Cada año, como parte de la bitácora obligada, durante la Feria de San Marcos, está la asistencia al ferial, un extraordinario esfuerzo artístico que lleva a cabo el Instituto Cultural de Aguascalientes, presentando a través de diversas estampas, elementos esenciales de la cultura de nuestra tierra, buscando siempre rescatar personajes, símbolos o sucesos que han marcado de manera determinante la composición de nuestro Estado; así pudimos conocer a un José Guadalupe Posada que con sus calaveras pudo llevar a nivel internacional, el nombre de Aguascalientes y dar a conocer la alegre cosmovisión que los mexicanos tenemos de la muerte.
También Jesús F. Contreras, Alfonso Esparza Oteo, Manuel M. Ponce o Saturnino Herrán, han sido parte de los feriales, que nos han llevado a conocer su obra, así como a recorrer todos los rincones de nuestra geografía y muchas de nuestras tradiciones y artesanías. Sin embargo, este año, para mi gusto, el ferial tiene un dejo especial, pues aborda una mirada, desde el corazón, de un fenómeno que socialmente determinó mucho de lo que los hidrocálidos somos; el paso del ferrocarril, que detonó en el crecimiento de la capital del Estado, trayendo con su vendaval de progreso a tantos ferrocarrileros que echaron raíces en esta tierra generosa.
“Adiós mi rielero”, narra la historia de un amor que se tejió entre las vías del tren y que, tal cual, como el ferrocarril que se pierde en el horizonte, tras su partida, continúa siempre unido a través de sus líneas férreas. Actuaciones entrañables, entremezclan su historia particular, con la del ferrocarril; desde su nacimiento hasta su ocaso y el del gremio.
Entre los pasajes a que se alude, se rescata preponderantemente la participación activa que tuvieron las mujeres, en la configuración de la que fue una corporación importantísima en la vida política del país. Muchos fueron los oficios que las mujeres ejercieron al interior de Ferrocarriles Nacionales de México, desde taquígrafas, mecanógrafas, enfermeras, administradoras, cocineras, lavanderas, entre otros. Así mismo como tuvieron participación como mano de obra, también la tuvieron como personal sindicalizado en la Alianza de Ferrocarrileros Mexicanos. ¡Sin duda, un acierto del ferial, que aplaudo, fue este año centrarse en la visión femenina de nuestra historia!
En particular esta circunstancia, me parece de mucha relevancia, si se le ve en perspectiva con la evolución de los derechos civiles y políticos de las mujeres en nuestro país, dado que, respecto del mundo, tuvieron un desfase en su reconocimiento de más de un par de décadas, al menos en lo que hace al derecho al voto y la posibilidad de ocupar cargos públicos de elección popular.
Y es que las rieleras (no solo las trabajadoras, sino también las mujeres que de algún modo u otro podían tener intereses familiares o de solidaridad con la agrupación) conformaron movimientos sociales en apoyo a los ferrocarrileros y sus derechos, los de ellos y por supuesto también los de ellas; de hecho incluso crearon el Frente Único Pro Derechos de la Mujer y fueron partícipes de paros laborales y marchas, algunos de los cuales derivaron en liberaciones de presos políticos.
Decía la juez Ruth Bader Ginsburg, que las mujeres debemos estar en todos los sitios de toma de decisiones y aunque las vulneraciones y discriminaciones han estado a la orden del día para que así sea, desde la clandestinidad y con una frecuente ausencia de reconocimiento, siempre hemos decidido y apostado por los derechos humanos, los propios y los ajenos, ya sea con nuestras manos o sosteniendo las de los que enfrentan la batalla.
El momento más emotivo del ferial, fue en mi consideración, una estampa flamenca en que, entre banderas rojinegras, una atmósfera de humo y luces a tono, se escuchó el frenético zapateo de las rieleras que reclamaban justicia social, esa utopía que de a poquito hemos intentado alcanzar. Aunque todo el ferial está cargado de emociones, quizá la conciencia que socialmente se tiene ahora de las violencias estructurales en contra de la mujer, así como de la necesidad de reivindicar sus derechos, de verdad causa en el recinto cultural, un ambiente que enchina la piel, una extraña mezcla de conmoción, rabia, orgullo y esperanza se deja escuchar entre cada tacón que choca contra el escenario y su impacto en el público.
Y es que la danza es fuerza, es pasión en el aire, son cuerpos que manifiestan más allá de la corporeidad, la esencia misma de la humanidad: su erotismo, sus luchas y demonios; el baile es movimiento que también puede arrasar conciencias.
El ferial nos demuestra que el arte debe ser denuncia, que incluso, como baile, es en sí mismo un acto revolucionario, de apropiación del propio cuerpo; en el caso de las mujeres, es un acto manifiesto de rebeldía, que vincula la razón con el corazón y que como arte, es único en cada interpretación, es vida que fluye y atrapa. Y es conmovedor que un vehículo como este, pueda transportar motivos que le son tan propios, como la lucha de las mujeres por ser.
Viendo el espectáculo no pude estar más de acuerdo con Tonantzin García, que exclama vehementemente ¡que todas las mujeres bailen! Que todas las mujeres tengan derechos, que todas las mujeres puedan ser.