¿Qué puede contarnos una novela escrita hace sesenta años que la haga permanecer vigente? La ciudad y el viento, la única novela escrita por la poeta Dolores Castro, publicada originalmente por la Universidad Veracruzana en 1962, es una novela que me impactó. Así: simple, llano, sin adornos.
Dolores Castro, quien nació hace casi un siglo, fue parte de la generación de escritoras que, movidas por la ola de la liberación de la mujer, trabajaron y lucharon para hacer eco y ser factor de construcción de la literatura femenina. En el caso de nuestra autora, no es una escritura revanchista en el tema o con carencia de argumentos; por el contrario, lleva a la conciliación entre la literatura de la visión femenina con la ya establecida perspectiva masculina, buscando la coexistencia de ambas como complementos dentro de un todo.
Dolores Castro —apunta Benjamín Barajas, estudioso de su obra poética—perteneció a la llamada Generación de los Cincuenta o del Medio Siglo, la cual logró resonancia internacional, debido a que una gran nómina de escritores de diversas latitudes del país escribió y difundió lo creado, valiéndose de revistas, colecciones de libros y diversas actividades de promoción cultural.
En esa generación se distinguió el llamado Grupo de los Ocho o los Ocho Poetas, el cual surgió de la amistad. Este grupo derivó su título de la antología publicada en 1955, entre cuyos integrantes se encontraban Dolores Castro, Rosario Castellanos, Alejandro Avilés y Efrén Hernández, por nombrar algunos, quienes lograron reconocimiento a su obra y marcaron su estilo y voz propias.
La propia Dolores reconoció que tuvo entre sus influencias a José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Gabriela Mistral, Octavio Paz y Efraín Huerta, entre otros. En una entrevista inédita, publicada recientemente, reveló que cuando escribió La ciudad y el viento, tuvo que decidir entre tener un hijo o escribir la novela. Primero terminó la novela y luego tuvo a su hijo. Su proyecto era escribir y lo siguió haciendo durante toda su vida. Es decir, buscó siempre decirle “sí” a la literatura, pero también decirle “sí” a la vida.
Definitivamente, Dolores Castro es mayormente conocida como poeta. No son pocos los que se han abocado al estudio y análisis de su obra lírica. En cambio, y gracias a una encuesta rápida que realicé entre personas conocedoras de su labor poética, me encontré con que algunos no sabían que también había escrito una novela y aún menos la habían leído. Incluso, haciendo una incursión en internet pude observar que los estudios sobre su poesía son varios y sobre su novela sólo unos cuantos.
Por ello, podría decirse que la novela La ciudad y el viento es un planeta desconocido dentro del universo de Dolores Castro. Esto la vuelve fascinante. Me permite descubrir lo que pocos han tenido el privilegio de hacerlo. Me coloca algo así como en una postura de exploradora curiosa que tiene ansias de compartir un gran tesoro.
La ciudad y el viento es una novela corta, ubicada en tiempos posteriores a la revolución y a la Cristiada, que nos relata la relación de amor-odio entre los habitantes de una ciudad quienes se encuentran divididos en la histórica escisión de nuestro país: conservadores y liberales. El viento se presenta como personaje omnipresente y presagiador de ese clima enrarecido en el que transcurren los acontecimientos siendo testigo mudo y cómplice.
En este planeta desconocido encontré numerosas descripciones de belleza poética, en las que no se puede negar la influencia de la poesía de Ramón López Velarde. Como muestra, cito la extraordinaria línea con la que comienza la novela:
“Esta es una ciudad devastada por un incendio, en la que no han acabado de arder las gentes ni las cosas”.
También nos muestra una cosmovisión femenina del mundo: “Entre todo este mundo, tienen todavía mayor combustión las mujeres. Vestidas de negro, silenciosas, asoman furtivamente o salen a la iglesia”. A lo largo de la obra, la autora otorga voz a las mujeres, en un tiempo en que no tenían derecho a ello. “Los hombres se quedan solos y son libres, nosotras no, papá. No podemos ser libres, no podemos estar solas”.
La brevedad de la novela nada tiene que ver con la grandeza de su desarrollo. En esta economía de palabras hay una maravillosa construcción de personajes. Nos muestra sus claroscuros y matices, muy al contrario del binomio de la construcción maniquea del bien y del mal. Aquí no hay nadie completamente puro e inocente, ni tampoco hay nadie que sólo busque la maldad o el sufrimiento de los otros. Lo que encontramos es que todos tienen un fin en común: la felicidad. Aun cuando no lo sepan o no lo expresen. El conflicto se genera en el momento en que las concepciones de la felicidad individuales tropiezan y se contraponen con las de los otros.
De esta manera observamos personajes muy bien delimitados cada uno en su psicología y sus necesidades. Nos muestra su forma de pensar, sus deseos y sus demonios. Cada acción plasmada en la narración se encuentra completamente justificada. Nada de lo planteado es aleatorio.
El lenguaje utilizado si bien nos puede remontar a una época pasada también es un leguaje vigente: tanto en su construcción como en la intencionalidad con que cada una de las palabras se encuentran plasmadas. Su cadencia poética, que nunca desaparece, nos regala facilidad más no simpleza con la que se le puede dar lectura. Hacen de esta, un camino placentero que nos obliga a terminar de leer. Si es posible, sin interrupciones.
Es un viaje de emociones. Esta novela me hizo transitar desde la curiosidad a la alegría, la desesperanza, el cuestionamiento a dogmas y creencias, la tristeza y el dolor, y me llevó a preguntarme: ¿qué es la vida?, ¿cuál es su objetivo? Pero, sobre todo, me mostró como la muerte nos acompaña en nuestro recorrido como testigo aguardando su momento. Creo que, a final de cuentas, el viento es la muerte.
De este modo, no importa que sea una historia ubicada en un tiempo posterior a la Cristiada o en una ciudad de provincia. Su temática, lenguaje y armado de los personajes permite que mantenga su vigencia en un mundo que muchas obras no sobreviven al paso del tiempo. Es una novela que, a pesar de todo, no ha envejecido y eso es todo un mérito sólo logrado por pocos.
Los lectores buscamos textos con los que nos podamos identificar, que nos digan algo del presente en que vivimos. No leemos solo pensando en el marco histórico en el que se desarrolló la trama o en las circunstancias del autor. Muchas veces ni las conocemos. Leemos desde el momento en que somos. Leemos desde el hoy y, sobre todo, leemos desde el yo.
Dolores Castro nos regala intensas reflexiones a través de esta, su única novela. Nos transporta a otros mundos, como toda buena obra que se convierte en vehículo transformador de su lector. Esta es la novela de una poeta, pero, sobre todo, es la novela de una mujer sabia.