Germán Castro
You can’t consume much if you sit still and read books.
Aldous Huxley, Brave New World.
Pocas semanas antes de que se nos viniera encima la pandemia, me hallaba yo preparando una conferencia. Los funcionarios de la institución que me había solicitado la plática compartían un desasosiego, cuya causa era el evidente desgano que cada vez más se apodera de la juventud mexicana a la hora de decidirse y dedicarse a estudiar una carrera profesional. ¿Por qué? El diagnóstico apuntaba a que la susodicha muchachada cuenta con material probatorio abundante de que un título universitario no asegura a nadie el ingreso necesario, ya no digamos para vivir gastando como el consumismo contemporáneo exige, sino para asegurar apenas un ir pasándola clasemediero prudentemente alejado del barranco de la depauperación. Recuerdo que más que ofrecer una solución, pensaba lidiar ese toro problematizando el lío. El que suele presentarse como un problema demasiado simple —un problema de montos, de tabulador—, en realidad es un poco más complejo. Vean ustedes…
El trabuco suele reducirse a que en la siguiente relación:
estudio ⇨ producción ⇨ ingreso ⇨ consumo ⇨ satisfacción
… la tercera ilación no termina dándose conforme a lo esperado. Esto es, puede que los estudios profesionales efectivamente brinden herramientas suficientes para que el mocerío ingrese en el mundo del trabajo productivo y consiga un ingreso, pero dicho ingreso, se sabe, nomás no va a alcanzar para lograr el consumo deseado, y sin ese nivel de consumo la satisfacción —felicidad escribirían algunos— resulta inasequible. ¡Tanto quemarse las pestañas para ganar tres pesos! ¿Para qué empeñarse tanto en las aulas si de cualquier forma no vas a librarte de la casa de empeños? ¡Gana más un futbolista chafa que un posgraduado en neurociencias! Simplificado a tal grado el asunto, en efecto, siendo honestos y con tres dedos de frente, hoy nadie puede recomendar a las jovencitas y los jovenzuelos que inviertan por lo menos cuatro años en el estudio de una carrera profesional, con la esperanza de que, ya titulados y con la cédula profesional en el CV, se dediquen a trabajar incansablemente a cambio del ingreso requerido para lograr un nivel de consumo que les asegure las mieles de la satisfacción personal. De hecho, establecido así el problema, ni siquiera aquellos que por cualquier azarosa circunstancia pudieran alcanzar el nivel de ingreso, pongamos, no de un futbolista chafa, sino de una estrella internacional —por ejemplo, a sus 34 años, el joven Messi ganará en 2022, sólo por concepto de salario, 41 millones dólares—, serían capaces de establecer exitosamente la cadena causal que va desde el estudio hasta la satisfacción, pasando como ya dijimos por la producción, el ingreso y luego el consumo. Y no podrían hacerlo por un simple impedimento lógico, el impedimento lógico que subyace a la paradoja esencial del consumismo: para consumir, se requiere tener una necesidad que satisfacer, y si una vez satisfecha no se tiene otra, no habrá motivo de consumo y por tanto nada catapultará de nuevo la pretendida satisfacción. O dicho en corto: la lógica del consumismo establece que para estar satisfecho hay que estar insatisfecho. “El consumismo nos dice que para ser felices hemos de consumir tantos productos y servicios como sea posible”, explica Yuval Noah Harari (De animales a dioses). “El consumismo considera que el creciente consumo de productos y servicios es positivo. Anima a la gente a permitirse placeres, a viciarse e incluso a matarse lentamente mediante un consumo excesivo”. Considerando lo anterior —algo que en el fondo todos sabemos— se evidencia que es un craso error pretender la satisfacción a través de la cadena causal aludida. Pero ¡ojo!, no afirmo que estudiar no pueda proporcionar satisfacción… ¿Sostengo entonces que la cadena causa-efecto para llegar a la satisfacción es más compleja? No, al contrario, me parece que es mucho más sencilla:
estudio ⇨ satisfacción
No estoy siendo ingenuo, tampoco estoy descubriendo el hilo negro. En casi todas las encuestas de bienestar autorreportado se muestra cierta correlación entre satisfacción y grado escolar. Incluso en los estudios en los cuales se explora los niveles de felicidad de las personas ocurre lo mismo. Por ejemplo, el más reciente estudio publicado por la Worldwide Independent Network reporta: “Los niveles de educación superior muestran mayores niveles de felicidad. Aquellos que no tienen educación o sólo educación básica alcanzan felicidad en un 39% mientras que aquellos con educación superior reportan un 58% (2018 World Survey). En México, las encuestas de bienestar autorreportado indican el mismo comportamiento: los resultados del más reciente estudio ampliado señalan que el 43% de los entrevistados se declara “muy satisfecho”. Lo anterior en el promedio general, mientras que entre quienes tienen un nivel de instrucción de primaria —incompleta o completa— solamente el 36.8% dijo sentirse así. En el extremo opuesto, las personas con nivel de licenciatura y de posgrado reportaron el 54.7 y el 62.3%, respectivamente. Por lo que toca a la gente que respondió sentirse “muy insatisfecha” —4.5% en del total—, las mayores proporciones se encuentran entre la gente con menos estudios: 6.5%, 5% y 4.5% de los entrevistados con primaria, secundaria incompleta y secundaria completa, respectivamente; en tanto que entre la gente con los niveles de instrucción más altos las proporciones de personas que reportaron sentirse “muy insatisfechos” son significativamente menores: 2.7% de quienes cuentan con preparatoria, 2.2% de los que terminaron una licenciatura y de 2.6% los que alcanzaron un posgrado (INEGI. Bienestar Subjetivo en México. Módulo BIARE Ampliado. 2014).
Sócrates pensaba que los bienes a los que los humanos debían aspirar son la riqueza, la salud, la belleza, “el poder y la estima”, pero argüía que tener todo eso de nada sirve si no se sabe cómo usarlo, de tal manera que “el saber es el éxito” (Platón, Eutidemo).
@gcastroibarra