Estorbo/ Bajo presión - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Toda la conversación pública tiene como centro lo que dice y hace Andrés Manuel López Obrador, el amor de sus fieles y el rechazo de sus adversarios concentra la agenda en discutir sobre la persona del presidente, de hecho, desde que ganó las elecciones del 2018, resulta imposible hablar de los asuntos públicos sin hacer referencia al líder de la Cuarta Transformación, están tan obsesionados con su figura que hemos logrado reducir la conversación a si se está en contra o a favor de él.

Pareciera que hemos renunciado a pensar el país, en nosotros, fuera de la sombra de López Obrador, porque a ambos bandos sólo les preocupa derrotar al otro, convencerlo de que está equivocado o convertirlo a su nueva fe. El gran logro comunicacional de la Cuarta Transformación, más que las riendas de la agenda pública a través de la conferencia matutina del presidente, consiste en que siempre está presente en la conversación, hemos olvidado conceptos como Gobierno Federal, Estado, autoridad, función y servicio público, porque ahora los intercambiamos por las intenciones de López Obrador.

El concepto ortodoxo de Oposición dejó de funcionar hace mucho tiempo, desde que la geometría política dejó de representar los motivos de los movimientos y causas ciudadanas que no caben en izquierda o derecha, y a pesar de saberlo, invariablemente, en la búsqueda de soluciones, nos rendimos a simplificar a partir de la visión polarizadora del presidente.

Hoy, con una facilidad inusitada, tachamos al otro de aspiracionista, fifi, conservador, amante del régimen neoliberal, esclavos de la corrupción, así se descalifica a quien se atreve a realizar algún señalamiento sobre la eficacia de las políticas públicas o propuestas para mejorar las políticas públicas y el desempeño del gobierno. No importa el tema que se aborde, hemos perdido la capacidad de deliberar, intercambiar puntos de vista con el propósito de enriquecer la visión colectiva de la realidad.

Ahora, de lo que se trata, es de demostrar que se está del lado correcto de la historia, probar que desde siempre se ha estado con el ganador, esos que imponen una visión moralista de la realidad, si a pesar de los hechos, las pruebas, las evidencias, no se está de acuerdo con la forma en que se ejerce el gobierno, entonces, estamos equivocados, ¿por qué?, porque López Obrador ha logrado imponer una visión simplista de la realidad, donde el paraíso está a la vuelta de la esquina y no se puede permitir ninguna distracción.

Todos los que se atrevan a realizar alguna observación sobre la realidad que le corresponde, el pequeño pedazo de convivencia diaria con los otros, el mínimo ejercicio personal de participación ciudadana, si no coincide con lo que dicta el presidente, estamos destinados a que se nos etiquete como adversarios, no hay de otra.

De este lado, donde por pensar, ya formamos parte de la oposición, lo que se encuentra es una zona de confort terrible en la que caben todos los discursos revanchistas que renuncian a analizar y proponer, se abisman en la obligación de culpar al presidente. Simple, como oposición se asume que estamos “moralmente derrotados” antes que argumentar las razones por las que nos gustaría cambiar el estado de las cosas, sin pasar por las decisiones del presidente.

Hemos caído en el simplismo de la oposición sin imaginación, una oposición reactiva, sin rumbo, sin otro destino que buscar culpables. Desde ahí es más sencillo esperar a que el tiempo nos dé la razón, no hacer en espera de que, en el futuro, se compruebe que no estábamos equivocados y la centralización del poder significa un retroceso para la democracia mexicana. Mejor estar ahí antes que buscar soluciones que no pasen por el gobierno.

Andrés Manuel López Obrador es un estorbo para reflexionar sobre la urgente necesidad de la participación pública, y parece que no hay salida. Hemos renunciado a pensar.


Coda. Lo he escrito y citado en otras ocasiones: Pensar da miedo, con base en lo que Bertrand Russell señala en Principios de reconstrucción social:

“Los hombres temen al pensamiento más de lo que temen a cualquier otra cosa del mundo; más que la ruina, incluso más que la muerte.

“El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible. El pensamiento es despiadado con los privilegios, las instituciones establecidas y las costumbres cómodas; el pensamiento es anárquico y fuera de la ley, indiferente a la autoridad, descuidado con la sabiduría del pasado.”

@aldan


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Edilberto Aldán
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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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