las sombras, el murmullo del fuego de la vela, el narcótico silencio. Acudí a los libros, únicos compañeros ante toda adversidad, termine de un jalón Paseo de la Reforma de Elenita Poniatowska y redescubrí por que la queremos tanto, de pronto me enamore de Amaya y hubiera querido ser uno de los personajes marginales que arropaba en su casa de Polanco, volví a recordar -a veces lo olvido- lo mal que el PRI le ha hecho a este país y que aun con sus mezquinos despojos e hipócritas aliados intenta seguir haciendo, que razón tenias Elenita, corruptos miserables, tal vez estar en la penumbra le daba más fuerza al relato. Con la luz del sol visitando como nunca mi departamento acelere un guiso con todos los guisos contenidos en los tupperware que salpican de color el inmaculado refrigerador blanco lleno de nada, así un revoltijo amorfo a unas horas de la putrefacción me calmo el estomago esa tarde, recordé también lo estúpido que fue decidir por comodidad que la bomba del agua se conectara automáticamente a la luz, ahora la tragedia alcanzaba épica griega; no luz, no agua, no comida refrigerada, no internet, no entretenimiento mass media, no civilización, mucha barbarie, pero en seco el libro de Poniatowska me dio una bofetada en mi pequeña comodidad burguesa, no de lo afortunado que soy, eso seria un pensamiento muy básico, poco iluminado, sino de la holgura en la que me encuentro no solo en la materialidad mínima de la modernidad citadina sino en la comodidad de la cotidianidad de los actos, del guion establecido por los servicios básicos que dan hilo y coherencia a lo continuo, por que si algo estalla y la oscuridad y el silencio se instalan en el living a la fuerza las preguntas asaltan la costumbre y ahí la cosa se puede poner un poco densa, las dudas rondan la cabeza y la compulsión autómata del hacer solo calma por instantes el imparable pensamiento ¿será que la energía eléctrica me descarga las energías vitales?
La luz volvió antes de empezar el cuarto día, temí por un instante que este fuera un juego macabro de Dios y la encendiera hasta volver al número uno en una mística cuenta regresiva, pensé en reclamarle que solo con su palabra hubiera bastado para ahorrarme estos delirios, Él hubiera dicho hágase la luz y yo volvería a ver Netflix, no sucedió, confirmación de que anda un poco ausente o no trabaja en la Comisión. Agradecí como un absuelto a la silla eléctrica, aunque esta no es una buena analogía para este caso, ese pequeño foco que encendió repentinamente, en un instante me recordó la fragilidad de las cosas, lo importante de lo más mínimo, las dualidades, la oscuridad, la luz, el silencio, la pausa, las palabras, la ociosidad, el vértigo, todo se arremolino en mi cabeza y estuve a punto de encenderme con una idea brillante pero prendí la tele y olvide en qué estaba pensando, tal vez en que me faltó muy poco para que se me botara el fusible.