“De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”, pregona una frase de la sabiduría popular que advierte que aunque actuemos de buena voluntad, el resultado podría no ser el esperado e incluso causar daño.
El campo del manejo de los residuos está lleno de buenas intenciones, de ello es muestra que algunas personas depositemos nuestros residuos en el contenedor de “reciclables”, con la esperanza de que sean reciclados, sin tener la certeza de que eso realmente ocurra. A esto se le conoce como wishcycling, en español, reciclaje de deseos.
El wishcycling surgió, originalmente para denominar los errores que por “falta de conocimientos” o “excesiva esperanza, se cometen en el delicado proceso de la separación de los residuos: ese momento en que el generador se encuentra frente a un dispositivo de separación y sin prestar mucha atención al acto, deposita sus desechos donde cree conveniente.
Este conceptose popularizó en 2018 en los Estados Unidos, una vez que China prohibió la importación de millones de toneladas de residuos que muchos países ricos enviaban a “reciclar”allá y fue acuñado por los recicladores como respuesta a la creciente llegada de residuos no reciclables a sus instalaciones y que terminan entorpeciendo el proceso de reciclaje: pues implican tiempo y trabajo extra dedicados a la separación correctiva, contaminan los materiales e impiden su aprovechamiento y dañan la maquinaria.
Y aunque en sus inicios el wishcycling fue un reclamo ante la indiferencia, apatía e ignorancia que caracteriza las prácticas de separación del generador; actualmente su crítica ha escalado hasta los fabricantes de los productos, quienes han promovido el reciclaje como la solución al problema de los desechos sin considerar que su infraestructura está fragmentada, sobrecargada, es incapaz de procesar la vertiginosa y heterogénea producción de residuos, omiten que genera residuos, produce emisiones y consume recursos, pero sobre todo, porque son ellos quienes continúan evadiendo su responsabilidad en el asunto.
Vale la pena recordar que el reciclaje surgió en los años 70 como un logro del movimiento ambientalista, que había denunciado los impactos provocados al medioambiente derivados de nuestro modo de vida y patrones de consumo. En esa época se hizo famoso el spot publicitario “El indio llorando” (The Crying Indian), que buscó construir una conciencia pública en torno a la basura y transformar la visión del consumidor hacia sus desechos.
Fue tal la difusión que se le dio, que la implantación de un comportamiento favorable al reciclaje, terminó por restar importancia a los costos ambientales de la producción, consumo y desecho, creando una falsa ilusión de solución. Y lo que es peor, evitó que los fabricantes invirtieran en estrategias (más caras y eficientes) para asumir su responsabilidad en la generación de residuos (MacBride, 2011), descargando esta tarea en los consumidores y los gobiernos. Aquí encontramos un ejemplo de cómo las buenas intenciones no condujeron a lo esperado.
Una vez instalado en la conciencia y en el mercado, el reciclaje se presentó como una vía para resolver el problema de la basura, donde la única responsabilidad consistía en depositar los residuos en el contenedor de reciclables. Nada más alejado de la realidad pues, no todos los residuos se reciclan, no se reciclan en todas partes y no de manera infinita.
El caso de los plásticos es emblemático e ilustra bien las grandes limitaciones del reciclaje. Los plásticos tienen un código numérico que indica el grupo del polímero al que pertenecen, este se presenta con un número del 1 al 7 dentro de un triángulo formado por flechas que se persiguen, aunque esto no indica su reciclabilidad. En México son ampliamente reciclables los códigos 1 y 2, que corresponden al tereftalato de polietileno (PET), utilizado en las botellas de agua y refresco, y el polietileno de alta densidad (HDPE), usado en los contenedores de limpieza y de higiene personal. Son difícilmente reciclables los códigos 4 y 5, correspondientes al polietileno de baja densidad (LDPE), con que están hechas la mayoría de las bolsas plásticas, y el polipropileno (PP), que se utiliza en muchos envases de alimentos. Mientras que los códigos 3, policloruro de vinilo (PVC), presente en los tubos de la construcción; 6, poliestireno (PS), mejor conocido como unicel; y 7, otros plásticos como el acrílico y el policarbonato, definitivamente no son reciclables en nuestro país.
Este ejemplo muestra bien que un residuo, más allá de su composición o de que técnicamente pueda reciclarse, en ausencia de un comprador y de un mercado, no es sino basura. Lo que significa que la cualidad de reciclable no es una condición inherente al material, sino una relación social entre el residuo, sus recuperadores (los “pepenadores”) y el mercado. Por ello, la localización de la infraestructura y de los mercados no está homogéneamente distribuida en el territorio y por ende, los programas de reciclaje están condicionados a dicha distribución.
Otra creencia errónea es que el reciclaje es un proceso que se puede repetir de forma infinita y que evitará el uso de materias primas vírgenes. Los materiales se reciclan como máximo dos ocasiones y luego se envían a confinamiento. Este límite está marcado por la destrucción térmica que sufre el material durante el procesamiento, de tal suerte que el reciclaje retrasa pero no evita la disposición final (Geyer et al 2017). Además no se ha demostrado que el reciclaje haya disminuido la extracción. Así que no es la respuesta para resolver el problema, de hecho nos aleja de hacerlo.
Con lo anterior no quiero desanimarnos, pero me parece importante señalar que hay fallas en el modelo y que es necesario advertir sus limitaciones para pensar cómo remontarlas. Por una parte, las carencias en la infraestructura y los mercados para procesar muchos materiales presentes en los residuos que ahora no se reciclan, así como la displicencia de los productores, quienes siguen inundando de mentiras y basura nuestras ciudades. Por otra parte, nuestras falencias como generadores de residuos, es urgente desarrollar los conocimientos y las prácticas para evitar que nuestro consumo siga generando impactos dañinos al medioambiente. En el caso que nos ocupa podríamos decir: ¡pare de soñar! separar los residuos no es tan sencillo y requiere cuidado.
Finalmente, no está mal que el motor del reciclaje de deseos sea la esperanza. Antes, vale la pena romper con la idea del reciclaje como una caja mágica o como la fuente de los deseos a la que acudimos con desinformación, ignorancia o idealismo. Después, transformar la definición, del también llamado “reciclaje aspiracional, precisamente con la esperanza de que en el corto plazo, reciclar menos sea más, lo que significaría que hemos construido una conciencia pública amplia, capaz de superar la locura actual del consumo desmedido y estaríamos en el camino de generar “cero residuos”.
Geyer, R., Kuczenski, B., Zink, T., & Henderson, A. (2016). Common misconceptions about recycling. Journal of Industrial Ecology, 20(5), 1010-1017.
MacBride, S. (2011) Recycling Reconsidered. The present failure and future promise of environmental action in the United States. The MIT Press. 320 pp.