Al hablar de vivienda solemos referirnos a ese objeto que alberga a las familias, un objeto que abarca por lo menos el 50% del uso de suelo de las ciudades y el cual en gran medida está asociado a la propiedad privada como la forma predominante de posesión legal en las ciudades.
La vivienda a lo largo de la historia ha tomado distintas formas para satisfacer la necesidad de habitar de sus usuarios. Podemos encontrar diversos diseños, tipologías y procesos de construcción que van desde las viviendas unifamiliares (una casa por lote) hasta los multifamiliares que en su conjunto abarcan grandes extensiones de terreno con edificios de departamentos. En esta entrega me gustaría referirme a la vivienda como esa necesidad básica y un derecho humano del cual deberíamos de disfrutar todos, pero sabemos que aún hay limitaciones para que todos podamos disfrutar de ella.
En otras columnas he mencionado la existencia de desigualdades en su acceso y disfrute mostrando que estas dificultades están casi siempre relacionadas con la cantidad de recursos económicos que tienen las personas para su adquisición. Sin embargo, existen otros factores que están influyendo en que se pueda ejercer este derecho humano; en este caso me referiré a las diferencias que suelen observarse entre hombres y mujeres las cuales no sólo se viven en el uso de los espacios al interior de las casas, sino también en las distintas desigualdades que pueden enfrentan las mujeres para ser propietarias.
A lo largo de 50 años de investigación un grupo nutrido de científicos sociales han mostrado las diferencias en el crecimiento de las ciudades y el cómo cada área o sección de las urbes se construyó y consolidó de formas distintas. En estos aportes que denominaron “la teoría de la marginalidad”, quedaron plasmados los aportes acerca de los diferentes problemas que se gestan en las urbes cuando crecen sin una guía o política pública que permita el ordenamiento territorial pero además el cómo la forma en la que han crecido y consolidado las ciudades en América Latina, específicamente, han influido de manera determinante en el uso, ubicación y disfrute de una vivienda digna y adecuada.
Esta nutrida discusión de 50 años ha mostrado que existen diversas formas de ostentar el título de dueño de una vivienda o terreno, lo cual a su vez permitió observar que existen diferentes formas de apropiarse de una vivienda e interpretaciones respecto a lo que se entiende por ser dueño o propietario. Lo más común es que cuando pensemos en tener un título de propietario nos remitamos a pensar en que legalmente somos acreedores de los derechos que se pueden ejercer sobre cierto bien; no obstante, también se ha observado que también se puede ejercer una propiedad simbólica sobre los bienes. Es decir, se ha observado que son dos formas las que más predominan de tenencia: una legal y una simbólica. La tenencia legal como todos lo sabemos queda plasmada en una escritura pública donde se otorga los derechos del terreno y lo ahí construido a una o varias personas; y la simbólica refiere a quien ostenta el título de dueño aun cuando pueda diferir de la tenencia legal de los bienes inmuebles.
Para los estudiosos de los fenómenos urbanos hablar de la propiedad simbólica de las viviendas nos remite casi siempre a hacer una revisión y análisis de lo que la sociedad entiende acerca de una casa; así los discursos que nos remiten y dan respuesta a la pregunta ¿quién es el dueño o dueña de la casa? casi siempre remiten a los hombres o jefes de familia que habitan las viviendas los cuales suelen circunscribirse como los dueños y propietarios (Jiménez, Cruz y Ubaldo, 2012; Varley,2000); mientras que las mujeres suelen quedar ajenas a ejercer estos derechos aun cuando el matrimonio o acto legal de la unión conyugal contemple derechos sobre el terreno y lo construido para las esposas o parejas de estos hombres.
Los últimos datos analizados del Censo de Población y Vivienda del año 2020 dan cuenta de estas diferencias, citaré como ejemplo al estado de Jalisco. De los casi 1.4 millones de viviendas particulares habitadas propias el 53% están escrituradas a una sola persona y son los hombres quienes dominan en este rubro, mientras que las mujeres solo tienen escrituradas alrededor del 32% del parque habitacional del estado.
Estos hallazgos nos han permitido observar que es distinto tener la posesión legal de la vivienda a ser acreedor de la formación de un hogar. Es decir, lo más común es encontrar que la formación de un hogar, su creación y consolidación recaiga como responsabilidad de las mujeres. Son ellas las que suelen encargarse del cuidado y de dotar de sentido y de unión a la familia. Para la mayoría de las personas tener una casa no es sinónimo de tener un hogar. Hablar de hogar es hablar de unión familiar, de cuidado, de calidez, de amor, tareas asumidas y percibidas netamente como femeninas. Por ello es que autores como Pierre Bourdieu señalen que la vivienda da permisos simbólicos que no los da otro tipo de propiedad.
En su libro “Las estructuras sociales de la economía” el autor relata el cómo una casa da permiso para el matrimonio, para la reproducción biológica y para la formación de un patrimonio familiar el cual se convertirá en la herencia hacia los descendientes. Ante un escenario donde se puede mostrar las diferencias y desigualdades hemos de buscar sus posibles causas y consecuencias.
Así, se ha observado que la baja inserción de las mujeres en empleos fuera de su casa y muchos de ellos dentro de la informalidad laboral conlleva a que no puedan demostrar su ingreso y por tanto no puedan adquirir un crédito hipotecario. De igual forma existe una carga simbólica sobre la casa como un bien que permite mostrar la masculinidad de los hombres hacia la sociedad. Es decir, un hombre que no es propietario de una casa puede ser excluido y violentado simplemente por no ser propietario; de tal forma que es posible que las mujeres queden excluidas de la compra de una vivienda porque esa es una tarea asignada de forma casi exclusiva para los hombres
Estamos obligados, por tanto, a observar más de cerca a las mujeres cuando hablamos de vivienda, de rezago habitacional y de las dificultades que existen para comprar una casa. Observarlas permite reflexionar que también han sido excluidas del mercado inmobiliario al creer que es tarea de hombres el hacer una transacción de compra-venta, que han sido excluidas del mercado laboral que impide que puedan comprar su propia casa al no poder demostrar su ingreso; pero también nos toca observar, como sociedad, que seguimos esperando que sean las mujeres las que sigan dotando de sentido de hogar y de seguridad a las familias de este país, tarea que seguimos asociado simbólicamente como netamente femenina.
Bourdieu, P. (2001). Las estructuras sociales de la economía. (H. Pons, Trad.) Buenos Aires: Manantial.
Jimenez, E., Cruz, H., y Ubaldo, C. (2012). El regreso a la irregularidad de las colonias populares. Títulos de propiedad y sucesión. En C. Salazar, Irregular. Suelo y mercado en América Latina (págs. 337-377). Mexico, D.F.: El Colegio de Mexico.
Varley, A. (2000). De lo privado a lo público: género, ilegalidad y legalizacion de la tenecia de tierra urbana. Estudios Demográficos y Urbanos, 15(2), 253-285.